lunes, 16 de marzo de 2015

Macbeth, William Shakespeare

                                            ESCENA VII


                                Galería del castillo de Macbeth
                             
                                 Macbeth y lady Macbeth


     Macbeth.- ¡Si bastara hacerlo..., pronto quedaba terminado! ¡Si con dar un golpe se atajaran las consecuencias y el éxito fuera seguro..., yo me lanzaría de cabeza desde el escollo de la duda al mar de una existencia nueva! Pero ¿cómo hacer callar a la razón qué incesante nos recuerda su máximas importunas, máximas que en la infancia aprendió y que luego son tortura del maestro? La implacable justicia nos hace apurar hasta las heces la copa de nuestro propio veneno. Yo debo doble fidelidad al rey Duncan. Primero, por pariente y vasallo. Segundo, porque le doy hospitalidad en mi castillo, y estoy obligado a defenderle de extraños enemigos en vez de empuñar yo el hierro homicida. Además, es tan buen rey, tan justo y clemente, que los ángeles de su guardia irán pregonando eterna maldición contra su asesino. La compasión, niño recién nacido, querubín desnudo, irá cabalgando en las invisibles alas del viento, para anunciar el crimen a los hombres, y el llanto y agudo clamor de los pueblos sobrepujará a la voz de los roncos vendavales. La ambición me impele a escalar la cima. ¿Pero rodaré por la pendiente opuesta? (A lady Macbeth.) ¿Qué sucede?
     Lady Macbeth.- La cena está acabada. ¿Por qué te retiraste tan pronto de la sala del banquete?
     Macbeth.- ¿Me has llamado?
     Lady Macbeth.- ¿No lo sabes?
     Macbeth.- Tenemos que renunciar a ese horrible propósito. Las mercedes del rey han llovido sobre mí. Las gentes me aclaman honrado y vencedor. Hoy he visto los arreos de la gloria, y no debo mancharlos tan pronto.



William Shakespeare, Macbeth, Madrid, Editorial EDAF , Colección Biblioteca Edaf , 1981, páginas 43 y 44, Seleccionado por Pablo del Castillo Baquerizo, Segundo de Bachillerato, Curso 2014-2015.

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