viernes, 5 de febrero de 2016

Crimen y castigo, Fedor Dostoyevski

Capítulo IV.
Raskolnikof se fue derecho a la casa del canal donde habitaba Sonia. Era un viejo edificio de tres pisos pintado de verde. No sin 
trabajo, encontró al portero, del cual obtuvo vagas indicaciones sobre el departamento del sastre Kapernaumof. En un rincón del patio 
halló la entrada de una escalera estrecha y sombría. Subió por ella al segundo piso y se internó por la galería que bordeaba la fachada.
Cuando avanzaba entre las sombras, una puerta se abrió de pronto a tres pasos de él. Raskolnikof asió el picaporte maquinalmente.

-¿Quién va? -preguntó una voz de mujer con inquietud.
-Soy yo, que vengo a su casa -dijo Raskolnikof.
Y entró seguidamente en un minúsculo vestíbulo, donde una vela ardía sobre una bandeja llena de abolladuras que descansaba 
sobre una silla desvencijada.
-¡Dios mío! ¿Es usted? -gritó débilmente Sonia, paralizada por el estupor.
-¿Es éste su cuarto?
Y Raskolnikof entró rápidamente en la habitación, haciendo esfuerzos por no mirar a la muchacha.
Un momento después llegó Sonia con la vela en la mano. Depositó la vela sobre la mesa y se detuvo ante él, desconcertada, presa 
de extraordinaria agitación. Aquella visita inesperada le causaba una especie de terror. De pronto, una oleada de sangre le subió al 
pálido rostro y de sus ojos brotaron lágrimas. Experimentaba una confusión extrema y una gran vergüenza en la que había cierta 
dulzura. Raskolnikof se volvió rápidamente y se sentó en una silla ante la mesa. Luego paseó su mirada por la habitación.
Era una gran habitación de techo muy bajo, que comunicaba con la del sastre por una puerta abierta en la pared del lado izquierdo. 

En la del derecho había otra puerta, siempre cerrada con llave, que daba a otro departamento. La habitación parecía un hangar. Tenía 
la forma de un cuadrilátero irregular y un aspecto destartalado. La pared de la parte del canal tenía tres ventanas. Este muro se 

prolongaba oblicuamente y formaba al final un ángulo agudo y tan profundo, que en aquel rincón no era posible distinguir nada a la 
débil luz de la vela. El otro ángulo era exageradamente obtuso.



Fedor Dostoyevski, Crimen  y castigo http://www.dominiopublico.es/libros/D/Fiodor_Dostoyevski/Fi%C3%B3dor%20Dostoyevski%20-%20Crimen%20y%20Castigo.pdf
Seleccionado por Laura Agustín Críspulo, Segundo de bachillerato, curso 2015-2016.







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