lunes, 29 de febrero de 2016

El escarabajo de oro.Los crímenes de la calle Morgue

       Hace muchos años trabé íntima amistad con un caballero llamado William Legrand. Descendía de una antigua familia protestante y en un tiempo había disfrutado de gran fortuna, hasta que una serie de desgracias lo redujeron a la pobreza. Para evitar el bochorno que sigue a tales desastres, abandono Nueva Orleans, la ciudad de sus abuelos, y se instaló en la isla de Sullivan, cerca de Charleston, en Carolina del Sur.                          
       Esta isla es muy curiosa. La forma casi por completo la arena del mar y tiene unas tres millas de largo. Su ancho no excede en ningún punto de un cuarto de milla. Se encuentra separada de tierra firme por un arroyo apenas perceptible, que se insinúa en una desolada zona de juncos y limo, residencia favorita de las fojas. Como cabe suponer, la vegetación es escasa o alcanza muy poca altura. No se ven árboles grandes o pequeños. Hacia el extremo occidental, donde se halla el Fuerte Moultrie y se alzan algunas miserables construcciones habitadas en verano por los que huyen del polvo y la agitación de Charleston, puede advertirse de la presencia del erizado palmito; pero, a excepción de la punta oeste y una franja de playa blanca y dura en la costa, la isla entera se halla cubierta por una densa maleza de arrayán, planta que tanto aprecian los horticultores de Gran Bretaña. Este absurdo alcanza con frecuencia quince o veinte pies de altura y forma en soto casi impenetrable a la vez que impregna el aire con su fragancia.

Los viajes de Gulliver, Jonathan Swift

     Al elegir las personas para todos los puestos oficiales, atienden más a las buenas costumbres que a la mayor cualificación profesional. Y dado que el gobierno es necesario a toda la humanidad, creen que la capacidad normal del entendimiento humano ha de convenir tanto a un oficio como a otro, y que la providencia nunca pretendió que el manejo de los asuntos públicos fuese un misterio, sólo comprensible por algunos pocos de inteligencia extraordinaria, de los que es raro que nazcan más de tres en cada generación; por el contrario, suponen que la verdad, la justicia, la templanza y demás virtudes están al alcance de cualquier nombre, y que su práctica, acompañada por la experiencia y la buena voluntad, capacitaría a cualquiera para servir a su país, excepto cuando se requieren los estudios de una carrera. Creían que la falta de virtudes morales estaba tan lejos de ser sustituida por dotes intelectuales superiores, que los cargos públicos nunca debían ponerse en tan peligrosas manos como son las de personas de tales aptitudes; y que al menos los errores cometidos con ignorancia pero con disposición virtuosa, nunca tendrían tan fatales consecuencias para el bienestar público como las acciones de un hombre cuya inclinación natural le hace propenso a la corrupción y posee gran capacidad para organizar, multiplicar y justificar sus corrupciones.
     De la misma manera, la falta de creencia en una providencia divina inhabilita a un hombre para ejercer cargos públicos, porque si los reyes se reconocen como representantes de la providencia, piensan los liliputienses que no puede haber nada más absurdo para un príncipe que tomar a su servicio a una clase de hombres que niegan la autoridad bajo la que él actúa.
     Cuando relato esta leyes y las que le siguen, quisiera que se me entendiera que me estoy refiriendo sólo a las instituciones originales, y no a las corrupciones más escandalosas en las que este pueblo ha caído, dada la condición degenerada de la naturaleza humana. Porque en lo que se refiere a aquella práctica infamante de lograr altos cargos danzando sobre un hilo, o señales de favor y distinciones por saltar sobre un bastón y arrastrarse bajo él, el lector deberá tener en cuenta que las introdujo por primera vez el abuelo del emperador ahora reinante, y que fue creciendo hasta el alto nivel de ahora a causa del progresivo incremento de partidos y facciones.

Jonathan Swift, Los viajes de Gulliver, Madrid, Unidad Editorial, colección Millenium, 1940, pág. 53.
Seleccionado por Paula Ginarte Pérez, Primero de Bachillerato, curso 2015-16.

viernes, 26 de febrero de 2016

Crimen y castigo, Fiodor Dostoievsky

    Últimamente se lo enseñaba a nuestra patrona. Aunque estaba a matar con esta mujer, lo hacía porque experimentaba la necesidad de vanagloriarse ante alguien de sus éxitos pasados y de evocar sus tiempos felices. Yo no se lo censuro, pues lo único que tiene son estos recuerdos: todo lo demás se ha desvanecido... Sí, es una dama enérgica, orgullosa, intratable. Se friega ella misma el suelo y come pan negro, pero no toleraría de nadie la menor falta de respeto. Aquí tiene usted explicado por qué no consintió las groserías de Lebeziatnikof; y cuando éste, para vengarse, le pegó ella tuvo que guardar cama, no a causa de los golpes recibidos, sino por razones de orden sentimental.
      Cuando me casé con ella, era viuda y tenía tres hijos de corta edad. Su primer matrimonio había sido de amor. El marido era un oficial de infantería con el que huyó de la casa paterna. Catalina adoraba a su marido, pero él se entregó al juego, tuvo asuntos con la justicia y murió. En los últimos tiempos, él le pegaba. Ella no se lo perdonó, lo sé positivamente; sin embargo, incluso ahora llora cuando lo recuerda, y establece entre él y yo comparaciones nada halagadoras para mi amor propio; pero yo la dejo, porque así ella se imagina, al menos, que ha sido algún día feliz. Después de la muerte de su marido, quedó sola con sus tres hijitos en una región lejana y salvaje, donde yo me encontraba entonces. Vivía en una miseria tan espantosa, que yo, que he visto los cuadros más tristes, no me siento capaz de describirla.
      Todos sus parientes la habían abandonado. Era orgullosa, demasiado orgullosa. Fue entonces, señor, entonces, como ya le he dicho, cuando yo, viudo también y con una hija de catorce años, le ofrecí mi mano, pues no podía verla sufrir de 11 aquel modo. El hecho de que siendo una mujer instruida y de una familia excelente aceptara casarse conmigo, le permitirá comprender a qué extremo llegaba su miseria. Aceptó llorando, sollozando, retorciéndose las manos; pero aceptó. Y es que no tenía adónde ir. ¿Se da usted cuenta, señor, se da usted cuenta exacta de lo que significa no tener dónde ir? No, usted no lo puede comprender todavía...
         Durante un año entero cumplí con mi deber honestamente, santamente, sin probar eso y señalaba con el dedo la media botella que tenía delante , pues yo soy un hombre de sentimientos. Pero no conseguí atraérmela. Entre tanto, quedé cesante, no por culpa mía, sino a causa de ciertos cambios burocráticos. Entonces me entregué a la bebida... Ya hace año y medio que, tras mil sinsabores y peregrinaciones continuas, nos instalamos en esta capital magnífica, embellecida por incontables monumentos. Aquí encontré un empleo, pero pronto lo perdí. ¿Comprende, señor? Esta vez fui yo el culpable: ya me dominaba el vicio de la bebida. Ahora vivimos en un rincón que nos tiene alquilado Amalia Ivanovna Lipevechsel. Pero ¿cómo vivimos, cómo pagamos el alquiler? Eso lo ignoro. En la casa hay otros muchos inquilinos: aquello es un verdadero infierno. Entre tanto, la hija que tuve de mi primera mujer ha crecido. En cuanto a lo que su madrastra la ha hecho sufrir, prefiero pasarlo por alto. Pues Catalina Ivanovna, a pesar de sus sentimientos magnánimos, es una mujer irascible e incapaz de contener sus impulsos...
        Sí, así es. Pero ¿a qué mencionar estas cosas? Ya comprenderá usted que Sonia no ha recibido una educación esmerada. Hace muchos años intenté enseñarle geografía e historia universal, pero como yo no estaba muy fuerte en estas materias y, además, no teníamos buenos libros, pues los libros que hubiéramos podido tener..., pues..., ¡bueno, ya no los teníamos!, se acabaron las lecciones. Nos quedamos en Ciro, rey de los persas. Después leyó algunas novelas, y últimamente Lebeziatnikof le prestó La Fisiología, de Lewis. Conoce usted esta obra, ¿verdad? A ella le pareció muy interesante, e incluso nos leyó algunos pasajes en voz alta. A esto se reduce su cultura intelectual. Ahora, señor, me dirijo a usted, por mi propia iniciativa, para hacerle una pregunta de orden privado. Una muchacha pobre pero honesta, ¿puede ganarse bien la vida con un trabajo honesto? No ganará ni quince kopeks al día, señor mío, y eso trabajando hasta la extenuación, si es honesta y no posee ningún talento. Hay más: el consejero de Estado Klopstock Iván Ivanovitch..., ¿ha oído usted hablar de él...?, no solamente no ha pagado a Sonia media docena de camisas de Holanda que le encargó, sino que la despidió ferozmente con el pretexto de que le había tomado mal las medidas y el cuello le quedaba torcido.

   Fiodor Dostoievsky, Crimen y castigo,
http://dgb.conaculta.gob.mx/coleccion_sep/libro_pdf/31000000403.pdf.
   Seleccionado por Lidia Rodríguez Suárez. Segundo de bachillerato. Curso 2015-2016.


Utopía, Tomás Moro


Los magistrados
Todos los años, cada grupo de treinta familias elige s u juez, llamado Sifogrante en laprimitiva lengua del país, y Filarca en la moderna. Cada diez sifograntes y sus correspondientes trescientas familias, están presididos por un protofilarca,antiguamente llamado Traniboro. Finalmente, los doscientos sifograntes, después de haber jurado que elegirán a quien juzguen más apto, eligen en voto secreto y proclaman príncipe a uno de los cuatro ciudadanos nominados por el pueblo. La razón de esto es que la ciudad está dividida en cuatro distritos, cada uno de los, cuales presenta su candidato al senado. El principado es vitalicio, a menos que el príncipe sea sospechoso de aspirar a la tiranía. Por su parte los traniboros se someten todos los años a la reelección, si bien no se les cambia sin graves razones. Los demás magistrados son renovados todos los años.
Cada tres días, incluso con más frecuencia, si así lo piden las circunstancias, los traniboros, presididos por el príncipe, se reúnen en consejo. Deliberan sobre los a suntos públicos y dirimen con rapidez los varios conflictos q que pudieran surgir entre los particulares. Invitan siempre a las deliberaciones del senado a dos sifograntes, que son distintos cada sesión.
La ley establece que las mociones o problemas de interés general sean discutidos en el
senado tres días antes de ser ratificados o decretados. Por otra parte, se considera como
un crimen capital, tomar decisiones sobre los intereses de interés público fuera del Senado o al margen de las asambleas locales. Tal reglamentación se dirige a impedir que tanto el Príncipe como los traniboros conspiren contra el pueblo, le opriman por la tiranía cambiándose así la forma de gobierno. Por esta misma razón, todas las decisiones importantes son llevadas a las asambleas de los Sifograntes. Estos las exponen a las familias de las que son representantes, no sin discutirlas con ellas antes de devolver las
conclusiones al senado.
En ocasiones el asunto se presenta al consejo de toda la isla. Por otra parte, uno de los usos del senado es no discutir asunto alguno el día mismo que se presenta por primera vez. Prefieren postponerlo para la sesión próxima. De este modo se evita el que alguien exprese lo que primero le viene a los labios. Y sobre todo, que comience a dar razones que justifiquen su manera de pensar, sin tratar de decidir lo mejor para la comunidad y sacrificando el bien público a su reputación. Tanto más, por absurdo que pueda parecer, que le avergüenza admitir que su primera idea fue precipitada, y que debió reflexionar antes de hablar.

Tomás Moro,  Utopía, www.biblioteca.org.ar/libros/300883.pdf
Seleccionado por Clara Fuentes Gómez, Segundo de Bachillerato. Curso 2015-2016.


La hija del capitan, Alexander Pushkin



Yo quedé completamente convencido y me dediqué al aprendizaje con gran aplicación. Surin me animaba con voz fuerte; se sorprendía de mis rápidos progresos y al cabo de varias lecciones me propuso que jugáramos dinero, no más de un groshf, no por ganar, sino sólo por no jugar de balde, lo cual, según él, era una de las peores costumbres. También accedí a ello, y Surin pidió ponche y me convenció de que lo probara, repitiendo que había que acostumbrarse al servicio y que sin ponche no hay servicio. Le hice caso. Entre tanto, nuestro juego seguía adelante. Cuanto más sorbía de mi vaso, más valiente me sentía. A cada instante las bolas volaban por encima del borde de la mesa; yo me acaloraba, reñía al mozo, que contaba según le parecía, constantemente subía la apuesta... ; en una palabra, me portaba como un chiquillo recién liberado de la tutela familiar. El tiempo pasó sin que me diera cuenta. Surin miró el reloj, dejó el taco y me anunció que yo había perdido cien rubios. Esto me azoró un poco: mi dinero lo guardaba Savélich. Empecé a disculparme, pero Surin me interrumpió: -¡Por favor! No te preocupes. No me corre ninguna prisa, y mientras tanto vamos a ver a Arinushka. ¿Qué iba a hacer? El final del día fue tan indecoroso corno el principio. Cenamos en casa de Arinushka. Surin me servía vino constantemente, repitiendo que había que acostumbrarse al servicio. Al levantarme de la mesa, apenas podía tenerme en pie. A media noche Surin me llevó a la hostería.
 Alexander Pushkin, La hija de   capitán,  http://www.edu.mec.gub.uy/biblioteca_digital/libros/P/Pushkin,%20Alexander%20-%20La%20hija%20del%20capitan.pdf, seleccionado por Julia Mateos Gutiérrez, segundo de bachillerato curso 2015-2016.

El Cid, Corneille


ESCENA TERCERA .La Infanta, Jimena, Leonor 

LA INFANTA.—Sosiega, Jimena, sosiega tu dolor; hazte fuerte contra esa desventura. Volverás a  encontrar la calma, tras esa débil tempestad; tu dicha no se ha ensombrecido sino por una nube ligera y no has perdido nada por verla diferida. 
JIMENA.—Mi corazón, lleno de pesadumbre. no  se atreve a esperar nada. Una tempestad tan imprevista, turbando la bonanza, nos trae el  anuncio de un seguro naufragio: no podría dudarlo y yo pereceré en el puerto. Amaba, era amada, y nuestros padres estaban de acuerdo; os refería la dichosa nueva, en el mismo desventurado instante en que nacía su querella, cuyo fatal relato, tan pronto como os ha sido hecho, ha destruído el cumplimiento de tan dulce esperanza. ¡Maldita ambición, locura detestable, de la que hasta los más nobles sufren la tiranía! ¡Honra tan sin piedad para mis vehementes deseos, cuántas lágrimas y gemidos vas a costarme! 
LA INFANTA.—Nada tienes que temer en su disputa: en un instante surgió y en un instante desaparecerá. Ha hecho demasiado ruido para que no pueda concertarse, y es ya el rey quien los quiere reconciliar. Bien sabes que mi corazón, tan sensible a tus inquietudes, hará lo imposible por hacerlas desaparecer. 

Corneille, El Cidhttps://marisabelcontreras.files.wordpress.com/2013/11/el-cid.pdf,
Seleccionado por Daniel Carrasco Carril, segundo de bachillerato, curso 2015-2016.

los tres mosqueteros, Alexandre Dumas

     Al salir de la habitación paterna, el joven encontró a su madre, que lo esperaba con la famosa receta cuyo empleo los consejos que acabamos de referir debían hacer bastante frecuente. Los adioses fueron por este lado más largos y tiernos de lo que habían sido por el otro, no porque el señor D'Artagnan no amara a su hijo, que era su único vástago, sino porque el señor D'Artagnan era hombre, y hubiera considerado indigno de un hombre dejarse llevar por la emoción, mientras que la señora D'Artagnan era mujer y, además, madre. Lloró en abundancia y, digámoslo en alabanza del señor D'Artagnan hijo, por más esfuerzo que él hizo por aguantar sereno como debía estarlo un futuro mosquetero, la naturaleza pudo más, y derramó muchas lágrimas de las que a duras penas consiguió ocultar la mitad. El mismo día el joven se puso en camino, provisto de los tres presentes paternos y que estaban compuestos, como hemos dicho, por trece escudos, el caballo y la carta para el señor de Tréville; como es lógico, los consejos le habían sido dados por añadidura. Con semejante vademécum, D'Artagnan se encontró, moral y físicamente, copia exacta del héroe de Cervantes, con quien tan felizmente le hemos comparado cuando nuestros deberes de historiador nos han obligado a trazar su retrato. Don Quijote tomaba los molinos de viento por gigantes y los carneros por ejércitos: D'Artagnan tomó cada sonrisa por un insulto y cada mirada por una provocación. De ello resultó que tuvo siempre el puño apretado desde Tarbes hasta Meung y que, un día con otro, llevó la mano a la empuñadura de su espada diez veces diarias; sin embargo, el puño no descendió sobre ninguna mandíbula, ni la espada salió de su vaina. Y no es que la vista de la malhadada jaca amarilla no hiciera florecer sonrisas en los rostros de los que pasaban; pero como encima de la jaca tintineaba una espada de tamaño respetable y encima de esa espada brillaba un ojo más feroz que noble, los que pasaban reprimían su hilaridad, o, si la hilaridad dominaba a la prudencia, trataban por lo menos de reírse por un solo lado, como las máscaras antiguas. D'Artagnan permaneció, pues, majestuoso a intacto en su susceptibilidad hasta esa desafortunada villa de Meung. Pero aquí, cuando descendía de su caballo a la puerta del Franc Meunier sin que nadie, hostelero, mozo o palafrenero, hubiera venido a coger el estribo de montar, D'Artagnan divisó en una ventana entreabierta de la planta baja a un gentilhombre de buena estatura y altivo gesto aunque de rostro ligeramente ceñudo, hablando con dos personas que parecían escucharle con deferencia. D'Artagnan, según su costumbre, creyó muy naturalmente ser objeto de la Comentario [L17]: El castillo de los D'Artagnan, que pertenecía a la familia materna, estuvo en la región de Bigorre, cuya ciudad principal era Tarbes. conversación y escuchó. Esta vez D'Artagnan sólo se había equivocado a medias: no se trataba de él, sino de su caballo. El gentilhombre parecía enumerar a sus oyentes todas sus cualidades y como, según he dicho, los oyentes parecían tener gran deferencia hacia el narrador, se echaban a reír a cada instante. Como media sonrisa bastaba para despertar la irascibilidad del joven, fácilmente se comprenderá el efecto que en él produjo tan ruidosa hilaridad.


Dumas , Alexandre, Los tres mosqueteros, http://getafe.es/wp-content/uploads/Dumas-Alejandro-Los-Tres-Mosqueteros.pdf, seleccionado por Paola Moreno Díaz, segundo de bachillerato, curso 2015-2016.

Otelo, William Shakespeare


OTELO 
Noble Montano, siempre fuisteis respetado. 
El decoro y dignidad de vuestra juventud 
son bien notorios y grande es vuestro nombre 
en boca del sabio. ¿Qué os ha hecho 
malgastar de este modo vuestra fama 
y cambiar el regio nombre de la honra 
por el de pendenciero? Contestadme. 
MONTANO 
Noble Otelo, estoy muy malherido. 
Yago, vuestro alférez, puede informaros 
de todo lo que sé, ahorrándome palabras 
que me cuestan. Y no sé que esta noche 
yo haya dicho o hecho nada malo, 
a no ser que sea pecado la caridad 
con uno mismo o la defensa propia 
cuando nos asalta la violencia. 
OTELO 
¡Dios del cielo! 
La sangre empieza a dominarme la razón 
y la pasión, que me ha ofuscado el juicio,
va a imponerse. ¡Voto a ... ! Con que me mueva 
o levante este brazo, el mejor de vosotros 
cae bajo mi furia. Hacedme saber 
cómo empezó tan vil tumulto y quién lo provocó, 
y el culpable de esta ofensa, aunque sea 
mi hermano gemelo, para mí está perdido. 
En una ciudad de guarnición, aún inquieta, 
con la gente rebosando de pavor, 
¿emprender una pelea particular 
en plena noche y en el puesto de guardia? 
Es demasiado. Yago, ¿quién ha sido? 
MONTANO 
Si por parcialidad o lealtad de compañero 
no te ajustas al rigor de la verdad, 
no eres soldado. 
YAGO 
No toquéis esa fibra. 
Que me arranquen esta lengua 
antes que ofender a Miguel Casio. 
Aunque creo que decir la verdad
no puede dañarle. Oídla, general. 
Conversando Montano y yo, 
viene uno clamando socorro 
y Casio detrás con espada amenazante, 
dispuesto a arremeter. Este caballero 
se interpone y pide a Casio que se calme. 
Yo salí tras el tipo que gritaba, 
temiendo que sus voces, como luego sucedió, 
espantaran a las gentes. Mas fue veloz, 
logró escapar, y yo volví al instante, 
porque oí un chocar y golpear de espadas 
y a Casio maldiciendo, lo que no había oído 
hasta esta noche. Cuando volví,
que fue en seguida, los vi enzarzados 
a golpes y estocadas, igual que cuando vos 
después los separasteis. 
De este asunto no puedo decir más. 
Los hombres son hombres, y hasta el mejor 
se desquicia. Aunque Casio le ha hecho algo, 
pues la furia no perdona al más amigo, 
me parece que Casio también recibió 
del fugitivo algún insulto grave 
que no tenía perdón. 
OTELO 
Ya veo, Yago, 
que tu afecto y lealtad suavizan la cuestión 
en beneficio de Casio. Casio, aunque os aprecio, 
nunca más seréis mi oficial

William Shakeapeare,  Otelo, infojur.ufsc.br/aires/arquivos/ShakespeareOtelo.pdf
Seleccionado por Clara Fuentes Gómez, Segundo de Bachillerato. Curso 2015-2016.

El príncipe, Nicolás Maquiavelo.


     CAPÍTULO V 
 DE QUE MODO HAY QUE GOBERNAR LAS CIUDADES O PRINCIPADOS QUE, ANTES DE SER OCUPADOS, SE REGÍAN POR SUS PROPIAS LEYES 

    Hay tres modos de conservar un Estado que, antes de ser adquirido, estaba  acostumbrado  a  regirse  por  sus  propias  leyes  y  a  vivir  en  libertad:  primero, destruirlo;  después,  radicarse  en  él;  por  último,  dejarlo  regir  por  sus  leyes, obligarlo  a  pagar  un  tributo  y  establecer  un  gobierno  compuesto  por  un  corto número  de  personas,  para  que  se  encargue  de  velar  por  la  conquista.  Como  ese gobierno  sabe  que  nada  puede  sin  la  amistad  y  poder  del  príncipe,  no  ha  de reparar  en  medios  para  conservarle  el  Estado.  Porque  nada  hay  mejor  para conservar —si se la quiere conservar— una ciudad acostumbrada a vivir libre que hacerla gobernar por sus mismos ciudadanos. 
       Ahí  están  los  espartanos  y  romanos  como  ejemplo  de  ello.  Los  espartanos ocuparon a Atenas y Tebas, dejaron en ambas ciudades un gobierno oligárquico, y, sin  embargo,  las  perdieron.  Los  romanos,  para  conservar  a  Capua,  Cartago  y Numancia, las arrasaron, y no las perdieron. Quisieron conservar a Grecia como lo habían hecho los espartanos, dejándole sus leyes y su libertad, y no tuvieron éxito: de modo que se vieron obligados a destruir muchas ciudades de aquella provincia para  no  perderla.  Porque,  en  verdad,  el  único  medio  seguro  de  dominar  una ciudad  acostumbrada  a  vivir  libre  es  destruirla.  Quien  se  haga  dueño  de  una ciudad así y no la aplaste, espere a ser aplastado por ella. Sus rebeliones siempre tendrán  por  baluarte  el  nombre  de  libertad  y  sus  antiguos  estatutos,  cuyo  hábito nunca podrá hacerle perder el tiempo ni los beneficios. Por mucho que se haga y se prevea,  si  los  habitantes  no  se  separan  ni  se  dispersan,  nadie  se  olvida  de  aquel nombre  ni  de  aquellos  estatutos,  y  a  ellos  inmediatamente  recurren  en  cualquier contingencia, como hizo Pisa luego de estar un siglo bajo el yugo florentino. Pero cuando las ciudades o provincias están acostumbradas a vivir bajo un príncipe, y por la extinción de éste y su linaje queda vacante el gobierno, como por un lado los habitantes están habituados a obedecer y por otro no tienen a quién, y no se ponen de acuerdo para elegir a uno de entre ellos, ni saben vivir en libertad, y por último tampoco  se  deciden  a  tomar  las  armas  contra  el  invasor,  un  príncipe  puede fácilmente conquistarlas y retenerlas. En las repúblicas, en cambio, hay más vida, más  odio,  más  ansias  de  venganza.  El  recuerdo  de  su  antigua  libertad  no  les concede, no puede concederles un solo momento de reposo. Hasta tal punto que el mejor camino es destruirlas o radicarse en ellas. 

Nicolás Maquiavelo, El príncipehttp://www.ciudadoriental.com/elprincipe.pdf, texto seleccionado por Daniel Carrasco Carril, segundo de bachillerato, curso 2015-2016.

Werther, WOLFGANG JOHANN GOETHE

¡Cuánto me alegro de haber partido! ¿Qué es, amigo mío, el corazón del hombre? ¡Dejarte, a quien tanto amo y de quien era inseparable, y sin embargo estar feliz! Sé que me perdonas. ¿No estaban preparadas por el destino esas otras amistades para atormentar mi corazón? ¡Pobre Leonor! Pero no fue mi culpa. ¿Podía yo pensar que mientras las graciosas travesuras de su hermana me divertían, se encendía en su pecho tan terrible pasión? Sin embargo, ¿soy inocente del todo? ¿No fomenté y entretuve sus sentimientos? ¿No me complacía en sus naturalísimos arranques que nos hacían reír a menudo por poco dignos de risa que fueran? ¿No he sido…? ¿Pero qué es el hombre para quejarse de sí? Quiero y te lo prometo, amigo mío, enmendar mi falta; no volveré, como hasta ahora, a rumiar ni un poco de las amarguras que nos pone el destino; voy a gozar de lo actual y lo pasado como si no existiera. En verdad tienes mucha razón, querido amigo; los hombres sentirían menos sus trastornos (Dios sabrá por qué lo hizo así) de no ocupar su imaginación con tanta frecuencia y con tal esmero en recordar los males pasados, en vez de en hacer soportable lo presente. Te ruego digas a mi madre que no olvido sus encargos y que en breve te hablaré de ellos. He visto a mi tía, esa mujer que goza de tan mala reputación en casa, y está muy lejos de merecerme mal concepto: es vivaracha y apasionada, tal vez, pero de estupendo corazón. Le expliqué todo lo relacionado con la retención de la parte de herencia de mi madre y ella me expresó las razones que tenía para actuar así, me dijo las condiciones por las que estaba dispuesta a entregarme no sólo lo que se le pide, sino más. En fin, por hoy no me extenderé en este tema; dile a mi madre que todo estará bien. Estoy convencido de que la negligencia y las discusiones producen en este mundo más daños y trastornos que la malicia y la maldad. Por lo menos, éstas no abundan tanto. Estoy aquí en la gloria. La soledad en este país encantador es el bálsamo perfecto para mi corazón, tan dado a las emociones fuertes; y la estación del momento, en la que todo se renueva y rejuvenece, derrama sobre él un suave calor. Cada árbol, cada seto, es un ramillete de flores; le dan a uno ganas de volverse abejorro o mariposa para sumergirse en el mar de perfume y respirar el aromático alimento. La ciudad en sí es desagradable, pero en sus cercanías, en cambio, la naturaleza hace gala y ostentación de bellezas inefables. Esto fue lo que movió al difunto conde de M*** a plantar un jardín en uno de estos oteros que con gran variedad forman los valles más deliciosos. El jardín es muy sencillo y en cuanto se entra en él, se nota que no se trazó por una mano de hábil jardinero, sino por un corazón sensible que quería deleitarse. Mucho he llorado al recordarle en las ruinas de un pabellón que era su retiro predilecto y que también se ha hecho el mío. Pronto será el dueño del jardín; estoy aquí desde hace pocos días y el jardinero siempre se muestra muy atento y afectuoso conmigo. No lo perderá.



GOETHE,WOLFGANG JOHANN , Werther,  https://ciervalengua.files.wordpress.com/2011/01/werther-texto1.pdf
      Seleccionado por Paola Moreno Díaz, Segundo de Bachillerato, Curso 2015-2016.





Retrato de un adolescente, James Joyce

El día siguiente aportó consigo muerte y juicios y con ellos el despertar del alma de Stephen de su inerte desesperación. La vaga vislumbre de miedo se convirtió ahora en espanto cuando la voz ronca del predicador fue introduciendo la idea de la muerte en su alma. Sufrió todas las miserias de la agonía. Sintió el escalofrío de la muerte que se apoderaba de sus extremidades y se deslizaba hacia el corazón; el velo de la muerte que le velaba los ojos; cómo se iban apagando cual lámparas los centros animados de su cerebro; el postrer sudor que rezumaba de la piel; la impotencia de los miembros moribundos; la palabra que se iba haciendo torpe e indecisa, extinguiéndose poco a poco; el palpitar del corazón, cada vez más tenue, más tenue, casi rendido ya, y el soplo, el pobre soplo vital, el triste e inerte espíritu humano, sollozante y suspirante, en un ronquido, en un estertor, allá en la garganta. ¡No hay salvación! ¡No hay salvación! El —él mismo— aquel cuerpo al cual se había entregado en vida, era quien moría. ¡A la sepultura con él! ¡A clavetear bien ese cadáver en una caja de madera! ¡A sacarlo de la casa a hombros de mercenarios! ¡Que lo arrojen fuera de la vista de los hombres en un hoyo largo, a pudrirse, a servir de pasto a una masa bullidora de gusanos, a ser devorado por las ratas de remos ágiles y fofo bandullo!

James Joyce, Retrato de un adolescente, http://biblio3.url.edu.gt/Libros/joyce/retrato.pdf.
Seleccionado por Lidia Rodríguez Suárez. Segundo de bachillerato. Curso 2015-2016.


El corazón de las tinieblas, Joseph Conrad

    Inmediatamente se produjo un cambio en las aguas; la serenidad se volvió menos brillante pero más profunda. El viejo río reposaba tranquilo, en toda su anchura, a la caída del día, después de siglos de buenos servicios prestados a la raza que poblaba sus márgenes, con la tranquila dignidad de quien sabe que constituye un camino que lleva a los más remotos lugares de la tierra. Contemplamos aquella corriente venerable no en el vívido flujo de un breve día que llega y parte para siempre, sino en la augusta luz de una memoria perenne. Y en efecto, nada le resulta más fácil a un hombre que ha, como comúnmente se dice, "seguido el mar" con reverencia y afecto, que evocar el gran espíritu del pasado en las bajas regiones del Támesis. La marea fluye y refluye en su constante servicio, ahíta de recuerdos de hombres y de barcos que ha llevado hacia el reposo del hogar o hacia batallas marítimas. Ha conocido y ha servido a todos los hombres que han honrado a la patria, desde sir Francis Drake hasta sir John Franklin, caballeros todos, con título o sin título... grandes caballeros andantes del mar. Había transportado a todos los navíos cuyos nombres son como resplandecientes gemas en la noche de los tiempos, desde el Golden Hind, que volvía con el vientre colmado de tesoros, para ser visitado por su majestad, la reina, y entrar a formar parte de un relato monumental, hasta el Erebus y el Terror, destinados a otras conquistas, de las que nunca volvieron. Había conocido a los barcos y a los hombres. Aventureros y colonos partidos de Deptford, Greenwich y Erith; barcos de reyes y de mercaderes; capitanes, almirantes, oscuros traficantes animadores del comercio con Oriente, y "generales" comisionados de la flota de la India. Buscadores de oro, enamorados de la fama: todos ellos habían navegado por aquella corriente, empuñando la espada y a veces la antorcha, portadores de una chispa del fuego sagrado. ¡Qué grandezas no habían flotado sobre la corriente de aquel río en su ruta al misterio de tierras desconocidas!... Los sueños de los hombres, la semilla de organizaciones internacionales, los gérmenes de los imperios.


        Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas, http://mural.uv.es/deladel/El%20corazon%20de%20las%20tinieblas.pdf.
        Seleccionado por Lidia Rodriguez Suárez. Segundo de bacchillerato. Curso 2015-2016.

La cartuja de Parma, Stendhal


  El marqués profesaba un odio vigoroso a la ilustración y a las luces. Las ideas, decía, son las que han perdido a Italia. Y no sabía cómo conciliar este santo horror de la instrucción con el deseo de ver a su hijo Fabricio perfeccionar la educación que había comenzado tan brillantemente con los jesuitas. Para no arriesgarse mucho, encargó al buen abate Blanes, cura de Grianta, que continuase los estudios de latín de Fabricio. Para ello hubiera sido preciso que el cura mismo supiera esta lengua; mas el cura despreciaba el latín y sus conocimientos en este punto se limitaban a recitar de memoria las oraciones de su misal y a explicar su sentido aproximado a los feligreses. No por eso el cura dejaba de ser muy respetado y hasta temido en la comarca; siempre había dicho que la célebre profecía de San Giovita, patrón de Brescia, no se cumpliría ni en trece semanas ni en trece meses. Y cuando hablaba con amigos seguros añadía que ese número trece tenía que ser interpretado de un modo que llenaría de estupor a mucha gente, si fuera permitido decirlo todo (1813) . El hecho es que el abate Blanes, personaje de una honradez y una virtud primitivas y además hombre de talento, se pasaba las 30 noches en lo alto del campanario; tenía la obsesión de la astrología. Después de pasarse el día calculando conjunciones y posiciones estelares, empleaba la mayor parte de las noches observando el cielo. Como era pobre, no tenía más instrumentos que una lente larga con el tubo de cartón. Puede fácilmente pensarse qué desprecio no sentía por el estudio de las lenguas, un hombre que se pasaba la vida descubriendo la época precisa en que habían de derrumbárselos imperios y estallar las revoluciones que cambian la faz del mundo. Cuando me han enseñado que caballo en latín se dice equus, ¿qué es decía a Fabricio lo que he aprendido de nuevo acerca de ese animal?

Stendhal, La cartuja de Parma, http://www.edu.mec.gub.uy/biblioteca_digital/libros/s/Stendhal%20-%20La%20cartuja%20de%20Parma.pdf, seleccionado por Julia Mateos Gutiérrrez, segundo de bachilletaro,curso 2015-2016.

Orgullo y perjuicio, Jane Austen


           


        Elizabeth estaba sentada con su madre y sus hermanas meditando sobre lo que había escuchado y  sin saber si debía o no contarlo, cuando apareció el propio Sir William Lucas, enviado por su hija, para  anunciar el compromiso a la familia. Entre muchos cumplidos y congratulándose de la unión de las dos  casas, reveló el asunto a una audiencia no sólo estupefacta, sino también incrédula, pues la señora Bennet,  con más obstinación que cortesía, afirmó que debía de estar completamente equivocado, y Lydia, siempre 
indiscreta y a menudo mal educada, exclamó alborotadamente: 

    ––¡Santo Dios! ¿Qué está usted diciendo, sir William? ¿No sabe que el señor Collins quiere 
casarse con Elizabeth? 
         Sólo la condescendencia de un cortesano podía haber soportado, sin enfurecerse, aquel  comportamiento; pero la buena educación de sir William estaba por encima de todo. Rogó que le  permitieran garantizar la verdad de lo que decía, pero escuchó todas aquellas impertinencias con la más  absoluta corrección. 

Elizabeth se sintió obligada a ayudarle a salir de tan enojosa situación, y confirmó sus palabras, 
revelando lo que ella sabía por la propia Charlotte. Trató de poner fin a las exclamaciones de su madre y de 
sus hermanas felicitando calurosamente a sir William, en lo que pronto fue secundada por Jane, y  comentando la felicidad que se podía esperar del acontecimiento, dado el excelente carácter del señor 
Collins y la conveniente distancia de Hunsford a Londres. 

La señora Bennet estaba ciertamente demasiado sobrecogida para hablar mucho mientras sir 
William permaneció en la casa; pero, en cuanto se fue, se desahogó rápidamente. Primero, insistía en no 
creer ni una palabra; segundo, estaba segura de que a Collins lo habían engañado; tercero, confiaba en que 
nunca serían felices juntos; y cuarto, la boda no se llevaría a cabo. Sin embargo, de todo ello se desprendían 
claramente dos cosas: que Elizabeth era la verdadera causa de toda la desgracia, y que ella, la señora 
Bennet, había sido tratada de un modo bárbaro por todos. El resto del día lo pasó despotricando, y no hubo 
nada que pudiese consolarla o calmarla. Tuvo que pasar una semana antes de que pudiese ver a Elizabeth 
sin reprenderla; un mes, antes de que dirigiera la palabra a sir William o a lady Lucas sin ser grosera; y 
mucho, antes de que perdonara a Charlotte.

           El estado de ánimo del señor Bennet ante la noticia era más tranquilo; es más, hasta se alegró,
porque de este modo podía comprobar, según dijo, que Charlotte Lucas, a quien nunca tuvo por muy lista,
era tan tonta como su mujer, y mucho más que su hija.

           Jane confesó que se había llevado una sorpresa; pero habló menos de su asombro que de sus
sinceros deseos de que ambos fuesen felices, ni siquiera Elizabeth logró hacerle ver que semejante felicidad
era improbable. Catherine y Lydia estaban muy lejos de envidiar a la señorita Lucas, pues Collins no era
más que un clérigo y el suceso no tenía para ellas más interés que el de poder difundirlo por Meryton.

         Lady Lucas no podía resistir la dicha de poder desquitarse con la señora Bennet manifestándole el
consuelo que le suponía tener una hija casada; iba a Longbourn con más frecuencia que de costumbre para
contar lo feliz que era, aunque las poco afables miradas y los comentarios mal intencionados de la señora
Bennet podrían haber acabado con toda aquella felicidad.

              Entre Elizabeth y Charlotte había una barrera que les hacía guardar silencio sobre el tema, y
Elizabeth tenía la impresión de que ya no volvería a existir verdadera confianza entre ellas. La decepción  que se había llevado de Charlotte le hizo volverse hacia su hermana con más cariño y admiración que
nunca, su rectitud y su delicadeza le garantizaban que su opinión sobre ella nunca cambiaría, y cuya
felicidad cada día la tenía más preocupada, pues hacía ya una semana que Bingley se había marchado y
nada se sabía de su regreso.


J.Austen, Orgullo y perjuicio ,www.educ.mec.gub.uy/b/biblioteca_digital/libros/a/austen
Seleccionado por Maria Alegre Trujillo, Segundo de bachillerato. Curso 2015-2016




Macbeth, William Shakespeare

Entra un MENSAJERO.
 ¿Qué nuevas traes?
MENSAJERO: El rey viene esta noche.
LADY MACBETH :¿Qué locura dices? ¿Tu señor no le acompaña? Me habría avisado para que preparase la acogida.
 MENSAJERO: Con permiso, es cierto: el barón se acerca. Se le ha adelantado uno de mis compañeros, que, extenuado, apenas tenía aliento para decir su mensaje.
LADY MACBETH :Cuídale bien; trae grandes noticias.
Sale el MENSAJERO.
 Hasta el cuervo está ronco de graznar la fatídica entrada de Duncan bajo mis almenas. Venid a mí, espíritus que servís a propósitos de muerte, quitadme la ternura y llenadme de los pies a la cabeza de la más ciega crueldad. Espesadme la sangre, tapad toda entrada y acceso a la piedad para que ni pesar ni incitación al sentimiento quebranten mi fiero designio, ni intercedan entre él y su efecto. Venid a mis pechos de mujer y cambiad mi leche en hiel, espíritus del crimen, dondequiera que sirváis a la maldad en vuestra forma invisible. Ven, noche espesa, y envuélvete en el humo más oscuro del infierno para que mi puñal no vea la herida que hace ni el cielo asome por el manto de las sombras gritando: « ¡Alto, alto!»
Entra MACBETH.
 ¡Gran Glamis, noble Cawdor y después aún más grande por tu proclamación! Tu carta me ha elevado por encima de un presente de ignorancia, y ya siento el futuro en el instante.
MACBETH: Mi querido amor, Duncan viene esta noche.



           Shakespeare, William, Macbeth, http://www.edu.mec.gub.uy/biblioteca_digital/libros/s/Shakespeare%20-%20Macbeth.pdf
           Seleccionado por Paola Moreno Díaz. Segundo de bachillerato, curso 2015-2016.

Don Juan o el convidado de piedra, Molière


SGANARELLE: (Viendo a MATURINA) ¡Ah, ah!
MATURINA: (A DON JUAN) Señor ¿qué hacéis ahí con Carlota? ¿Le estáis hablando de amor también?
DON JUAN: (Bajo a MATURINA) No, al contrario, es ella la que anhela ser mi mujer, y yo le contestaba que estaba comprometido con vos.
CARLOTA: (A DON JUAN) ¿Qué os quiere Maturina?
DON JUAN: (Bajo a CARLOTA) Está celosa de verme hablaros, y quisiera realmente que me casase con ella; más le he dicho que es a vos a quien amo.
MATURINA: ¡Cómo, Carlota...!
DON JUAN: (Bajo a MATURINA) Todo cuanto le digáis será inútil; se le ha metido eso en la cabeza
CARLOTA: ¡Cómo, Maturina...!
DON JUAN: (Bajo a CARLOTA) Le hablaréis en vano: no le quitaréis ese antojo
MATURINA: Pero ¿es que...?
DON JUAN: (Bajo a MATURINA) No hay manera de hacerla entrar en razón
CARLOTA: Yo quisiera
DON JUAN: (Bajo a CARLOTA) Es tan terca como todos los diablos
MATURINA: Realmente...
DON JUAN: (Bajo a MATURINA) No le digáis nada; es una loca
CARLOTA: Yo creo...
DON JUAN: (Bajo a CARLOTA) Dejadla; es una extravagante
MATURINA: No, no; tengo que hablarle
CARLOTA: Quiero conocer tus motivos
MATURINA: ¡Cómo!
DON JUAN: (Bajo a MATURINA) Apuesto a que va a deciros que le he prometido casarme con ella.
CARLOTA: Yo...
DON JUAN: (Bajo a CARLOTA) Apuesto a que va a sosteneros que le he dado palabra de hacerla mi esposa.
MATURINA: ¡Hola Carlota! No está bien eso de querer meterse en el cercado ajeno.
CARLOTA: No es honrado, Maturina, que no sintáis celos porque el señor me hable.


Molière, Don Juan o el convidado de piedra, www.vayamosalteatro.com/uploaded/imgteatro_espectaculos_pdf/192f9e832cb036e3d176d7b018a7915f.pdf
Seleccionado por Clara Fuentes Gómez, Segundo de Bachillerato. Curso 2015-2016.


Los miserables, Víctor Hugo

Una hora después, en la oscuridad de la noche, dos hombres y una niña se presentaban en el número 62 de la calle Picpus. El más viejo de los dos cogió el aldabón y llamó. Eran Fauchelevent, Jean Valjean y Cosette. Los dos hombres habían ido a buscar a la niña a casa de la frutera, donde la había dejado Fauchelevent la víspera. Cosette había pasado esas veinticuatro horas sin comprender nada y temblando en silencio. Temblaba tanto, que no había llorado, no había comido ni dormido. La pobre frutera le había hecho mil preguntas sin conseguir más respuesta que una mirada triste, siempre la misma. Cosette no había dejado traslucir nada de lo que había oído y visto en los dos últimos días. Adivinaba que estaba atravesando una crisis y que era necesario ser prudente. ¡Quién no ha experimentado el terrible poder de estas tres palabras pronunciadas en cierto tono al oído de un niño aterrado: "¡No digas nada!" El miedo es mudo. Por otra parte, nadie guarda tan bien un secreto como un niño. Fauchelevent era del convento y sabía la contraseña. Todas las puertas se abrieron. Así se resolvió el doble y difícil problema: salir y entrar. La priora, con el rosario en la mano, los esperaba ya, acompañada de una madre vocal con el velo echado sobre la cara. Una débil luz aclaraba apenas el locutorio. La priora examinó a Jean Valjean. Nada escudriña tanto como unos ojos bajos.(...)



Hugo, Víctor, los miserables, http://www.claseshistoria.com/general/pdf/miserables.pdf , seleccionado por Paola Moreno Díaz, segundo de bachillerato, curso 2015-2016

lunes, 22 de febrero de 2016

El capitán de Polestar

      Seguimos rodeados de enormes campos de hielo. El que se extiende hacia el norte de nosotros, y al que está aferrada nuestra ancla de hielos, no puede tener una superficie menor que un condado de Inglaterra.

Pelo de zanahoria, Jules Renard

                                                      EL DÍA DE AÑO NUEVO

       Nieva. Para que sea un buen día de año nuevo, tiene que nevar.
       La señora Lepic ha dejado prudentemente la puerta del patio con el cerrojo echado. Unos chiquillos están ya moviendo el pestillo, golpean abajo, primero discretos, luego hostiles, con los zuecos, y, cansados de esperar, se alejan andando hacia atrás, las miradas todavía en la ventana desde la que los acecha la señora Lepic. El ruido de sus pasos se ahogan en la nieve.
       Pelo de Zanahoria salta de la cama, va a lavarse, sin jabón, en el pilón del jardín. Está congelado. Tiene que romper el hielo, y este primer ejercicio expande por todo su cuerpo un calor más sano que el de las estufas. Pero finge mojarse la cara, y, como siempre le dicen que está sucio, aunque se haya aseado a conciencia, sólo se quita los más gordo.
       Listo y fresco para la ceremonia, se coloca detrás de su hermano mayor Félix, que está detrás de su hermana Ernestine, la mayor de los tres. Todos entran en la cocina. El señor y la señora Lepic acaban de reunirse allí, sin que lo parezca.
       La hermana Ernestine les da un beso y les dice:
          -Buenos días papá, buenos días mamá, os deseo un feliz año nuevo, mucha salud y el paraíso al final de vuestros días.
       El hermano mayor Félix dice lo mismo, muy rápido, corriendo al final de la frase, y los besa del mismo modo.
       Pero Pelo de Zanahoria saca una carta de la gorra. Se lee el sobre cerrado: «A mis queridos dos padres.» No lleva la dirección. Un pájaro de una especie rara, rica en colores, sale como una flecha en una esquina.
       Pelo de Zanahoria se la entrega a la señora Lepic, que la abre. Flores abiertas adornan por doquier la hoja de papel, y tanta puntilla la rodea que a menudo la pluma de Pelo de Zanahoria ha caído a los agujeros, salpicando la palabra contigua.
             El señor Lepic: ¡Y yo, no tengo nada!
             Pelo de Zanahoria: Es para los dos; mamá te la dejará.
             El señor Lepic: Así que la quieres más a tu madre que a mí. Entonces, ¡regístrate, para ver si esta moneda nueva de diez céntimos está en tu bolsillo!
             Pelo de Zanahoria: Ten un poco de paciencia, mamá ya acaba.
             La señora Lepic: Tienes estilo, pero una caligrafía tan mala que no puedo leer.
                      -Toma papá- dice Pelo de Zanahoria con impaciencia-, te toca ahora.
        Mientras Pelo de Zanahoria, poniéndose derecho, espera la respuesta, el señor Lepic lee la carta una vez, dos veces, la examina muy despacio, según su costumbre, hace «¡Ah, Ah!» y la deja encima de la mesa.
        Ya no sirve para nada, cuando se acaba el efecto producido. Pertenece a todos. Cualquiera puede ver, tocar. La hermana Ernestine y el hermano mayor Félix la cogen a su vez y buscan en ellas faltas de ortografía. Aquí Pelo de Zanahoria debió de cambiar de pluma, se lee mejor. Luego se la devuelven.


              Jules Renard, Pelo de Zanahoria, Madrid, Akal, ed. 4,  2002, páginas 100-101-102
              Seleccionado por Delia Marinela Bulau, Primero de Bachillerato, curso 2015-2016

Diez negritos, Agatha Christie

VII

     Blore fue el primero en recobrarse.
     Perdone, Rogers -se disculpó-, pero hemos oído a alguien que se movía por este cuarto y hemos creído que...
     Rogers le interrumpió.
     Les ruego que me perdonen, señores. -Tenía la mirada fija en el médico-. Estaba recogiendo mis cosas; he pensado que ustedes no tendrían ningún inconveniente en que duerma en una de las habitaciones que hay libres en el piso de abajo, en la más pequeña.
      Por supuesto... -respondió Armstrong-. Instálese a su comodidad, Rogers.
     Rogers evitó mirar el cuerpo que estaba sobre la cama tapado con una sábana.
     Gracias, señor.
     El criado salió de la estancia, llevándose sus ropas, y bajó al primer piso.
     El doctor Armstrong se dirigió hacia la cama, levantó la sábana y examinó el semblante apacible de la muerta. El miedo había desaparecido para dar lugar a la tranquilidad de la nada.
     ¡Qué lástima que no tenga mi instrumental aquí! Me hubiese gustado saber de qué veneno se trataba -se volvió hacia los otros dos-. Acabemos con esto. Tengo la impresión de que no encontraremos nada.
     Blore se afanaba con los cerrojos de la trampilla que comunicaba con el desván.
     Ese tipo se desliza como una sombra. Hace sólo un par de minutos que estaba en el jardín y ninguno de nosotros lo ha oído subir -hizo observar Blore.
     Por eso sin duda hemos creído que había algo extraño en esta habitación -respondió Lombard.
     Blore desapareció en la oscuridad del desván. Lombard sacó una linterna del bolsillo y le siguió. 
     Cinco minutos después los tres se encontraban en un rellano de la escalera. Llenos de polvo y telarañas, una profunda decepción se leía en sus semblantes.
     ¡No había nadie más en toda la isla que ellos ocho!

Agatha Christie, Diez negritos, Barcelona, Editorial Molino, colección Agatha Christie, 1940, págs. 121-122.
Seleccionado por Paula Ginarte Pérez, Primero de Bachillerato, curso 2015-16.

Frankenstein, Mary Shelley

     Yo admiraba las figuras perfectas de mis vecinos: su gracia, su belleza y su piel delicada; ¡pero cómo me horroricé al verme reflejado en la charca transparente! Al principio retrocedí aterrado, incapaz de creer que era yo, efectivamente, quien se reflejaba en aquel espejo; y cundo logré convencerme de que era el monstruo que soy, me embargaron los más dolorosos sentimientos de desaliento y mortificación. ¡Ay!, aún no conocía enteramente los fatales efectos de esta desdichada deformidad.
     Cuando el sol se hizo más cálido y la luz del día más larga, la nieve desapareció, y los árboles desnudos y la tierra negra volvieron a aparecer. A partir de entonces, Félix estuvo más ocupado, y los patéticos signos del hambre desaparecieron. Su alimentación, como descubrí más tarde, era tosca, pero sana y suficiente. En el huerto brotaron varias clases de plantas nuevas que ellos cultivaban; y estos signos de bienestar fueron aumentando, a medida que avanzaba la estación.
     El anciano, apoyándose en su hijo, salía a pasear a mediodía cuando no llovía, como averigüé que se decía cuando los cielos derramaban agua. Esto ocurría con frecuencia, hasta que fuertes vientos secaron la tierra, y la estación se volvió mucho más agradable.
     Mi vida en el cobertizo era siempre la misma. Por las mañanas observaba los movimientos de los moradores de la casa, y cuando acudían a sus diversas tareas me echaba a dormir; el resto del día lo pasaba observando a mis amigos. Cuando ellos se retiraban a descansar, si había luna o la noche era estrellada, me internaba en el bosque y recogí comida para mí y leña para la casa. Al regresar, y siempre que era necesario, les limpiaba el sendero y realizaba algunos menesteres que había visto hacer a Félix. Después descubrí que les tenían muy asombrados estas tareas que efectuaban unas manos invisibles; una o dos veces les oí pronunciar, a propósito de esto, las palabras espíritus benévolos y prodigio, aunque no entendí el significado de estos términos.
     Mis pensamientos se habían vuelto ahora más activos, y ansiaba descubrir los motivos y sentimientos de estas criaturas encantadoras; quería saber por qué Félix parecía tan desgraciado, y Agatha tan triste. Pensé (¡pobre infeliz!) que quizá estaba en mi mano devolver la felicidad a esta gente digna de toda estima. Cuando dormía o me ausentaba, las figuras del venerable padre ciego, de la dulce Agatha y del excelente Félix fluctuaban ante mí. Los miraba como seres superiores y árbitros de mi futuro destino. Trataba de imaginarme, de mil maneras distintas, el modo en que me presentaría ante ellos y el recibimiento que me brindarían. Imaginaba que al principio les repugnaría mi presencia, hasta que, por mi actitud afable y mis palabras conciliadoras, ganase primero su favor, y después su afecto.

Mary Shelley, Frankestein, Barcelona, Vicens Vives, Aula de Literatura, 2006, págs. 149-140. Seleccionado por Paula Ginarte Pérez, Primero de Bachillerato, curso 2015-16.

viernes, 19 de febrero de 2016

Cartas persas, Montesquieu

CARTA LX

USBEK a IBEN, a Esmirna.

Pregúntasme si hay judíos en Francia. Sábele que en todas partes donde hay dinero hay judíos. Me preguntas qué hacen. Cabalmente lo propio que en Persia; que no hay cosa que mas a un judío asiatico se asemeje que un judío europeo. Entre los cristianos, como en nuestro país, hacen alarde de una inalterable adhesión a su religión, que raya la locura.
Es la religión judía un tronco viejo que ha echado dos ramas, las quales han cubierto la tierra entera, quiero decir el mahometismo y el cristianismo; o por mejor decir es una madre que ha parido dos hijas que la han cubierto de mil heridas, porque en materia de religión los parientes mas cercanos son los mas implacables enemigos. Pero no obstante lo mal que la han tratado, no deja de ufanarse de haberlas dado a luz, y se vale de una y otra para enlazar todo el universo, mientras que su venerable ancianidad enlaza por otra parte hasta los más remotos siglos.

Montesquieu, Cartas persas, fama2us.es/fde/cartasPersianas.pdf
Seleccionado por Clara Fuentes Gómez, Segundo de Bachillerato. Curso 2015-2016.

Las aventuras de Oliver Twist, Charles Dickens


  El médico lo depositó en sus brazos. Ella apretó ardientemente sus pálidos labios sobre la frente del niño, se pasó luego las manos sobre el rostro, miró en derredor con ojos extraviados, se estremeció, cayó de espaldas... y murió. Le frotaron el pecho, las manos y las sienes; mas la sangre se había detenido para siempre. Antes habían hablado de esperanza y de consuelos. Hacía mucho tiempo que éstos eran desconocidos para ella.
  —¡Todo ha terminado, señora Thingummy! —dijo el médico, al cabo. 
—¡Ah! ¡Pobrecita! Ya lo veo —murmuró la enfermera, recogiendo el tapón de la botella verde, que se habíacaído sobre la almohada al tiempo de inclinarse a levantar al niño—. ¡Pobre mujer! 
—No os molestéis en mandar por mí si el niño llora —dijo el médico, poniéndose los guantes con gran parsimonia—. Es muy probable que esté molesto. En ese caso, dadle un poco de papilla —se puso el sombrero y, deteniéndose junto a la cama, camino de la puerta, añadió—: Era guapa la muchacha... ¿De dónde vino? 
—La trajeron anoche —respondió la vieja— por orden del visitador. La encontraron tendida en la calle. Debió de haber andado mucho, pues traía los zapatos destrozados; pero nadie sabe de dónde venía ni adónde iba. 
Se inclinó el doctor sobre el cadáver y le alzó la mano izquierda.
 —¡Lo de siempre! No hay anillo de boda. ¡Ah! ¡Buenas noches! 
Se fue el médico a cenar, y la enfermera, tras haberse aplicado una vez más a la verde botella, se sentó en una silla baja delante del fuego y comenzó a vestir al infante. 
Charles Dickens, Las aventuras de Oliver Twist                                            http://www.prisaediciones.com/uploads/ficheros/libro/primeras-paginas/200710/primeras-paginas-aventuras-oliver-twist.pdf. Seleccionado por Julia Mateos Gutiérrez, segundo de bachillerato, curso 2015-2016.

La letra escarlata, Nathaniel Hawthorne

Allí, junto a la chimenea, acostumbraba sentarse el anciano y valiente General; mientras el Inspector, que si podía evitarlo, raras veces tomaba sobre sí la difícil tarea de entablar con él una conversación, se complacía en quedarse a cierta distancia observando aquel apacible rostro, casi en un estado de semi somnolencia. Parecía como si estuviera en otro mundo distinto del nuestro, aunque lo veíamos a unas cuantas varas de nosotros; remoto, aunque pasábamos junto a su sillón; inaccesible, aunque podríamos alargar las manos y estrechar las suyas. Era muy posible que allá, en las profundidades de sus pensamientos, viviera una vida mas real que no en medio de la atmósfera que le rodeaba en la poco adecuada oficina de un Administrador de Aduana. Las evoluciones de las maniobras militares; el tumulto y fragor de la batalla; los bélicos sonidos de antigua y heroica música oída hacía treinta años, tales eran quiza las escenas y armonías, que llenaban su espíritu y se desplegaban en su imaginación. Entre tanto, los comerciantes y los capitanes de buques, los dependientes de almacén y los rudos marineros entraban y salian: en torno suyo continuaba el mezquino ruido que producía la vida comercial y la vida le la Aduana: pero ni con los hombres, ni con los asuntos que les preocupaban, parecía que tuviera la mas remota relación. Allí, en la Aduana, estaba tan fuera de su lugar, como una antigua espada, ya enmohecida, después de haber fulgurado en cien combates, pero conservando aun algún brillo en la hoja, lo estará en medio de las plumas, tinteros, pisapapeles y reglas de caoba del bufete de uno de los empleados subalternos. Había especialmente una circunstancia que me ayudó mucho en la tarea de reanimar y reconstruir la figura del vigoroso soldado que peleó en las fronteras del Canada, cerca del Niágara, del hombre de energía sencilla y verdadera. Era el recuerdo de aquellas memorables palabras suyas; ¡Lo probaré, señor! —pronunciadas en los momentos mismos La Letra Escarlata Nathaniel Hawthorne de llevar a cabo una empresa tan heroica cuanto desesperada, y que respiraban el indomable espíritu de la Nueva Inglaterra. Si en nuestro país se premiase el valor con títulos de nobleza, esa frase, repito, será el mote mejor, y el mas apropiado, para el escudo de armas del General.


Hawthorne, Nathaniel, la letra escarlata, 
file:///C:/Documents%20and%20Settings/biblioteca/Mis%20documentos/Downloads/NathanielHawthorne-LaLetraEscarlata.pdf. seleccionado por Paola Moreno Díaz, segundo de bachillerato, curso 2015-2016





La muerte de un viajante, Arthur Miller

BEN: Nuestro padre era un gran hombre de corazón muy aventurero. Partimos de Boston, con toda la familia en la carreta, y él condujo los caballos a través del país, por Ohio, Indiana, Michigan, Illinois y los estados occidentales. Nos deteníamos en las ciudades y vendíamos las flautas que él había hecho por el camino. Era un gran inventor. Con un solo artilugio, en una semana ganaba más de lo que un hombre como tú podría ganar en toda su vida.
 WILLY: Así es precisamente como crío a mis hijos, Ben, son unos chicos robustos que gustan en todas partes.
BEN: ¿Ah, sí? (A Biff:) Pega aquí, muchacho, tan fuerte como puedas. (Se da unos golpes en el estómago.) BIFF: ¡Oh, no, señor!
 BEN (adopta una postura de boxeo): ¡Vamos, atácame! (Se ríe.)
WILLY: ¡Vamos, Biff! ¡Adelante, demuéstrale lo que vales!
 BIFF: ¡De acuerdo! (Alza los puños y ataca.)
LINDA (a Willy): ¿Por qué tiene que pelear, cariño?
 BEN (amagando a Biff): ¡Buen chico! ¡Buen chico!
WILLY: Qué te parece, ¿eh, Ben?
HAPPY: ¡Dale con la izquierda, Biff!
 LINDA: ¿Por qué os peleáis?
 BEN: ¡Buen muchacho! (De repente lo derriba, echándole la zancadilla, y se pone a su lado, dirigiendo la punta del paraguas a un ojo de Biff.)
 LINDA: ¡Cuidado, Biff!
BIFF: ¡Caray!
BEN (dando palmaditas en la rodilla de Biff): Nunca pelees limpio con un desconocido, muchacho. De esa manera nunca saldrás de la jungla. (Toma la mano de Linda e inclina la cabeza.) Ha sido un honor y un placer conocerte, Linda.
 LINDA (retira la mano fríamente, asustada): Que tengas un buen... viaje.
BEN (a Willy): Y buena suerte en tu..., ¿a qué te dedicas?
WILLY: A la venta.
BEN: Sí, bueno... (Alza la mano, despidiéndose de todos.)
WILLY: No, Ben, no quiero que pienses... (Toma el brazo de Ben para exponerle algo.) Esto es Brooklyn, ya lo sé, pero aquí también cazamos.
BEN: Si tú lo dices...

Arthur Miller, La muerte de un viajante, https://escuelaproletaria.files.wordpress.com/2010/09/miller-arthur-muerte-de-un-viajante.pdf.
Seleccionado por Lidia Rodríguez Suárez. Segundo de bachillerato. Curso 2015-2016.

Los viajes de Gulliver, Jonathan Swift


Un viaje a Liliput, capítulo 4.
 Una mañana, a los quince días aproximadamente de haber obtenido mi libertad,
Reldresal, secretario principal de Asuntos Privados  -como ellos le intitulan-, vino a mi casa 
acompañado sólo de un servidor. Mandó a su coche que esperase a cierta distancia y me 
pidió que le concediese una hora de audiencia, a lo que yo inmediatamente accedí, teniendo 
en cuenta su categoría y sus méritos personales, así como los buenos oficios que había
hecho valer cuando mis peticiones a la corte. Le ofrecí tumbarme para que pudiera hacerse 
oír de mí más cómodamente; pero él prefirió permitirme que lo tuviese en la mano durante 
nuestra conversación. Empezó felicitándome por mi libertad, en la cual, según dijo, podía 
permitirse creer que había tenido alguna parte; pero añadió, sin embargo, que a no haber 
sido por el estado de cosas que a la sazón reinaba en la corte, quizá no la hubiese obtenido 
tan pronto. «Porque -dijo- por muy floreciente que nuestra situación pueda parecer a los 
extranjeros, pesan sobre nosotros dos graves males: una violenta facción en el interior y el
peligro de que invada nuestro territorio un poderoso enemigo de fuera. En cuanto a lo
primero, sabed que desde hace más de setenta lunas hay en este imperio dos partidos
contrarios, conocidos por los nombres de Tramecksan y Slamecksan, a causa de los tacones 
altos y bajos de su calzado, que, respectivamente, les sirven de distintivo. Se alega, es
verdad, que los tacones altos son más conformes a nuestra antigua constitución; pero, sea 
de ello lo que quiera, Su Majestad ha decidido hacer uso de tacones bajos solamente en la 
administración del gobierno y para todos los empleados que disfrutan la privanza de la
corona, como seguramente habréis observado; y por lo que hace particularmente a los
tacones de Su Majestad Imperial, son cuando menos un drurr más bajos que cualesquiera 
otros de su corte  -el drurr es una medida que viene a valer la decimoquinta parte de una 
pulgada-. La animosidad entre estos dos partidos ha llegado a tal punto, que los
pertenecientes a uno no quieren comer ni beber ni hablar con los del otro. Calculamos que 
los Tramocksan, o tacones-altos, nos exceden en numero; pero la fuerza está por completo 
de nuestro lado. Nosotros nos sospechamos que Su Alteza Imperial, el heredero de la
corona, se inclina algo hacia los tacones-altos; al menos, vemos claramente que uno de sus 
tacones es más alto que el otro, lo que le produce cierta cojera al andar. Por si fuera poco, 
en medio de estas querellas intestinas, nos amenaza con una invasión la isla de Blefuscu,
que es el otro gran imperio del universo, casi tan extenso y poderoso como este de Su
Majestad. Porque en cuanto a lo que os hemos oído afirmar acerca de existir otros reinos y 
estados en el mundo habitados por criaturas humanas tan grandes como vos, nuestros
filósofos lo ponen muy en duda y se inclinan más bien a creer que caísteis de la Luna o de 
alguna estrella, pues es evidente que un centenar de mortales de vuestra corpulencia
destruirían en poco tiempo todos los frutos y ganados de los dominios de Su Majestad. Por 
otra parte, nuestras historias de hace seis mil lunas no mencionan otras regiones que los dos 
grandes imperios de Liliput o Blefuscu, grandes potencias que, como iba a deciros, están
empeñadas en encarnizadísima guerra desde hace treinta y seis lunas. Empezó con la
siguiente ocasión: Todo el mundo reconoce que el modo primitivo de partir huevos para
comérselos era cascarlos por el extremo  más ancho; pero el abuelo de su actual Majestad, 
siendo niño, fue a comer un huevo, y, partiéndolo según la vieja costumbre, le avino
cortarse un dedo. Inmediatamente el emperador, su padre, publicó un edicto mandando a
todos sus súbditos que, bajo penas  severísimas, cascasen los huevos por el extremo más 
estrecho. El pueblo recibió tan enorme pesadumbre con esta ley, que nuestras historias
cuentan que han estallado seis revoluciones por ese motivo, en las cuales un emperador
perdió la vida y otro la corona. Estas conmociones civiles fueron constantemente
fomentadas por los monarcas de Blefuscu, y cuando eran sofocadas, los desterrados huían
siempre a aquel imperio en busca de refugio. Se ha calculado que, en distintos períodos,
once mil personas han preferido la muerte a cascar los huevos por el extremo más estrecho. 
Se han publicado muchos cientos de grandesvolúmenes sobre esta controversia; pero los
libros de los anchoextremistas han estado prohibidos mucho tiempo, y todo el partido,
incapacitado por la ley para disfrutar empleos. Durante el curso de estos desórdenes, los
emperadores de Blefuscu se quejaron frecuentemente por medio de sus embajadores,
acusándonos de provocar un cisma en la religión por contravenir una doctrina fundamental
de nuestro gran profeta Lustrog, contenida en el capítulo cuadragésimocuarto del
Blundecral  -que es su Alcorán-. No obstante, esto se tiene por un mero retorcimiento del
texto, porque las palabras son éstas: «Que todo creyente verdadero casque los huevos por el 
extremo conveniente.
Jonathan Swift, Los viajes de Gulliver,http://www.uchile.cl/revistas/autor/swift/gulliver.pdf,seleccionado por Daniel Carrasco Carril, segundo de bachillerato, curso 2015-2016.

el primo de Basilio, Eça de Queiroz

Era una tristeza secreta de Jorge no tener un hijo. ¡Lo deseaba tanto! Todavía soltero, en vísperas de su casamiento ya soñaba con aquella felicidad: ¡Su hijo! Lo veia de muy varias maneras: ó andando á gatas con sus piernecitas bermejas llenas de roscas y los cabellos rizados, finos, como hilos de seda; ó ya muchacho saliendo de la escuela con los libros bajo el brazo, con el rostro alegre, corriendo á mostrarle sus notas; ó todavía mejor: una niña blanca y rubia, con dos largas trenzas, viniendo hacia él sonriente, con los brazos abiertos, á posarle las manos en sus cabellos }- a grises... A veces sentía miedo de morir sin haber gustado aquella felicidad. Sebastián y Jorge guardaban silencio. En la sala la voz aguda de Ernesto peroraba. Después de un momento Luisa volvió á comenzar la Mandolinata con un brío jovial. La puerta del despacho se abrió para dar paso á Julián: —¿Qué están ustedes conspirando? Vengo á decirles adiós. Me voy, que ya es tarde. Hasta la vuelta» Jorge. De buena gana me iría contigo á respirar aires puros y ver campos... pero.. Sonrió con amargura. — Adiós, adiós. Jorge salió á alumbrarle hasta el descanso de la escalera. —Si quieres alguna cosa del Alentejo...Julián se püso el sombrero.—Nada, que lleves buen viaje. Dame un cigarro por despedida. Mejor será que me dés dos. —Llévate la caja. Yo cuando viajo sólo fumo en pipa. iLlévate la caja, hombre! Entró en el despacho y volvió con ella envuelta en un Diario de Noticias. Julián metiósela bajo el brazo y descendió las escaleras. Desde abajo gritó: —A ver si descubres una mina de oro. Jorge y Sebastián entraron en la sala. Ernesto, de pie, á un lado del piano se retorcía el bigote. Luisa preludiaba un vals de Strauss. Jorge exclamó riendo y extendiendo los brazos. —Doña Felicidad, un vals.(...)

Queiroz , Eça de http://cdigital.dgb.uanl.mx/la/1080011043_C/1080011043_T1/1080011043.PDF. seleccionado por Paola Moreno Díaz, segundo de bachillerato, curso 2015-2016.

Stendhal, La cartuja de Parma


Capítulo 14.
Mientras Fabricio se dedicaba a la caza del
amor en un pueblecillo cercano a Parma, el
fiscal general Rassi, que no le sabía tan cerca
de él, continuaba llevando su asunto como si
se tratara de un liberal; aparentó no poder
encontrar testigos de descargo, o más bien
los intimidó. Por fin, después de un trabajo
muy estudiado que duró cerca de un año, y
pasados dos meses del último retorno de Fabricio
a Bolonia, un viernes, la marquesa Raversi,
loca de alegría, dijo públicamente en su
salón que, al día siguiente, sería presentada a
la firma del príncipe y aprobada por éste la
sentencia que acababa de ser pronunciada,
hacía una hora, contra el joven Del Dongo. A
los pocos minutos, supo la duquesa estas
palabras de su enemiga.
«¡Muy mal servido tiene que estar el conde
por sus agentes! -se dijo-. Todavía esta mañana
creía que la sentencia no se Podría pronunciar
antes de ocho días. Acaso no le dis-
gustaría alejar de Parma a mi joven gran vicario;
pero -añadió cantando-, ya volvería, y
algún día será nuestro arzobispo.» La duquesa
llamó.
-Reúna a todos los criados en la sala de
espera -dijo a su mayordomo-, incluso a los
cocineros. Vaya a pedir al comandante de la
plaza el permiso necesario para disponer de
cuatro caballos de posta, y que antes de media
hora estén aquí enganchados a mi landó.
Todas las mujeres de la casa se aplicaron
a hacer baúles. La duquesa se vistió a toda
prisa un atavío de viaje, todo ello sin comunicar
nada al conde; la idea de burlarse de él la
entusiasmaba.
-Amigos míos -dijo a los domésticos congregados-,
acabo de saber que mi pobre sobrino
va a ser condenado en rebeldía por
haber tenido la audacia de defender su vida
contra un frenético, contra ese Giletti que
quería matarle. Todos vosotros habéis podido
ver lo dulce e inofensivo del carácter de Fabricio.
Justamente indignada por esta injuria
atroz, me traslado a Florencia. Dejo a cada
uno de vosotros su soldada durante diez
años; si os veis apurados, escribidme, y
mientras yo tenga un cequí, siempre habrá
algo para vosotros.

Stendhal, La cartuja de Parma, http://www.biblioteca.org.ar/libros/155120.pdf
Seleccionado por Laura Agustín Críspulo, Segundo de Bachillerato, curso 2015-2016

Madame Bovary, Gustave Flaubert



Su mujer, en otro tiempo, había estado loca por él; lo había amado con mil servilismos, que le apartaron todavía más de ella.
 En otra época jovial, expansiva y tan enamorada, se había vuelto, al envejecer, como el vino destapado que se convierte en vinagre, de humor difícil, chillona y nerviosa. ¡Había sufrido tanto, sin quejarse, al principio, cuando le veía correr detrás de todas las mozas del pueblo y regresar de noche de veinte lugares de perdición, hastiado y apestando a vino! Después, su orgullo se había rebelado. Entonces se calló tragándose la rabia en un estoicismo mudo que guardó hasta su muerte.
 Siempre andaba de compras y de negocios. Iba a visitar a los procuradores, al presidente de la audiencia, recordaba el vencimiento de las letras, obtenía aplazamientos, y en casa planchaba, cosía, lavaba, vigilaba los obreros, pagaba las cuentas, mientras que, sin preocuparse de nada, el señor, continuamente embotado en una somnolencia gruñona de la que no se despertaba más que para decirle cosas desagradables, permanecía fumando al lado del fuego, escupiendo en las cenizas.
 Cuando tuvo un niño, hubo que buscarle una nodriza. Vuelto a casa, el crío fue mimado como un príncipe. Su madre lo alimentaba con golosinas; su padre le dejaba corretear descalzo, y para dárselas de filósofo, decía que incluso podía muy bien ir completamente desnudo, como las crías de los animales. 
  Gustave Flaubert, Madame Bovary                                                                            http://www.dominiopublico.es/libros/F/Gustave_Flaubert/Gustave%20Flaubert%20-%20Madame%20Bovary.pdf. Seleccionado por Julia Mateos Gutiérrez, segundo de bachillerato, curso 2015-2016.

Libro de las canciones, Henrich Heine

VII

PREGUNTAS

El el mar, en el yermo, nocturno mar,
hay un muchacho joven,
el pecho lleno de pena, la cabeza llena de dudas,
y con sombríos labios pregunta a las olas.
"Oh aclaradme el enigma de la vida,
el tormentoso enigma primigenio,
sobre el que algunas cabezas han cavilado,
cabezas en gorras de jeroglíficos,
cabezas en turbante y negro birrete,
cabezas de pelucas y miles otras
pobres, sudorosas cabezas de hombres-
dime ¿qué significa el hombre?
¿De dónde ha venido? ¿A dónde va?
¿Quién vive allí arriba en la áureas estrellas?"
Murmuran las olas su eterno murmullo,
sopla el viento, huyen las nubes,
guiñan las estrellas, indiferentes y frías,
y un loco espera la respuesta.


Henrich Heine, Libro de las canciones, www.alejandriadigital.com/wp-content/uploads/2015/12/Heine-Libro-de-las-canciones.pdf
Seleccionado por Clara Fuentes Gómez, Segundo de Bachillerato. Curso 2015-2016.

Werther, J.W. Goethe


26 de mayo  
Tú conoces, hace mucho tiempo, mi modo de arreglarme; sabes cómo me gusta alistar una cabaña en un sitio aislado donde pueda vivir con gran simplicidad. ¡Pues bien! Sabrás que he encontrado en este lugar un rinconcito seductor. Como a una legua de la ciudad, se tiende una campiña  llamada Wahlheim. Situado en la cima de una colina, la vista del pueblo es muy pintoresca. Al subir el camino que lleva a él, se ve todo el valle con una sola mirada. Una mujer buena y servicial, ágil para su edad, tiene ahí una taberna o expendio de bebidas y se sirve café, vino y cerveza. Lo que llama la atención son dos tilos soberbios de ramas abundantes, que dan sombra a la plazuela de la igual, cuyo recinto lo cierran casas, pajares y corrales. Con dificultad se encontraría en otra parte un sitio más propicio para mis gustos: me hago traer una mesita y una silla; tomo mi café y leo mi Homero. La primera vez que la casualidad me llevó a este sitio era una tarde magnífica; encontré el lugar solo porque todo el vecindario estaba en el campo y sólo vi a un niño, como de cuatro años, que sentado en el suelo sostenía en sus piernas a otro niño de meses, sentado también, al que pegaba a su pecho con los brazos. A pesar de la vivacidad que brillaba en sus ojos negros, estaba muy quieto. Esta vista me encantó; me senté sobre un arado frente a ellos, tomé mis lápices y empecé a 
dibujar este cuadro fraternal con indescriptible placer; agregué un seto, la puerta de una granja, una rueda rota de carro y algunos otros aperos de labranza mezclados entre sí con poca claridad.  

Después de una hora encontré que había hecho un dibujo bien entendido, un cuadro muy interesante, sin haberlo pensado ni haber puesto nada de mi parte. Esto me confirmó en mi propósito de no atenerme más que a la naturaleza misma, porque ella sola es la que tiene riquezas inagotables y la que forma los verdaderos y grandes artistas. Mucho puede decirse a favor de las reglas y preceptos del arte, y más o menos lo mismo que puede decirse para alabar las leyes sociales. Un hombre que se conforma y atiene a ellas con rigor no 
produce nunca nada carente de sentido o positivamente malo, lo mismo que aquel que se conduce con arreglo a las leyes y a lo que exigen las conveniencias sociales no será nunca un mal vecino ni un insigne 
malvado; pero tampoco producirá nada notable, porque sin importar lo que se diga, toda regla, todo precepto, es una especie de traba que sofocará el sentimiento real de la naturaleza, hará estéril el verdadero 
genio y le quitará su verdadera expresión. Me dirás que tiene esto mucha fuerza. Pues bien, yo te diré que lo que hace la regla es podar las ramas chuponas, impedir que crezcan y se expandan. Escucha una 
comparación; sucede con esto como con el amor: un joven con el corazón virgen y sensible se apasiona por una joven amable y bonita; pasa todo el tiempo junto a ella; prodiga su fortuna; hace uso de todas 
sus capacidades para probarle en todo momento que es suyo del todo sin la menor reserva, y he aquí que se cruza un inoportuno revestido con el carácter de un ministerio público con su traje oficial y le dice “caballerito, amar es de hombres; ama, pues, pero ama como un hombre; arregla tus horas del día; consagra unas al estudio, al trabajo, y otras a tu ídolo; haz un cálculo preciso de tus rentas, de cuánto será lo superfluo que te quede después de haber cubierto todo lo necesario. No te prohíbo le hagas algunos regalos, pero raras veces y en épocas mismas, como el día de su santo”.  

Si nuestro joven se conforma con seguir las indicaciones del entrometido, llegará a ser personaje muy útil y yo sería el primero en aconsejar a todo príncipe que lo colocara en algún ministerio; pero en lo que respecta a su amor, pronto habría huido, ¡y no digo menos de su talento si era artista! ¡Oh, amigos míos! ¿Por qué desbordan tan rara vez sus olas impetuosas sus almas deslumbradas? Esto se debe a que en las dos orillas habita gente grave y reflexiva, cuyas quintas y casas de descanso, sus cuadros de tulipanes y sus huertos, se veían inundados, arruinados, destruidos; y éstos producen personajes con un gran cuidado de construir diques y presas, de hacer sangrías al torrente, para que el peligro constante desaparezca.  


Johann Wolfgang von Goethe, Werther, taller-palabras.com/Datos/Cuentos_Bibliotec/ebooks/Las%20%20penas%20del%20joven%20Werther.pdf
Seleccionado por Clara Fuentes Gómez, Segundo de Bachillerato. Curso 2015-2016.