lunes, 16 de marzo de 2015

Las aventuras de Tom Sawyer

CAPÍTULO XII

     -Sí, señora, eso es, creo que sí.
     -¿Lo crees?
     -Sí, señora.
     La anciana empezó a agacharse y Tom la observaba con un interés acentuado por la ansiedad. Demasiado tarde se percató el chico del <> que llevaba ella. Por debajo del cubrecama asomaba el mango de la cuchara delatora. La tía Polly la recogió y la levantó. Tom se encogió un poco y bajó la mirada. La tía Polly lo agarró por donde solía- es decir, por la oreja- y la descargó en la cabeza un buen golpe con el dedal. 
     -Y ahora, dígame usted por qué quería tratar de esa manera al pobre animal.
     -Lo hice porque me dio lástima... Como él no tiene tía...
     -¡Que no tiene tía! ¡Serás majadero! ¿Y eso qué tiene que ver?
     -¡Huy, muchísimo! Porque si hubiera tenido tía, ¡ella misma lo hubiera abrasado! ¡Le hubiera achicharrado las entrañas sin más contemplaciones que si se tratara de un ser humano!
     La tía Polly sintió una repentina punzada de remordimiento. Aquello le hacía ver la cuestión desde otro punto de vista; lo que resultaba cruel para un gato podría también ser cruel para un muchacho. Empezó a ablandarse; lo sentía mucho. Se le humedecieron los ojos, puso la mano en la cabeza de Tom y dijo con dulzura:
     -Lo hice con las mejores intenciones Tom... Y además, Tom, creo que te ha hecho bien, hijo.
     Tom levantó los ojos a su cara con un imperceptible destello de malicia en medio de su seriedad.
     -Yo sé que tenías las mejores intenciones, tiíta, y yo también las tenía con Peter. Le hizo bien a él también. Nunca le he visto tan animado, desde hace...


     Mark Twain, Las aventuras de Tom Sawyer, Madrid, Ediciones generales Anaya, S.A., páginas 104, 105, 1984. Seleccionado por Andrea González García. Segundo de bachillerato, curso 2014-2015.

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