lunes, 13 de abril de 2015

Los Paraísos Artificiales, Charles Baudelaire

                                  III. EL TEATRO DE SERAFÍN
                 ¿Qué se siente? ¿Qué se ve?: cosas maravillosas, ¿no es cierto? ¿Espectáculos extraordinarios? ¿Es muy bello?; ¿y muy terrible?; ¿y muy peligroso?
                -Tales son las habituales preguntas que, con una curiosidad mezclada de temor, dirigen los ignorantes a los adictos. Diríase una pueril impaciencia por saber, como la de las personas que no han abandonado nunca el rincón de su hogar cuando se encuentran frente a un hombre que vuelve de lejanos y desconocidos países. Se imaginan la embriaguez del haschisch como un país prodigioso, un vasto teatro de prestidigitación y escamoteo, en el que todo es milagroso e imprevisto. Es esto un prejuicio, un completo error. Y puesto que para el común de los lectores y de los que preguntan, la palabra haschisch conlleva la idea de un mundo extraño y desquiciado, la expectativa de prodigiosos sueños (mejor fuera decir alucinaciones, que, por lo demás, son menos frecuentes de lo que se cree), señalaré de inmediato la importante diferencia que separa los efectos del haschisch de los fenómenos del sueño.

Charles Baudelaire, Los Paraísos Artificiales, Madrid, Cátedra, Letras Universales, 2005, pág 154, Seleccionado por Rosa María Perianes Calle, Segundo de Bachillerato, Curso 2014-2015.

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