Capítulo 14
Mientras Fabricio se dedicaba a la caza del amor en un pueblecillo cercano a Parma, el fiscal general Rassi, que no le sabía tan cerca de él, continuaba llevando su asunto como si se tratara de un liberal; aparentó no poder encontrar testigos de descargo, o más bien los intimidó. Por fin, después de un trabajo muy estudiado que duró cerca de un año, y pasados dos meses del último retorno de Fabricio a Bolonia, un viernes, la marquesa Raversi, loca de alegría, dijo públicamente en su salón que, al día siguiente, sería presentada a la firma el príncipe y aprobada por éste la sentencia que acababa de ser pronunciada, hacía una hora, contra el joven Del Dongo. A los pocos minutos, supo la duquesa estas palabras de su enemiga.
"¡Muy mal servido tiene que estar el conde por sus agentes! -se dijo-. Todavía esta mañana creía que la sentencia no se podría pronunciar antes de ocho días. Acaso no le disgustaría alejar de Parma a mi joven gran vicario; pero -añadió cantando-, ya volvería, y algún día será nuestro arzobispo." La duquesa llamó.
-Reúna a todos los criados en la sala de espera -dijo a su mayordomo-, incluso a los cocineros. Vaya a pedir al comandante de la plaza el permiso necesario para disponer de cuatro caballos de posta, y que antes de media hora estén aquí enganchados a mi landó.
Todas las mujeres de la casa se aplicaron a hacer baúles. La duquesa se vistió a toda prisa un atavío de viaje, todo ello sin comunicar nada al conde; la idea de burlarse de él la entusiasmaba.
-Amigos míos -dijo a los domésticos congregados-, acabo de saber que mi pobre sobrino va a ser condenado en rebeldía por haber tenido la audacia de defender su vida contra un frenético, contra ese Giletti que quería matarle. Todos vosotros habéis podido ver lo dulce e inofensivo del carácter de Fabricio. Justamente indignada por esta injuria atroz, me traslado a Florencia. Dejo a cada uno de vosotros su soldada durante diez años; si os veis apurados, escribidme, y mientras yo tenga un cequí, siempre habrá algo para vosotros.
Stendhal, La Cartuja de Parma, Madrid, Alianza Editorial, 1978, pág 291-292, Seleccionado por Rosa María Perianes Calle, Segundo de Bachillerato, Curso 2014-2015.
"¡Muy mal servido tiene que estar el conde por sus agentes! -se dijo-. Todavía esta mañana creía que la sentencia no se podría pronunciar antes de ocho días. Acaso no le disgustaría alejar de Parma a mi joven gran vicario; pero -añadió cantando-, ya volvería, y algún día será nuestro arzobispo." La duquesa llamó.
-Reúna a todos los criados en la sala de espera -dijo a su mayordomo-, incluso a los cocineros. Vaya a pedir al comandante de la plaza el permiso necesario para disponer de cuatro caballos de posta, y que antes de media hora estén aquí enganchados a mi landó.
Todas las mujeres de la casa se aplicaron a hacer baúles. La duquesa se vistió a toda prisa un atavío de viaje, todo ello sin comunicar nada al conde; la idea de burlarse de él la entusiasmaba.
-Amigos míos -dijo a los domésticos congregados-, acabo de saber que mi pobre sobrino va a ser condenado en rebeldía por haber tenido la audacia de defender su vida contra un frenético, contra ese Giletti que quería matarle. Todos vosotros habéis podido ver lo dulce e inofensivo del carácter de Fabricio. Justamente indignada por esta injuria atroz, me traslado a Florencia. Dejo a cada uno de vosotros su soldada durante diez años; si os veis apurados, escribidme, y mientras yo tenga un cequí, siempre habrá algo para vosotros.
Stendhal, La Cartuja de Parma, Madrid, Alianza Editorial, 1978, pág 291-292, Seleccionado por Rosa María Perianes Calle, Segundo de Bachillerato, Curso 2014-2015.
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