lunes, 16 de marzo de 2015

Jules Verne, Viaje al centro de la tierra

     Tan curiosa isla debió, evidentemente, emerger del fondo de las aguas en una época relativamente moderna. Tal vez continúe elevándose aún por un movimiento insensible. De ser así, habría que atribuir forzosamente su origen a la acción de los fuegos subterráneos, en cuyo caso tanto la teoría de Humphry Davy como el documento de Saknussemm y las pretensiones de mi tío carecían de toda base. Esta hipótesis me condujo a examinar atentamente la naturaleza del suelo, lo que me reveló la sucesión de fenómenos que presidieron su formación.
     Islandia, absolutamente privada de terrenos sedimentarios, se compone únicamente de toba volcánica, es decir, de un conglomerado de piedras y rocas de una textura porosa. Antes de la existencia de los volcanes estaba formada por un poderoso macizo de origen eruptivo, lentamente elevado sobra las olas por el empuje de las fuerzas centrales. Todavía no había hecho irrupción los fuegos internos. Pero más tarde se abrió una amplia hendidura diagonalmente, del sudoeste al noroeste de la isla, por la cual se derramó, poco a poco, toda la pasta traquítica. La abertura era enorme y las materias en fusión, vomitadas por las entrañas del Globo, se extendieron tranquilamente en vastos mantos o en masas redondeadas. En esa época hicieron su aparición los feldespatos, las sienitas y los pórfidos.


Jueles Verne, Viaje al centro de la Tierra, Madrid, Alianza, 1985, página 121. Seleccionado por Alejandro López Sánchez. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.


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