Capítulo XX: La embajada de Silver
En efecto, allí había dos hombres al otro lado de la estacada, agitando uno de ellos un trapo blanco; el otro, nada menos que Silver en persona, estaba a su lado plácidamente.
Era aún muy temprano, y creo que la madrugada más fría que nunca había experimentado al aire libre: el frío me llegaba a los huesos. El cielo en lo alto estaba brillante y sin nubes, y las cimas de los árboles, sonrosadas por el sol. Pero donde Silver se hallaba con su lugarteniente todo parecía sombrío y estaban sumergidos hasta las rodillas en un blanco vapor que se había ido arrastrando durante la noche desde la ciénaga. El frío y el vaho juntos no decían mucho en favor de la isla. Era aquél, sin duda, un lugar húmedo, palúdico e insalubre.
-Quédense dentro. -dijo el capitán-. Apuesto diez contra uno a que esto es una estratagema.
Luego gritó al bucanero:
-¿Quién va? ¡Alto o disparo!
-¡Bandera de parlamento! -gritó Silver.
El capitán estaba en el percho, resguardándose con cuidado del tiro traicionero que podrían dispararle. Se volvió hacia nosotros y nos dijo:
-La guardia del doctor, de centinelas. Doctor Livesey, tome posiciones en el lado norte, por favor; Jim, al este; Gray, al oeste. La guardia que no está de servicio, a cargar mosquetes. De prisa todos y mucho ojo.
Robert L. Stevenson, La isla del tesoro, Barcelona, Editorial Vicens Vives, Aula de literatura, 1990, página 152, Seleccionado por Pablo del Castillo Baquerizo, Segundo de Bachillerato, Curso 2014-2015.
No hay comentarios:
Publicar un comentario