viernes, 5 de febrero de 2016

El prínipe feliz, Oscar Wilde



      Muy alto sobre la ciudad, sobre una elevada columna, se erguía la estatua del Príncipe Feliz. Toda recubierta con delgadas hojas de oro fino, tenía por ojos dos brillantes zafiros y un gran rubí resplandecía en el pomo de su espada. Todo el mundo se detenía para admirar la figura de aquel Príncipe. —Es tan hermoso como una veleta —observó uno de los consejeros de la ciudad, que deseaba ganar prestigio como persona de gustos artísticos—, claro que no es tan útil —agregó, temiendo que la gente lo creyera poco práctico, algo que en realidad no era. —¿Por qué no puedes ser tú como el Príncipe Feliz? —le preguntó muy sensatamente una mamá a su pequeño hijo, que lloraba pidiendo la luna—. ¡Al Príncipe Feliz jamás se le ocurriría llorar así por nada! —Me alegro de que por lo menos haya alguien en el mundo que sea feliz —murmuró un desilusionado, contemplando la maravillosa estatua. —Es como un ángel —dijeron los niños del Colegio de Caridad, que salían de la Catedral luciendo sus brillantes capas escarlatas y sus delantales blancos. —¿Cómo pueden ustedes hablar sobre el aspecto de los ángeles —dijo el Maestro de Matemáticas— si jamás han visto uno? —¡Ah, pero sí los hemos visto, en nuestros sueños! —contestaron los niños, y el Maestro de Matemáticas frunció el ceño y asumió un aire muy severo, pues no estaba de acuerdo con que los niños soñaran.

      Cierta noche voló sobre la ciudad una pequeña Golondrina. Hacía ya seis semanas que sus compañeras se habían ido a Egipto, pero ella había decidido quedarse, por estar enamorada del más hermoso de los juncos. El encuentro había tenido lugar al comienzo de la primavera, cuando la Golondrina perseguía a una gran mariposa amarilla volando sobre el río; tan atraída se sintió por su fina cintura, que se detuvo a hablarle. —¿Quieres que me enamore de ti? —le dijo la Golondrina, a la que no le gustaba andar con rodeos, y el Junco le hizo una profunda reverencia. La Golondrina comenzó a volar una y otra vez a su alrededor, rozando el agua con sus alas y formando rizos que eran pequeñas ondas plateadas. Ésta era su forma de cortejar, y este cortejo duró todo el verano. —Es un noviazgo ridículo —gorjeaban las otras golondrinas—; él carece de fortuna, y tiene demasiados parientes —y era verdad, pues el río estaba lleno de juncos. Luego, al llegar el otoño, todas las golondrinas emprendieron vuelo.



Wilde, Oscar, El príncipe feliz, http://www.curriculumenlineamineduc.cl/605/articles-23587_recurso_pdf.pdf
seleccionado por Paola Moreno Díaz, segundo de bachillerato,curso 2015-2016

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