lunes, 9 de marzo de 2015

Thomas Mann, La montaña mágica

                          LA GRAN IRRITACIÓN


     A medida que los cortos iban pasando, comenzó a reinar un nuevo espíritu en la casa del "Berghof". Hans Castorp no dejaba de darse cuenta de que se trataba de la obra del demonio del que anteriormente ya hemos hablado. Con la curiosidad y el desprendimiento del viajero que no tiene más preocupación que la de instruirse, había estudiado ese demonio e incluso había hallado en sí mismo aptitudes inquietantes para desempeñar un importante papel en el culto monstruoso que se le tributaba. Notó, con espanto, en sus palabras y en sus maneras de comportarse, por aquella infección a la que nadie, podía sustraerse.
     ¿Qué pasaba? ¿Qué flotaba en el aire? Un espíritu de querella. Una crisis de irritación. Una impaciencia sin nombre. Una tendencia general a discusiones envenenadas, a explosiones de ira.
     Grandes discusiones, gritos sin objeto n medida estallaban cada día entre individuos o entre grupos enteros y la característica de estos ataques era que los que no tomaban parte en la disputa, en lugar de sentirse movidos a tranquilizar a los que discutían y se peleaban, tomaban una pate activa en ella y se abandonaban al mismo vértigo.
     Los pensionistas palidecían y temblaban de ira, sus ojos brillaban y las bocas se retorcían apasionadamente. Se envidiaba a los que tenían más derecho a gritar por ser los protagonistas de la pelea. El deseo de imitarlos torturaba el alma y el cuerpo, y aquel que no tenía la fuerza de voluntad de refugiarse en la soledad se sentía irremisiblemente arrastrado por el torbellino.



 Thomas Mann, La montaña mágica, Barcelona, Editorial Plaza y Janes, Colección El ave fénix, 1958, página 676, Seleccionado por Pablo del Castillo Baquerizo, Segundo de Bachillerato, Curso 2014-2015.

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