jueves, 23 de febrero de 2017

Don Carlos, Friedrich von Schiller

SEGUNDO ACTO
ESCENA IX

 La princesa sola. Está todavía aturdida, fuera de sí; después de que Carlos ha salido, va rápidamente en pos suya y quiere volver a llamarle.

Princesa.   Príncipe,  una palabra. Príncipe, escuchad...¡Se marcha! ¡Ademas eso!Me desprecia... Aquí me quedo en terrible soledad... Arrojada de su lado... Rechazada... (Se deja caer en un sillón. Tras una pausa) ¡No! Suplantada sólo, suplantada por una rival. Ama. No hay duda. Él mismo ha confesado. Pero ¿ quién esa dichosa mujer?... Una cosa esta clara... Ama a quien no debería amar. Teme que se descubra. Su pasión se oculta a los ojos del rey... ¿Por qué ante éste, que la desearía?... ¿O es que lo que él teme en su padre no es al padre?  Cuando se ha enterado de la intención lasciva del rey... su gesto se ha encendido de alegría y se ha regocijado como un bienaventurado... ¿Cómo es que en su rigurosa virtud ha callado aquí? ¿Aquí? ¿Precisamente aquí?... Qué puede ganar él con el rey respecto a la reina la... (Se detiene de pronto, sorprendida por una idea... Al mismo tiempo se saca del pecho el lazo que Carlos le ha dado, lo contempla rápidamente y lo reconoce.) ¡ Oh, insensata de mí! Ahora por fin , ahora... ¿Dónde han estado mis sentidos? Ahora se me abren los ojos... Se habían amado mucho tiempo antes de que el monarca la eligiera. El príncipe no me ha visto nunca sin ella... ¿A ella entonces, a ella se refería, cuando yo me creía adorada tan ilimitada, tan cálida, tan verdaderamente? ¡Oh, un fraude que no tiene igual! Y yo le he descubierto mi debilidad... (Silencio)    ¿Qué el ama totalmente sin esperanza? No puedo creerlo... Un amor sin esperanza no subsiste en esta lucha.



Friedrich von Schiller, Don Carlos, RBA Coleccionables, S.A. Barcelona 1994, edición planeta S.A. Página 58/59
Seleccionado por Andrea Martín Bonifacio, primero de bachillerato, curso 2016/2017.

Andrómaca, Racine


ESCENA CUARTA: PIRRO, ANDRÓMACA, CEFISA

PIRRO
¿Me buscabais, señora?
¿Me será permitida esperanza tan dulce?

ANDRÓMACA
Iba sólo al lugar donde guardan a mi hijo.
Una vez cada día toleráis que contemple
lo que queda ante mí de su padre y de Troya,
señor, iba hacia allí, a llorar a su lado.
Desde ayer todavía no le he vuelto a besar.

PIRRO
¡Ah, señora! Los griegos, a juzgar por su miedo,
os darán más razones de verter vuestras lágrimas.

ANDRÓMACA
¿Y cuál es el temor que hace nido en su pecho,
oh, señor? ¿De sus manos escapó algún troyano?

PIRRO
Aquel odio por Héctor no está aún extinguido.
Ahora temen a su hijo.

ANDRÓMACA
¡Digno objeto de miedo!
Infeliz criatura que no sabe siquiera
que está en manos de Pirro y que es Héctor su padre.

PIRRO
Aún así toda Grecia pide a gritos su muerte.
La embajada de Orestes ha venido a exigirla.

ANDRÓMACA
¿Y vos vais a dictar una tan cruel sentencia?
Lo que le hace culpable, ¿no es sin duda mi afecto?
¡Ay! No temen que sea vengador de su padre;
tienen miedo que enjugue esas lágrimas mías.
Él ocupa el lugar de mi padre y mi esposo;
todo habré de perderlo, nada vais a dejarme.

PIRRO
Aun sin ver vuestras lágrimas me he negado a sus ruegos.
Toda Grecia, señora, me amenaza con armas;
más sabed que aunque vengan otra vez por los mares
a exigir a vuestro hijo con navíos sin número;
aun vertiendo la sangre que una Helena costó;
aunque tras de diez años sea polvo mi alcázar,
no lo dudo un instante, volaré en su socorro:
lucharé por su vida exponiendo la mía.
Mas corriendo esos riesgos por pensar sólo en vos,
vuestros ojos hostiles, ¿se harán menos severos?
Frente al odio de Grecia, combatiendo por todos,
¿tendré aún que luchar contra vuestras crueldades?
Yo os ofrezco mi brazo. ¿Vais también a aceptar
ese fiel corazón que por siempre os adora?
Combatiendo por vos, ¿me será permitido
no contarme entre aquellos que os inspiran horror?



Racine, Andrómaca, Barcelona, 1994, Editorial Planeta, páginas 20, 21 y 22.
 Seleccionado por Andrea Sánchez Clemente. Primero de Bachillerato. Curso 2016/2017

Ética Nicomáquea, Aristóteles


Libro IX
Capítulo 8: El amor a sí mismo

   Se suscita también la dificultad de si uno debe amarse a sí mismo más que a cualquier otro. En Efecto, se censura a los que se aman sobre todo a sí mismo, y se les llama egoísta, como si se tratara de algo vergonzoso. Parece que el hombre vil lo hace todo por amor a sí mismo, y tanto más cuanto peor es (y, así, se le reprocha que no hace nada sino lo suyo), mientras que el hombre bueno obra por lo noble, y tanto más cuanto mejor es, y por causa de su amigo, dejando de lado su propio bien.
   Pero los hechos no están en armonía con estos razonamientos, y no si razón. pues se dice que se debe querer más que a nadie al mejor amigo, y que el mejor amigo es el que desea el bien de aquel a quien quiere por causa de éste, aunque nadie llegue a saberlo. Pero ero estos atributos pertenecen principalmente al hombre con relación a sí mismo, y todos los restantes por los cuales se define el amigo; hemos dicho, en efecto, que todos los sentimientos amorosos proceden de uno mismo y se extienden después a los otros. Y todos los proverbios están de acuerdo con esto, por ejemplo,"una sola alama","las cosas de los amigos son comunes","las cosas de los amigos son comunes", "amistad es igualdad" y " la rodilla es muy cercana la pierna" . Todas estas cosas puede aplicárselas cada cual, principalmente, a sí mismo, por que cada uno es el mejor amigo de sí  mismo , y debemos amarnos, sobre todo, a nosotros mismos. Es razonable suscitar la cuestión de cuál de las dos opiniones debe seguirse, porque ambas son convincentes.


Aristóteles, Ética Nicomáquea,editorial gredos, publicada en Madrid en 2000, libro: IX,capítulo 8, página: 258-259.
Seleccionado por Lara Esteban González, primero bachillerato, curso 2016-2017.

La Cartuja de Parma , Stendhal

Capítulo 1
Milán en 1796


       El 15 de mayo de 1796 entró en Milán el general Bonaparte al frente de aquel ejército joven que acababa de pasar el puente de Lodi y de enterar al mundo de que, al cabo de tantos siglos, César y Alejandro tenían un sucesor.
       Los milagros de intrepidez y genio de que fue testigo Italia en unos meses despertaron a un pueblo dormido: todavía ocho días antes de la llegada de los franceses, los milaneses solo veían en ellos una turba de bandoleros, acostumbrados a huir siempre ante las tropas de Su Majestad Imperial y Real: esto era al menos lo que les repetía tres veces por semana un periodiquillo del tamaño de la mano, impreso en un papel muy malo.
       En la Edad Media, los lombardos republicanos dieron pruebas de ser tan valientes como los franceses y merecieron ver su ciudad enteramente arrasada por los emperadores de Alemania. Desde que se convirtieron en súbditos fieles, su gran ocupación consistía en imprimir en unos pañuelitos de tafetán rosa cada vez que se celebraba la boda de alguna joven perteneciente a una familia noble o rica. A los dos o tres años de este gran momento de su vida, esta joven tomaba un "caballero sirviente": a veces, el nombre del acompañante elegido por la familia del marido ocupaba un lugar honorable en el contrato matrimonial.


       Stendhal, La Cartuja de Parma. Madrid, Alianza Editorial. Área de conocimiento: Literatura, segunda edición, 2006. Página 33.
       Seleccionado por Andrea Alejo Sánchez. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.

jueves, 16 de febrero de 2017

Historia de roma desde su fundación, Tito Livio


      El reyezuelo,con su tutor y una pequeña partida de masesulios, huyó a territorio cartaginés. Reconquistado así el reino paterno, Masinisa, en vista de que le esperaba una lucha bastante más dura con Sífar, pensó que lo mejor era hacer las paces con su primo, mandó mandó emisarios para convencer al chico de que si se confiaba a la lealtad de Masinisa tendría los mismos honores que en otro tiempo había tenido Ezalces al cabo de Gala, y para prometerle a Mazetulo, además de la impunidad, la fiel restitución de todos sus bienes. Como ambos preferían una fortuna modesta en su patria antes que el exilio, se los atrajo a su lado a pesar de que los cartagineses lo intentaron todo para que esto no ocurriera.
      Casualmente, cuando tenían lugar estos acontecimientos Asdrúbal estaba con Sífax. El númida estaba convencido de que a él no le afectaba en absoluto que el reino de los masesulios estuviera en poder de Lacumazes o de Masinisa, pero Asdrúbal le dijo que estaba muy equivocado si creía que Masinisa se iba a conformar con lo mismo que su padre Gala o su tío Ezalces, pues, por coraje y talento, su carácter era muy superior al que jamas había tenido hombre alguno de su nación; repetidas veces en Hispania les había dado prueba, tanto a los aliados como a los enemigos, de un valor poco común entre los mortales, si Sífax y los cartagineses no sofocaban aquel fuego en sus incendios, prontos se veían envueltos en las llamas de un gigantesco incendio cuando ya no tuvieran ningun recurso de echar mano; de momento, mientras se ocupaba de la consolidación del reino, que se recuperaba trabajosamente, sus fuerzas eran aún débiles y quebradizas. A fuerza de insistir y pinchar, consiguió que aproximara su ejército a las fronteras de los mesulios y emplazara el campamento, como en una posición suya por derecho indiscutible, en un territorio por el que a menudo había discutido de palabra e incluso luchado con las armas con Gala. Si alguien trataba de echarlo allí daría la batalla, que era lo que mas necesitaba; y si por temor se le decía el territorio, debía avanzar hacia el corazón del reino; o los mesulios se entregaban a su dominio sin combatir, o serían claramente inferiores con las armas.


Tito Livio, Historia desde su fundación, Editorial Gredos, publicada en Madrid en 2001, libro XXVI/XXX,página 347/348 parte XXIX.
Seleccionado por Andrea Martín Bonifacio, primero de bachillerato, curso 2016/2017.

Ética Nicomáquea, Aristóteles

Libro I
Capítulo 9: La felicidad y la buena suerte
   De ahí surge la dificultad de si la felicidad es algo que puede adquirirse por el estudio o por la costumbre o por algún otro ejercicio, o si sobreviene por algún destino divino o incluso por suerte. Pues si hay alguna otra dádiva que los hombres reciban de los dioses, es razonable pensar que la felicidad sea un don de los dioses, especialmente por ser la mejor de las cosas humanas. Pero quizás este problema sea más propio de otra investigación. Con todo, aun cuando la felicidad no sea enviada por los dioses, sino que sobrevenga mediante la virtud y cierto aprendizaje o ejercicio, parece ser el más divino de los bienes, pues el premio y el fin de la virtud es lo mejor y, evidentemente, algo divino y venturoso. Además, es compartido por muchos hombres, pues por medio de cierto aprendizaje y diligencia lo pueden alcanzar todos los que no están incapacitados para la virtud. Pero si es mejor que la felicidad sea alcanzada de este modo que por medio de cierto de la fortuna, es razonable que sea así, ya que las cosas que existen por naturaleza se realizan siempre del mejor modo posible, e igualmente las cosas que proceden de un arte, o de cualquier causa y, principalmente, de la mejor. Pero confiar lo más grande y lo más hermoso a la fortuna sería una gran incongruencia.
   La respuesta a nuestra búsqueda también es evidente por nuestra definición: pues hemos dicho (la felicidad) es una cierta actividad de alma de acuerdo con la virtud. De los demás bienes, unos son necesarios, otros son por naturaleza auxiliares y útiles como instrumentos. Todos esto también está de acuerdo con o que dijimos al principio, pues establecimos que el fin de la política es el mejor bien, y la política pone el mayor cuidado en hacer a los ciudadanos de una cierta cualidad, esto es, buenos y capaces de acciones nobles.

Aristóteles, Ética Nicomáquea,editorial gredos, publicada en Madrid en 2000, libro: I,capítulo 9, página: 41-42.
Seleccionado por Lara Esteban González, primero bachillerato, curso 2016-2017.

Los caballeros, Aristófanes

      LOS CABALLEROS

DEMÓSTENES

¡Ayayay! ¡Qué desgracia! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ojalá! acaben los dioses malamente con ese malvado recien comprado, el Paflagonio, y con sus intrigas, pues desde que se metió en casa siempre logra que se zurre la badana a los criados.
NICIAS

Y que sea el primero de los paflagonios en acabar con sus calumnias de la peor manera.

DEMÓSTENES

                       Infeliz, ¿cómo te encuentras?

NICIAS

Mal, como tú.

DEMÓSTENES

Ven aquí entonces y toquemos llorando a dúo con la flauta un endecha de Olimpo.

DEMÓSTENES Y NICIAS (Imitando el sonido de la flauta)
Mu, mu, mu, mu, mu.

DEMÓSTENES

¿Por qué gemimos en vano? ¿No deberíamos buscar el modo de salvarnos ambos y dejar de llorar?

NICIAS

Dímela tú, para no pelearnos.

DEMÓSTENES

         ¡Por Apolo! Yo no. Habla con confianza y luego te expondré mi parecer.

NICIAS

De eso ni pizca tengo. ¿Cómo lo expresaría de un modo sutil, al estilo de Eurípides? ¿Podrías decirme tú lo que es menester que diga?

DEMÓSTENES

No, por favor, no me hagas tragar perifollos y encuentra algún "pasacalle" para pasar del amo.

NICIAS

Repite entonces muchas veces "cabullámonos", empalmándolas así.

DEMÓSTENES

Vale. Lo digo: "cabullámonos".

NICIAS

Añade "es" detrás de "cabullámonos".

DEMÓSTEMES

"Es"

NICIAS

                                            Muy bien. Di ahora "cabullámonos" y luego "es", despacito primero y luego, como si te la menearas, dándole más rápido a la cosa. 

DEMÓSTENES

Cabullámonos es, cabullámonos, escabullámonos.

NICIAS

                                                       Ya está. ¿No te gusta?



      Aristófanes, Comedias, Editorial Gredos, Madrid, 2000, páginas 163-165.
      Seleccionado por Rebeca Serradilla Martín.Primero de Bachillerato. Curso 2016-2017.


Madame Bovary, Flaubert


  Capítulo XV

     La muchedumbre esperaba a lo largo de la fachada, encajonada simétricamente entre balaustradas. En las esquinas de las calles vecinas, anuncios gigantescos repetían en caracteres barrocos: <> Hacia buen tiempo; tenían calor; el sudor manaba entre los rizos, los pañuelos enjugaban frentes enrojecidas; y a veces un viento tibio, que soplaba del río, agitaba blandamente los toldos de cutí suspendidos sobre las puertas de las tabernas. Algo mas abajo, sin embargo, se percibia el frescor de una corriente de aire glacial que olía a sebo, a cuero y a aceite. Era el vaho de la calle Des Charrettes, llenas de grandes almacenes negros donde los obreros hacen rodas barricas.
     Temerosa de parecer ridícula, Emma quiso, antes de entrar, dar un paseo por el puerto, y Bovary, prudentemente, guardó los billetes en la mano dentro del bolsillo del pantalón, que apoyaba contra su vientre.
     Ya en el vestíbulo, Emma sintió latir fuertemente su corazón. Sonrió con involuntaria vanidad, al ver a la muchedumbre precipitarse hacia la derecha por el otro corredor, mientras ella subía la escalina de las primeras. Gozó como una criatura empujando con el dedo las anchas puertas tapizadas; aspiró a pleno pulmón el olor polvoriento de los pasillos, y, una vez sentada en su palco, combó el talle con una desenvoltura de duquesa.
   




       Flaubert, Madame Bovary. Madrid. Clásicos de la literatura, Edicion: 2007. Pag 195.
       Seleccionado por Javier Arjona Piñol. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.

Cándido y otros cuentos, Voltaire

       Cuando hubieron pasado los primeros estragos de aquella espantosa peste, los esclavos del rey fueron vendidos. Un mercader me compró y me llevó a Tunez; fui vendida a otro mercader, quien me revendió en Trípoli: de Trípoli pasé a Alejandría, donde fui revendida una vez más; de allí a Esmirna, y de Esmirna a constantinopla, siempre cambiando de dueño. Por fin pasé a manos de un agá de los jenízaro, a quien no tardó en encomendarse la defensa de Azov contra los rusos, que la estaban sitiando.
       El agá, que era un hombre muy galante, se llevó consigo a todo su serrallo, y nos alojó en un fortín que dominaba el Palus-Meótides, custodiado por dos eunucos negros y veinte soldados. Se dio muerte a una cantidad prodigiosa de rusos, pero éstos se vengaron cumplidamente. Los enemigos entraron en Azov a sangre y fuego, y no respetaron ni el sexo ni la edad; sólo quedó nuestro fortín; los rusos quisieron hacernos rendir por el hambre. Los veinte jenízaros habían jurado no rendirse nunca. El hambre les obligó a comerse a nuestros dos eunucos, por miedo a violar su juramento. Al cabo de algunos días, decidieron comerse a las mujeres.
       Había allí un imán muy piadoso y compasivo, que les hizo un bello sermón, con el que les convenció de no matarnos del todo. "Cortad tan solo- les dijo- una nalga a cada una de estas señoras, y así obtendréis un excelente plato; si la situación lo requiere, podréis disponer de una cantidad igual de carne en pocos días; el cielo os agradecerá una acción tan caritativa, y habréis satisfecho vuestras necesidades.


Voltaire, Cándido y otros cuentos, Barcelona, editorial Planeta S.A., 1994, Página 33
      Seleccionado por Gustavo Velasco Yavita, primero de bachillerato. Curso 2016-2017

Tragedias II, Séneca

ACTO CUARTO

EDIPO-YOCASTA

       EDIPO. -Mi alma da vueltas a sus preocupaciones e insiste en sus temores. Los de arriba y los de abajo afirman que la muerte de Layo ha sido un crimen mío, mas, por el contrario, mi alma, inocente, que se conoce a sí misma mejor que los diosas, se niega.
       Vuelve a mi memoria entre borrosos recuerdos que cayó a golpes de mi bastón y fue enviado a Dite uno que se cruzó en el camino; fue cuando a mí, en plena juventud, un viejo me iba a atropellar primero, arrogante con su carro; lejos de Tebas, en una región de Fócide, donde el camino se divide en tres ramales.
       Esposa de mi alma, aclárame esta incertidumbre, te lo ruego: ¿qué espacio de su vida había recorrido Layo al morir? ¿Cayó en el verdor de la juventud o en la edad ya achacosa?
       YOCASTA. -Entre viejo y joven, pero más bien viejo.
       EDIPO. -¿Rodeaba al rey una nutrida muchedumbre?
       YOCASTA. -A la mayoría los hizo equivocarse la trifurcación del camino; fueron pocos a los que mantuvo unidos al carro su leal afán.
       EDIPO. -¿Cayó alguno compartiendo el destino del rey?
       YOCASTA. -Sólo a uno lo hicieron participar de dicha muerte su lealtad y su valor. 
       EDIPO. -Ya tengo al culpable. coincide el número, el lugar... Pero dime ya la fecha.
       YOCASTA. -Ésta es ya la décima mies que se siega.

ANCIANO de Corinto-EDIPO

       ANCIANO. -El pueblo de Corinto te recla,a para el trono de tu padre. Pólibo ha alcanzado ya el descanso eterno.
       EDIPO. -¡Cómo se precipita desde todas partes la Fortuna cruel sobre mí! Dime en seguida de qué tipo de muerte ha caído mi padre.
       ANCIANO. -Un apacible sueño ha puesto din a su vida de anciano.
       EDIPO. -Mi padre yace muerto sin que haya mediado asesinato alguno. Que quede bien claro, ya que es lícito levantar piadosamente hacia el cielo mis manos puras y sin temor a ningún crimen. Pero queda aún la parte más temible de mis hados.
       ANCIANO. -Los reinos paternos disiparán todo su temor.
       EDIPO. -Volveré a los reimos paternos..., pero me da horror mi madre.
       ANCIANO. -¿Tienes miado a una madre que espera ansiosamente tu regreso?
       EDIPO. -Precisamente es mi amor de hijo lo que me hace huir.
       ANCIANO. -¿La vas a dejar en su viudez?
       EDIPO. - Justo acabas de tocar en el meollo de mis temores.
       ANCIANO. -Dime qué temor profundamente escondido oprime tu espíritu. Tengo por norma prestar muda lealtad a los reyes.
       EDIPO. -Me estremezco ante el matrimonio con mi madre que me presagió el oráculo de Delfos.
       ANCIANO. -Déjate de temer cosas sin fundamento y dales de lado a esos miedos vergonzosos. Mérope no era tu verdadera madre.
       EDIPO. -¿Y qué recompensa buscaba ella con un hijo falso?
       ANCIANO. -Los hijos estrechan los lazos de fidelidad de los soberbios reyes.
       EDIPO. -Di cómo te has enterado de los secretos de un matrimonio.
       ANCIANO. -Estas manos te entregaron a ti de pequeño a tu madre.
       EDIPO.-Tú me entregaste a mi madre, pero ¿quién me entregó a ti?
       ANCIANO.-Un pastor al pie de la nevada cumbre del Citerón.
       EDIPO. -Y a aquellos bosques ¿qué azar te llevó a ti?
       ANCIANO. -Yo iba por aquel monte tras mis cornudos rebaños.
       EDIPO. -Añade entonces algunas marcas distintivas de mi cuerpo.
       ANCIANO. -Llevabas los pies atravesados por un hierro; de su deforme hinchazón has tomado tu nombre.
        EDIPO. -¿Quién fue el que te hizo entrega de mi cuerpo? Quiero saberlo.
        ANCIANO. -Estaba apacentando los rebaños reales, por debajo de él, a sus órdenes, había una tropa de pastores.
        EDIPO. -Dime el nombre
        ANCIANO. -Los recuerdo lejanos se difuminan en los ancianos, perdiéndose entre las ruinas de un largo abandono.
        EDIPO. -¿Puedes reconocer al hombre por los rasgos de su cara?
        ANCIANO. -Quizás lo conozca: muchas veces un recuerdo borrado y sepultado por el tiempo lo evoca una ligera señal.
       EDIPO. -Que se acorrale junto al altar de los sacrificios todo el ganado y vengan tras él los que lo guían. Vamos, criados, convocad rápidamente a aquellos que tiene  a su cargo todos mis rebaños.


Séneca, Tragedias II, Madrid, Editorial Gredos, páginas 120, 121, 122 y 123
 Seleccionado por Andrea Sánchez Clemente. Primero de Bachillerato. Curso 2016/2017

Epístolas morales a Lucilio II, Séneca


 LIBRO X
8
Los beneficios y la gratitud que se les debe.

       Te lamentas de haberte tropezado con un hombre ingrato. Si esto te acontece ahora por primera vez, da gracias a la fortuna, o a tu solicitud. Pero la solicitud en esta materia no puede tener otra consecuencia que la de volverte mezquino; porque si quieres evitar el riesgo de la ingratitud, no prestarás beneficios; así, para no perderlos en manos ajenas, los perderás en las tuyas. Mejor es que no se les corresponda, a que no se les otorgue; hay que sembrar aún después de una mala cosecha. A menudo, cuanto parece por la persistente esterilidad de un suelo improductivo, lo devuelve la fecundidad de un solo año. 
       Vale la pena, para encontrar una persona agradecida también a los ingratos. Nadie posee una intuición tan certera al otorgar los beneficios, que no se equivoque con frecuencia: que se pierdan con que arraiguen alguna vez. Después del naufragio uno vuelve al mar; al prestamista no lo ahuyenta del mercado el malgastador. Presto se paralizará la vida con un ocio estéril, si hay que abandonar cuanto nos molesta. Pero a ti debe hacerte más generoso este mismo riesgo, pues hay que intentar muchas veces aquella empresa cuyo resultado es incierto para que, al fin, prospere. 


Séneca, Epístolas morales a Lucilio II, Madrid, Editorial Gredos S.A, 2001, páginas 9-10.
       Seleccionado por Rebeca Serradilla Martín, Primero de Bachillerato. Curso 2016/2017.

jueves, 9 de febrero de 2017

El asno de oro, Apuleyo

      En cuanto se disipó la noche y el sol trajo un nuevo día, desperté y salté de la cama, impaciente y lleno de curiosidad por conocer cosas raras y maravillosas. <>. Suspenso así entre la impaciencia y la curiosidad, observaba cada cosa con el mayor interés. Nada de cuanto veía en la ciudad me parecía ser lo que aparentaba; todo se me figuraba alterado y transformado por una fórmula infernal: si veía una piedra, me imaginaba que era un hombre petrificado; si oía aves, también eran personas cubiertas de plumas; los árboles que rodeaban el recinto de la ciudad eran igualmente personas cargadas de follaje; las aguas de las fuentes manaban de algún cuerpo humano. Creía que en cualquier momento las estatuas e imágenes echarían a andar, que las paredes se pondrían a hablar, que los bueyes y otros animales análogos anunciarían el porvenir, que del propio cielo y de la órbita radiante del sol bajaría de pronto algún oráculo.













Apuleyo, El asno de oro, Madrid, Biblioteca clásica Gredos, Editorial Gredos S.A 2001, pág 26
Seleccionado por: Marta Talaván González, Primero de bachillerato, Curso 2016-2017

Del Espíritu de las Leyes, Montesquieu




Cuarta parte
Libro XX
De las leyes en relación con el comercio, considerado en su naturaleza y en sus distinciones
Capítulo XXII: Reflexión particular

   Impresionados por lo que se practica en algunos Estados, algunos piensan que se necesitan en Francia leyes que inviten a los nobles a ejercer el comercio. Pero éste sería el medio de destruir la nobleza sin ninguna utilidad para el comercio. La práctica de este país es muy acertada: los negociantes no son nobles, pero pueden serlo. Tienen la esperanza de alcanzar la nobleza, pero no sus inconvenientes actuales. No disponen de otro medio más seguro para salir de su profesión que ejercerla bien y honorablemente, cosa que va normalmente unida a su capacidad.
   Las leyes que no permiten el cambio de profesión y ordenan que ésta pase de padres a hijos no son, ni pueden ser útiles, sino en los Estados despóticos, donde nadie puede ni debe tener emulación.
   Que no se alegue que cada uno ejercería mejor su profesión al no poder abandonarla por otra; afirmo que, por el contrario, cada cual ejercerá mejor su profesión cuando los que se hayan destacado esperen poder cambiar.
   La adquisición de la nobleza por dinero, estimula a los negociantes para lograr conseguirla. No analizo aquí si es bueno dar de este modo a las riquezas el premio de la virtud: hay determinados Gobiernos donde esto puede ser muy útil.



Montesquieu, Del Espíritu de las Leyes, colección clásicos del pensamiento, 5º edición publicada en 2002, editorial Tecnos, pag 229, cuarta  parte, libro XX.
Seleccionado por Lara Esteban González, primero de bachillerato, curso 2016-2017.


Historia de roma desde su fundación, Tito Livio

      La alarma no fue ciertamente menor en toda la ciudad que en el campo de batalla; muchos puestos de guardia fueron abandonados en la huida despavorida,y también los muros al saltar  de ellos cada uno por donde le cogía más a mano. Cuando Escipión, que había salido hasta la llamada Colina de Mercurio, se percato de que las murallas estaban desguarnecidas de defensores en muchos tramos hizo salir a todos del campamento y les dio orden de avanzar al asalto de la ciudad y llevar escalas. El protegido por los escudos que tres jóvenes vigorosos sostenían ante él, pues eran ya muy grande la cantidad de dardos de todo tipo de todo tipo que salían volando de los muros, se acercó a la ciudad . Animaba, daba las ordenes precisas, y, cosas que tenían gran importancia para enardecer los ánimos de los soldados, estaba allí presente como testigo ocular del valor o la cobardía de cada cual. Por eso corren arrostrando heridas y armas arrojadizas; ni los muros ni los combatientes que hay sobre ellos pueden impedir que rivalicen por escalarlos. También se inició al mismo tiempo el ataque naval de la parte de la ciudad que baña el mar;
   pero por ese nado era mayor el ruido que la fuerza que se podía emplear. Mientras abordan, mientras desembarcan precipitadamente escalas y hombre, mientras se apresuran a saltar a yerra por otro sitio más a mano se estorban unos a otros con las propias prisas por ser los primeros.

Tito Livio, Historia desde su fundación, Editorial Gredos, publicada en Madrid en 2001, libro XXVI/XXX,página 89 /90 parte XXVI.
Seleccionado por Andrea Martín Bonifacio, primero de bachillerato, curso 2016/2017.

Epístolas morales a Lucilio II, Séneca

      86
Elogio de la virtud de Escipión. El trasplante del olivo y de la vid.

      Te escribo estas letras mientras descanso en la misma quinta de Escipión Africano, después de haber venerado sus manes y el altar que sospecho que constituye la tumba de tan egregio varón. Tengo la convicción de que su espíritu ha vuelto al cielo de que procedía, no porque se acaudilló numerosos ejércitos (pues estos también los poseyó el furioso Cambises, que utilizó con éxito su furor), sino por su noble moderación y por su patriotismo, que consideró en él más admirable cuando abandonó la patria que cuando la defendió; o Escipión debía permanecer en Roma, o permanecer en libertad . "No quiero -afirmó- derogar en el ápice de las leyes , ni en la de las instituciones, que el derecho sea igual para todos los ciudadanos. Sírvete, oh patria, de mis beneficios sin mi presencia. He sido para ti la causa de la libertad, seré también la prueba de que la tienes; me marcho, si me he encumbrado más de lo que a ti te conviene."
      ¿Por qué no admirar esta grandeza de alma con que se retiró a un destierro voluntario y aligeró de un peso a la ciudad? Al tal extremo había llegado la situación, que o lalibertad ocasionada afrenta a Escipión, o Escipión a la libertad. Ni lo uno ni lo otro lo permitían los dioses; por ello dio prelación a las leyes y se retiró a Literno, dispuesto a cargar en cuenta a la República tanto su destierro como el de Aníbal. 
      He contemplado la quinta construida con piedras labradas, el muro en derredor del parque, también las torres erigidas a uno y a a otro lado para protección de la quinta, la cisterna escondida entre los edificios y jardines y que podía satisfacer las necesidades las necesidades hasta de un ejército, la sala de baño reducida ,oscura conforme a la antigua usanza; a nuestros mayores no les parecía abrigada si no era oscura.


       Séneca, Epístolas morales a Lucilio II, Madrid, Editorial Gredos S.A, 2001, páginas 60-62.
       Seleccionado por Rebeca Serradilla Martín, Primero de Bachillerato. Curso 2016/2017.

La obra, Émile Zola

        Claude corrió raudo a coger su caja de pinturas al pastel y una gran hoja de papel. Luego, acuclillado junto a su silla baja, posó sobre sus rodillas un cartapacio y se puso a dibujar con una gran felicidad pintada en el semblante, Toda su turbación, su curiosidad carnal, su deseo contra el que había lucha desembocaban en aquel deslumbramiento de artista, en aquel entusiasmo por la bellas tonalidades y los bien articulados músculos. Se habían olvidado ya de la muchacha y estaba bajo el hechizo de la nieve de los pechos, que resplandecían entre el delicado color ambarino de los hombros. Una modestia inquieta le empequeñecía ante la naturaleza, apretaba los codos, volviéndose un niño pequeño, muy prudente, atento y respetuoso. Esto duró cerca de un cuarto de hora, se detenía a veces, aguzaba la vista para ver mejor. Pero como temía que ella moviese, se volvía a poner manos a la obra, conteniendo la respiración, por temer a despertarla.
         Sin embargo, comenzaban a rondarle de nuevo por la mente vagos razonamientos mientras estaba concentrado en el trabajo. ¿Quién podía ser? Seguro que una pordiosera no, como había creído, porque estaba demasiado lozana. Pero, ¿por qué razón le había contado una historia tan poco creíble? Y se imaginaba otras historias: que era una actriz debutante que había ido a parar a París con un amante, el cual la había plantado; o una pequeña burguesa corrompida por una amiga, que no se atrevía a volver a casa sus padres; o incluso, un drama más complicado, perversiones ingenuas y poco corrientes, cosas espantosas que nunca sabría. Tales hipótesis no hacían sino aumentar su incertidumbre, por lo que pasó al esbozo el rostro, estudiándolo cuidadosamente. La parte superior revelaba la gran bondad y dulzura, con la frente despejada, lisa como un espejo claro, la nariz pequeña, de finas aletas nerviosas; y bajo los párpados se percibía la mirada risueña, una mirada que debía de iluminar el rostro entero. Sólo la parte inferior estropeaba esta irradiación de ternura: la mandíbula era prominente, los labios demasiado carnosos de un color sangre, que mostraban unos dientes blancos y firmes. Era como una pasión imprevista, la pubertad rebosante de vida y que se ignoraba a sí misma en aquellas facciones esfumadas, de una delicadeza infantil.



   Émile Zola, La obra, Barcelona, Penguin Clásicos, ed. 20, 2007, pág 65
    Seleccionado por Delia Marinela Bulau, Primero de Bachillerato, Curso 2015-2016

jueves, 2 de febrero de 2017

el Sueño o la vida de Luciano, Luciano de Samósata

    Así, llegado el día que se creyó a propósito para inciar mi aprendizaje, fui encomendado a mi tío, sin que me molestara, ¡por Zeus!, el hecho; al contrario, considerando que aquello sería para mí una excelente diversión y un modo de presumir ante mis compañeros, si me veían esculpiendo figuras de dioses y modelando pequeñas estatuillas para mí y para quien yo quisiera. Pero lo primero que me sucedió fue lo que suele ocurrirles a los principiantes: entregóme mi tio un cincel y me ordenó que puliera con cuidado una tablilla que estaba allí en medio, añadiendo el conocido refrán; <>. Mas, en mi experiencia, golpeé demasiado fuerte la tablilla y ésta se rompio; él, entonces, lleno de cólera, cogió un bastón que tenía allí cerca y me inició en su arte de un modo no muy agradable ni atractivo, de modo que comencé mi aprendizaje con lágrimas.
     Escapé de allí. Me dirijo ami casa, sollozando sin cesar, y, con los ojos llenos de lágrimas, les cuento lo del bastón y les muestro mis cardenales; acuso a mi tío de excesiva crueldad, añadiendo que lo había hecho todo por envidia, temeroso 











Luciano de Samósata, Diálogos, Barcelona, Editorial Planeta, S.A 1988, Primera edición en clásicos universales Planeta, Pág 180.
Seleccionado por David Francisco Blanco, Primero de bachillerato, Curso 2016-2017.

Historia de Roma desde su fundación, Tito Livio


      Una vez nombrado el primer dictador de Roma, cuando la plebe vio que iba precedido por las hachas, la asaltó un profundo temor, de suerte que estaba más atenta a obedecer sus mandatos. Y es que no cabía, como en el caso de los cónsules, que tenían el mismo poder, recurrir a otro del mismo rango ni apelar al pueblo, ni quedaba más recurso que una escrupulosa obediencia. También a los sabinos los atemorizó la creación de un dictador en Roma, tanto más cuando se suponía que eran ellos la causa de tal medida; por eso envían una embajada para tratar la paz. Al pedir ésta al dictador y al senado que fuesen indulgentes con una inconsciencia juvenil, se les respondió que se puede perdonar a unos muchachos, pero no a unos hombres hechos y derechos que empalman una guerra con otra. Hubo sin embargo, conversaciones de paz, y hubieran cuajado, si los sabinos hubieran consentido en indemnizar los gastos que habían ocasionado los preparativos de guerra, cosa que se les reclamó. La guerra fue declarada, pero una tregua tácita mantuvo la calma durante un año.















Tito Livio, Historia de Roma desde su fundación
. Barcelona, ed. Gredos, S.A., col. Biblioteca Básica Gredos, pág 140.
     Seleccionado por Marta Talaván González. Primero de bachillerato. Curso 2016-2017.

Eneida, Virgilio

LA CAÍDA DE TROYA

CONSTRUCCIÓN DEL CABALLO

Los jefes de los dánaos, quebrantados al cabo por la guerra,
patente la repulsa de los hados -son ya tantos loa años transcurridos-,
construyen con el arte divino de Palas un caballo del tamaño de un monte
y entrelazan de planchas de abeto su costado.
Fingen que es una ofrenda votiva por su vuelta. Y se va difundiendo ese rumor. 
A escondidas encierran en sus flancos tenebrosos
la flor de sus intrépidos guerreros y llenan hasta el fondo
las enormes cavernas de su vientre de soldados armados. 
A la vista de Troya está la isla de Ténedos, sobrado conocida por la fama.
Abundaba en riquezas mientras estuvo en pie el reino de Príamo,
hoy sólo una ensenada, fondeadero traidor para las naves.
Hasta allí se adelantan los dánaos y se ocultan en la playa desierta. 


       Virgilio, Eneida. Barcelona, Gredos. Bliblioteca Básica Gredos, primera edición, 2000. Página 40.
       Seleccionado por Andrea Alejo Sánchez. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.

El paraíso perdido, John Milton

   Libro VII

      Desciende del cielo, Urania, si es éste
Tu justo nombre, para que siguiendo
Tu voz divina logre remontarme
Más alto que la cumbre del Olimpo
Y que el vuelo del alado Pegaso. El sentido, no el nombre, es el que invoco;
Pues tú no estás ni con las nueve musas
Ni en la cima del viejo Olimpo moras,
Sino que, del Cielo nacida, antes
Que se alzaran los montes y manaran Las fuentes, conversabas con tu hermana,
La Sabiduría eterna, y con ella
Jugabas en la presencia del Padre
Todopoderoso, que gozaba
Con tu celeste canto. Hacia lo alto,
LLevado por ti, al Cielo de los Cielos
He osado llegar, terreno huésped,
Y he aspirado el aire del Empíreo,
Por ti templado; guíame con igual
Seguridad a mi regreso hacia
Mi elemento natural, no sea que
Tirado de este ligero corcel
Desbocado, caiga en el  campo de Alea,
Para vagar por él abandonado,
Como le sucedió a Belerofonte
En su día, aunque no de una región
Tan elevada.




     John Milton, El paraíso perdido, Madrid, Edt. CATEDRA, Letras Universales, 1986. 479 páginas. Seleccionado por Rodrigo Perdigón Sánchez. Primero de bachillerato. Curso 2016-2017.

Los conquistadores, Malraux

       Trabajo después con Nicolaiev. El jefe de la policía es un antiguo agente de la Ojrana. Borodín conoce su expediente, actualmente en la Checa. Afiliado a las organizaciones terroristas antes de la guerra, hizo arrestar a un buen número de militantes. Estaba muy bien informado, ya que unía a sus propias confidencias las de su mujer, terrorista sincera y respetada, que murió de manera singular. Diversas circunstancias apartaron de él la confianza de sus camaradas, sin permitir no obstante el nacimiento de una opinión lo bastante para justificar su ejecución. Desde ese momento, la Ojrana lo consideró quemado y dejó de pagarle. Era incapaz de trabajar. Erró de miseria en miseria, fue guía, vendedor de fotos obscenas... Periódicamente imploraba a la policía que le enviase algún dinero para socorrerle; vivía asqueado de sí mismo, fracasado, apegado sin embargo a esa policía por una especie de espíritu de cuerpo. En 1914, al tiempo que solicitaba cincuenta rublos -fue su última demanda-, denunció, como para pagarla, a su vecina, una anciana que ocultaba armas...
       La guerra le liberó. Dejó el frente en 1917, terminó por ir a parar a Vladivostock, después Tientsin, donde se embarcó, en calidad de lavaplatos, en el barco que zarpaba hacia Cantón. Aquí reinició su antigua profesión de confidente y supo mostrar la suficiente habilidad para que Sun-yat Sen le confiase, cuatro años más tarde, uno de los puestos más importantes de su policía secreta. Los rusos parecían haber olvidado su antigua profesión.
       Mientras acabo de poner en orden el correo de Hong Kong, él estudia la represión del levantamiento de ayer.
      -Entonces, ¿comprendes, pequeño?, elegí la sala más grande. Es grande, muy grande. Me siento en el sillón presidencial, solo, completamente solo, en el estrado; completamente solo, ¿comprendes bien? No hay más que un estribano en un rincón y, detrás de mí, seis guardias rojos que no entienden más que el cantonés, revólver en mano, claro está. Con frecuencia, cuando el fulano entra, da un taconazo (hay hombres valientes, como dice tu amigo Garín), pero cuando sale, jamás da un taconazo. Si hubiese alguien allí, si hubiese público, no lograría nunca nada: los acusados resistirían. Pero cuando estamos completamente solos.. Tú no puedes comprenderlo: completamente solos...
       Y con una sonrisa desvaída, una sonrisa de viejo gordo excitado al contemplar una niña desnuda, añade, arrugando los párpados:
       -Si supieses qué cobardes se vuelven...


Malraux, Los conquistadores, Móstoles-Madrid, Editorial Argos Vergara, páginas 114, 115.
 Seleccionado por Andrea Sánchez Clemente. Primero de Bachillerato. Curso 2016/2017

Del Espíritu de las Leyes, Montesquieu



Tercera parte
Libro XIV
De las leyes en su relación con la naturaleza del clima
Capítulo II: Los hombres son diferentes según los diversos climas.

   El aire frío contrae las extremidades de las fibras exteriores de nuestro cuerpo: ello aumenta su actividad y favorece el retorno de la sangre desde las extremidades al corazón. Disminuye además la longitud de dichas fibras, por lo que su fuerza queda aumentada. El aire cálido, por el contrario, relaja las extremidades de las fibras y las alargas, por lo que su fuerza y su actividad disminuyen.
   Así, pues, el hombre tiene más vigor en los climas fríos: la actuación del corazón y la reacción de las extremidades de las fibras se realizan con más facilidad, los líquidos se equilibran mejor, la sangre fluye con más facilidad hacia el corazón y, recíprocamente, el corazón tiene más potencia. Este incremento de fuerza debe producir muchos efectos, por ejemplo: más confianza en sí mismo, es decir, más valentía; mayor consciencia de la propia superioridad, es decir, menor deseo de venganza; idea más afianzada de seguridad, es decir, más franqueza, menos sospechas, menos política y menos astucias. Finalmente, ello debe dar origen a caracteres muy diferentes.


Montesquieu, Del Espíritu de las Leyes, colección clásicos del pensamiento, 5º edición publicada en 2002, editorial Tecnos, pag 155 , tercera parte, libro XIV.
Seleccionado por Lara Esteban González, primero de bachillerato, curso 2016-2017.

Trópico de Cáncer, Henry Miller


      Todo es exactamente como era antes, los elementos no han cambiado, el sueño no es diferente de la realidad. Sólo que, entre el momento en que se quedo dormido y el momento en el que se despierta, le han robado el cuerpo. Es como una máquina que vomita periódicos, millones y billones de ellos cada día, y la primera página esta llena de catástrofes , de disturbios, asesinatos, explosivos, colisiones, pero él no siente nada. Si alguien no gira el interruptor nunca sabrá lo que significa morir: no puedes morir, si te han robado el cuerpo. Puedes montar sobre una tía y magrearla como un macho cabrío hasta la eternidad: puedes ir a las trincheras y volar en pedazos; nada creará esa chispa de pasión sino interviene una mano humana. Alguien tiene que poner la mano en la máquina y forzarla para que los engranajes vuelvan a encajar bien. Alguien tiene que hacer eso sin esperar recompensas, sin preocuparse por los quince francos; alguien cuyo pecho sea tan delgado, que si le prendieran una medalla, quedaría jorobado. Y alguien tiene que dar de comer a una tía hambrienta sin temor de que se le vuelva a salir. De lo contrario, este espectáculo no acabará nunca. No hay forma de salir de este lío...


Henry Miller, Trópico de Cáncer, colección S.A.  traducida por ediciones Alfaguara, publicada en 2000 , Mostoles, Madrid, página 136.
seleccionado por Andrea Martín Bonifacio, primero de bachillerato, curso 2016- 2017.

Aventuras de Tom Sawyer, Twain



CAPITULO XXX

       La primera cosa que Tom oyó el viernes por la mañana fue una noticia alegre: la familia del juez Thatcher había vuelto a la ciudad la noche anterior. El indio Joe y el tesoro pasaron a un segundo plano de momento y Becky ocupó el primer lugar  en el interés del chico. La vio y se divirtieron enormemente jugando al escondite y a las cuatro esquinas con un montón de condiscípulos. El día fue completado y coronado de una manera especialmente satisfactoria. Becky pidió instantáneamente que fijara para el día siguiente la merienda, prometida y aplazada desde hacía tanto tiempo, y ella dio su consentimiento. La alegría de la niña no tenía límites, y la de Tom no era más moderada. Se enviaron las invitaciones antes del anochecer y la gente joven del pueblo fue invadida por la fiebre de los preparativos y una agradable expectación. La excitación de Tom le mantuvo despierto hasta muy tarde. Tenía esperanzas de oír el maullido de Huck y conseguir su tesoro para asombrar a Becky y a los participantes en la fiesta, al día siguiente; pero fue defraudado: no llegó ningún aviso aquella noche.
       La mañana llegó finalmente, y a las diez o las once una pandilla atolondrada y traviesa se reunió en la casa del juez Thatcher, donde todo estaba listo para la partida. NO era costumbre que los mayores echasen a perder la merienda con su presencia. Se consideraba que los niños estaban bastante seguros bajo las alas de unas cuantas señoritas de dieciocho años y unos cuantos señoritos, de más o menos, veintitrés. Se alquiló para esta ocasión el viejo vapor transbordador. De pronto el alegre tropel llenó la calle principal cargado de cestas de provisiones. Sid estaba enfermo y no pudo asistir. Mary se quedó en casa para hacerle compañía. La última cosa que la señora Thatcher dijo a Becky fue:
       -No volverás hasta tarde. Quizá sería mejor que pasases la noche con algunas de las chicas que viven cerca del embarcadero.
       -Entonces me quedaré en casa de Susy Haper, mamá.
       - De acuerdo. Pórtate bien y no des molestias a nadie.
        Luego, cuando iban andando, Tom dijo a Becky.
       -Oye: te diré lo que tienes que hacer. En vez de ir a casa de Joe Harper, subiremos a la colina y nos pararemos en casa de la viuda Douglas: ¡Tendrá helado! Tiene casi todos los días cantidades enormes. Y estará muy contenta de vernos.
       -¡Oh, sí que era divertido!
       Luego Becky reflexionó un rato y dijo:
       -Pero ¿qué dirá mamá?
       La niña volvió la cabeza y dijo a regañadientes:
       -Creo que está mal... pero...
       - Pero, ¡diablos! Tu madre no se enterará y, así, ¿qué hay de malo en ello? Todo lo que quieres es que no te pase nada, y estoy seguro de que te habría dicho que fueses allí, si hubiera pensado en ello. ¡Sé que lo habría hecho!




Twain, Aventuras de Tom Swayer, Barcelona, 1994, Bruguama S.A, páginas 219-220.
       Seleccionado por Rebeca Serradilla Martín. Primero de Bachillerato, Curso 2016/2017.

Las Aventuras de Huckleberry Finn, Mark Twain

   CAPÍTULO XV 

     Calculamos que en tres noches llegariamos al Cairo, al sur de Illinois, en la confluencia con el rio Ohio, y ésa era nuestra meta. Una vez allí pensabamos vender la balsa y con ello comprar un pasaje para el vapor y remontar el Ohio hasta lletgar a los Estados libres, donde ya no tendríamos problema.
     Bien, pues a la segunda noche vimos acercarse una espesa niebla y buscamos una ensenada para amarrar la balsa, porque con niebla y buscamos una ensenada para amarrar la balsa, porque con niebla no es bueno navegar. Me adelanté yo en la canoa con la amarra en la mano, pero no mas que pequeños serpollos para fijarla. Al fín me decidí y amarré la cuerda a uno de ellos, pero la corriente era muy fuerte, y vino una violenta sacudida que se llevo a la balsa, arrancando el arbusto de raiz. Vi como la niebla espesaba y me acercaba, y me entró tal pánico que estuve como medio minuto inmóvil,  sin capacidad para reaccionar, y entre tanto la balsa se esfumó en la niebla. No se podía ver a más de veinte metros de distancia. Salté a la canoa, me fui a la popa, empuñé el remo, y quise separarla de la orilla apoyandome en él, pero la canoa no cedía. Me dí cuenta de que con las prisas me habia olvidado de soltar la amarra. Volví a saltar a tierra e intenté desatarla, pero estaba tan nervioso y me temblaban tanto las manos que no daba pie con bola.
     En cuanto pude soltarla, me lancé con toda mi alma a la persecución de la balsa, siguiendo en línea recta desde el serpollo donde la había atado. Mientras navegué por la pequeña ensenada en que nos habiamos refugiado, todo fue bien porque lograba orientarme algo, pero ésta no tenía más de sesenta metros de largo, y en el momento en que la dejé atrás me vi sumergido en una espesa capa blanca, y perdí totalmente la noción de hacia dónde me dirigía.



Mark Twain, Las Aventuras de Huckleberry Finn. Madrid, ed. Magisterio Español, S. A., col. Clasicos Norteamericanos S. XIX, págs. 105.
     Seleccionado por Javier Arjona Piñol. Primero de bachillerato. Curso 2016-2017.