lunes, 13 de abril de 2015

El señor de los anillos, Jrr Tolkien

El sitio de Gondor.
     Pasaba el tiempo. Los vigías apostados en los muros vieron al fin la retirada de las compañías exteriores. Al principio iban llegando en grupos pequeños y dispersos: hombres extenuados y a menudo heridos que marchaban en desorden; algunos corrían como escapando a una persecución. A lo lejos, en el este, vacilaban uno fuegos distantes, que ahora parecían extenderse a través de la llanura. Ardían casas y graneros. De pronto desde muchos puntos, empezaron a correr unos arroyos de llamas rojas que serpeaban en la sombra, y todos iban hacia la linea del camino ancho que llevaba desde la Puerta hasta Osgiliath.
     -El enemigo- murmuraron los hombres-. El dique ha cedido. ¡Allí vienen, como un torrente por las brechas! Y traen antorchas. ¿Dónde están los nuestros?
     Según la hora, la noche se acercaba, y la luz era tan mortecina que ni aun los hombres de la ciudadela llegaban a distinguir lo que acontecía en los campos, excepto los incendios que se multiplicaban, y los ríos de fuego que crecían en longitud y rapidez. Por fin, a menos de una milla de la Ciudad, apareció a la vista una columna más ordenada; marchaba sin correr, en filas todavía unidas.

Tolkien, J. R. R., El señor de los anillos. Editorial, Minotauro, página, 109
Seleccionado por Pablo Galindo Cano. Segundo de bachillerato, curso 2014/2015

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