lunes, 9 de marzo de 2015

Nana, Émile Zola

IX

     Estalló entonces una verdadera tormenta. Todo el mundo llamaba a Bosc. Bordenave renegaba.
     -¡Maldita sea! Siempre pasa lo mismo. Ya pueden sonar timbres, que nadie está en su sitio... Y luego, a protestar, si hay que quedarse, pasadas las cuatro.
     Pero llegaba Bosc tan campante.
     -¿Qué? ¿Cómo? ¿Qué quieren? ¡Ah, que me toca a mí! Haberlo dicho... Venga, Simonne, de la entrada: << Llegan los invitados>>, y entro... ¿Por dónde entro?
     -¿Por dónde va a ser? ¡Por la puerta!- exclamó Fauchery irritado.
     -Sí, pero ¿dónde está la puerta?
     Bordenave la tomó esta vez con Barillot, empezando a renegar y a hundir de nuevo las tablas con el bastón. 
     -¡Maldita sea! Había dicho que pusieran una silla ahí, para figurar la puerta. Todos los días estamos igual... ¡Barrillot! ¿Dónde está Barrillot? ¡Otro que se larga! ¡Aquí se larga todo Dios!
     Sin embargo, fue el propio Barrillot a colocar la silla, mudo, encogido bajo el temporal. Y empezó el ensayo. Simonne, con sombrero y envuelta en sus pieles, hacía ademanes de criada que limpia los muebles. Se interrumpió para decir:
     -¿Sabéis que no hace nada de calor? Yo no saco las manos del manguito.
     Luego, cambiando de voz, recibió a Bosc con un ligero grito:
     -¡Ay! Si es el señor conde. Es usted el primero, señor conde, y se alegrará mucho la señora.
     Bosc llevaba un pantalón sucio de barro, un enorme gabán amarillo y una inmensa bufanda enrollada al cuello.


     Émile Zola, Nana, Barcelona, EDitorial Planeta, S.A., 1985,  página 222.
     Seleccionado por Andrea González García. Segundo de bachillerato, curso 2014-2015.

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