En violento contraste con la joven aparecieron tras ella guardias armados con sables desenvainados al cinto y largas pistolas taraceadas, llevando un cadáver sobre un palaquín. Era el cuerpo de un anciano, amortajado con su opulenta ropa de rajá. Llevaba como en vida, el turbante recamado de perlas, y de oro el vestido de seda, un cinturón de casimir con diamantes y sus magníficas armas de príncipe indio.
Cerraban el cortejo los músicos y una retaguardia de fanáticos cuyos gritos cubrían a veces el ruido ensordecedor de los instrumentos.
Sir Francis Cromarty, que miraba entristecido toda aquella pompa, dijo, dirigiéndose al guía:
- Un sutty.
El parsi hizo un gesto afirmativo, seguido de otro que invitaba al silencio.
La larga procesión se desplegó lentamente bajo los árboles, y sus últimas filas no tardaron en desaparecer en la profundidad del bosque. Poco a poco se apagó el sonido de los cantos. Durante algunos minutos aún pudieron oír gritos lejanos. Luego, al tumulto sucedió un profundo silencio.
Julio Verne, La vuelta al mundo en ochenta días, Madrid, Alianza editorial, página112
Seleccionado por Lucía Pintor del Mazo. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015
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