El sitio de Gondor.
Pasaba el tiempo. Los vigías apostados en los muros vieron al fin la retirada de las compañías exteriores. Al principio iban llegando en grupos pequeños y dispersos: hombres extenuados y a menudo heridos que marchaban en desorden; algunos corrían como escapando a una persecución. A lo lejos, en el este, vacilaban uno fuegos distantes, que ahora parecían extenderse a través de la llanura. Ardían casas y graneros. De pronto desde muchos puntos, empezaron a correr unos arroyos de llamas rojas que serpeaban en la sombra, y todos iban hacia la linea del camino ancho que llevaba desde la Puerta hasta Osgiliath.-El enemigo- murmuraron los hombres-. El dique ha cedido. ¡Allí vienen, como un torrente por las brechas! Y traen antorchas. ¿Dónde están los nuestros?
Según la hora, la noche se acercaba, y la luz era tan mortecina que ni aun los hombres de la ciudadela llegaban a distinguir lo que acontecía en los campos, excepto los incendios que se multiplicaban, y los ríos de fuego que crecían en longitud y rapidez. Por fin, a menos de una milla de la Ciudad, apareció a la vista una columna más ordenada; marchaba sin correr, en filas todavía unidas.
Tolkien, J. R. R., El señor de los anillos. Editorial, Minotauro, página, 109
Seleccionado por Pablo Galindo Cano. Segundo de bachillerato, curso 2014/2015
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