jueves, 15 de diciembre de 2016

Las Etiópicas, Heliodoro.

LIBRO SEGUNDO.
   Ésta era la situación de la isla, envuelta totalmente por el fuego. Teágenes y Cnemón, mientras hubo sol, no pudieron observar el incendio, pues la claridad del fuego se debilita durante el día, gracias a la Iluminosidad de los rayos de dios. Pero cuando el sol se puso y trajo la noche, el resplandor irresistible que cobraron las llamas pudo verse desde muy lejos. Entonces, animados por la noche, se asoman fuera de su escondite en la marisma y ven con manifiesta claridad la isla dominada por el fuego.
   -¡Ojalá quede hoy perdida mi vida! -dijo Teágenes, golpeándose la cabeza y mesándose los cabellos-.
Que se termine, que se dé suelta a todo: temores, peligros, cuidados, esperanzas, amores. Ya no existe Cariclea, Teágenes está perdido. En vano, inafortunado de mí, fui miedoso y emprendí cobarde huída, por salvarme para ti, dulzura mía. De seguro que no voy a sobrevivir, ahora que tú, queridísima yaces, no por la ley común de la naturaleza, ni, lo más terrible, tras haber abandonado la vida en brazos del ser que tú habrías querido, sino que has sido, ¡ay de mí!, pasto del fuego. ¡Éstas son las teas que por ti ha prendido la divinidad, en vez de las nupciales! ¡Se ha consumido la belleza nacida de los hombres, sin dejar, con la pérdida de su cadáver, ni una reliquia de su lozanía sin tacha! ¡Oh crueldad e indecible ojeriza divina! Hasta los postreros abrazos me ha quitado; de los últimos besos de un cuerpo sin alma me ha privado.
 




Heliodoro, Las Etiópicas, Madrid, EDITORIAL GREDOS S.A, Biblioteca básica Gredos. Página 52.
Seleccionado por Marta Talaván González, Primero de Bachillerato, curso 2016-2017.

La hoguera de las vanidades, Tom Wolfe

 22. Pelotitas de Styrofoam


Sherman se volvió hacia la izquierda, pero enseguida comenzó a dolerle la rodilla de ese lado, como si el peso de la pierna derecha le hubiese cortado la circulación. El corazón de latía a notable velocidad. Se volvió hacia la derecha. El canto de la mano derecha se le quedó metido debajo de la mejilla derecha. Era como si sintiese necesidad de sostenerse la cabeza, como si no bastara con la almohada, pero eso era absurdo y, de todos modos, ¿cómo iba a dormir con la mano debajo de la cara? Algo más veloz que de costumbre, sólo eso... No se le había encabritado... Se volvió otra vez hacia la izquierda  y luego rodó hasta ponerse boca abajo, pero eso le ponía en tensión los riñones, de manera que volvió a apoyarse sobre el lado derecho. El corazón le latía ahora a mayor velocidad que antes. Pero el pulso era regular. Aún lo controlaba.
     Resistió la tentación de abrir los ojos y comprobar cuál era la intensidad de la luz que se colaba por debajo  de las cortinas romanas. Generalmente, al amanecer aparecía una línea de claridad, así que era fácil adivinar si eran las cinco y media o las seis en esta época del año. ¡Y si ya estuviese haciéndose  de día! Imposible. No podía ser más de las tres. A lo peor, las tres y media. ¡Pero quizá había dormido una hora sin enterarse! ¿Y si la línea de claridad...?
     No pudo resistirno más. Abrió los ojos. Gracias a Dios, aún era de noche; aún no había peligro.
     Tras eso... el corazón dio una sacudida y escapó sin control. Se puso a latir a una velocidad y con una fuerza increíbles, como si pretendiera escapar de la jaula de sus costillas. Todo su cuerpo se estremecía. ¿Qué importaba que le quedaran todavía unas horas para seguir tumbado, revolviéndose, o que ya fuese la hora de...?
     Van a meterme en la cárcel.
  


        Tom Wolfe, La hoguera de las vanidades, Barcelona, Anagrama, Panorama de Narrativas, primera edición, 1988, páginas 425-426.
       Seleccionado por Rebeca Serradilla Martín. Primero de bachillerato. Curso 2016/2017.

Utopía, Tomás Moro


EL ESTADISTA
   
      Estadista, si lo fue, y eminente, como queda señalado anteriormente. Moro entra en el servicio del Estado, para su sacrificio y muerte, y con ello en la historia política de Inglaterra y de Europa.
      Estas facetas hasta ahora señaladas-jurista, parlamentario, diplomático estadista- no sólo configuran integrativamente la personalidad de Moro, sino que le sujetan y ciñen con más firmeza en los lindes de la realidad. En la Utopía aparecen claramente, a veces; otras veces, se adivinan y translucen en numerosas huellas de realismo. Recuérdense, a este respecto, las consideraciones sobre la educación, la estratificación social y familiar, la política exterior- concebida frecuentemente como Ralpolitik-, la guerra. Así aunque parezca contradictorio, Tomás Moro, el autor de la Utopía, no es utópico.


Tomás Moro, Utopía, Inglaterra, colección clasicos de pensamiento,4º edición publicada en 2006, editorial tecnos, página XLIII.
Seleccionado por Andrea Martín Bonifacio. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.

El Príncipe, Nicolás Maquiavelo



V. De qué modo se han de gobernar las ciudades o principados que antes de su adquisición se regían con sus propias leyes.


      Cuando, como decimos, se adquieren Estados que están acostumbrados a vivir con sus propias leyes y en libertad, el que quiera el que quiera conservarlos dispone de tres recursos: el primero, destruir dichas ciudades; el segundo, ir a vivir allí personalmente; el tercero, dejarlas vivir con sus leyes, imponiéndoles un tributo e implantando en ellas un gobierno minoritario que te las conserve fieles. Lo último no presenta excesivas dificultades, ya que, al haber sido creado dicho gobierno por aquel príncipe, sabe que no puede mantenerse sin su apoyo y su poder, por lo cual hará todo lo que esté en su mano para conservar su autoridad.


     Nicolás Maquiavelo, El Príncipe, Madrid, Alianza Editorial, página 52.
     Seleccionado por Andrea Sánchez Clemente. Primero de Bachillerato. Curso 2016/2017

Del Espíritu de las Leyes, Montesquieu

Segunda parte 
Libro XI
De las leyes que dan origen a la libertad política en su relación con  la constitución 
Capítulo II
  Diversos significados que se dan a la palabra libertad. No hay una palabra que haya recibido significados más diferentes y que haya impresionado los ánimos de maneras tan dispares como la palabra libertad. Unos la han considerado como la facultad de deponer a quien habían dado un poder tiránico; otros, como la facultad de elegir a quién deben obedecer; otros, como el derecho de ir armados y poder ejercer la violencia , y otros  por fin, como el privilegio de no ser no ser gobernados más que por un hombre de su nación o por sus propias leyes.  Durante largo tiempo algún pueblo hizo consistir la libertad en el uso de llevar una larga barba. No han faltado quienes asociando este nombre a una forma de Gobierno, excluyeron las demás. Los afectos al Gobierno republicano la radicaron en dicho Gobierno; los afectos al Gobierno monárquico la situaron en la Monarquía. En resumen, cada cual ha llamado libertad al Gobierno que se ajustaba a  sus costumbres o a sus inclinaciones.
   Ahora bien, como en una República no se tienen siempre a la vista y de manera tan palpable los instrumentos de los males que se padecen y las leyes aparenta jugar un papel más importante que sus ejecutores, se hacen residir normalmente la libertad en las Repúblicas, excluyéndola  de las Monarquía. Por último, como en las democracias parece que el pueblo hace poco más o menos lo que quiere, se ha situado la libertad en este tipo de Gobierno, confundiendo el poder del pueblo con su libertad.



Montesquieu, Del Espíritu de las leyes, colección clásicos del pensamiento 5º edición publicada en 2002, editorial Tecnos, pag 105-106, capítulo II, segunda parte, libro XI 
Seleccionado por Lara Esteban González, primero bachillerato, curso 2016-2017


Amores, Ovidio

                                                                  Libro II,
                                                                       9
 
     Suplica a Cupido para que, una vez que el poeta se le ha sometido, deje ya de asediarle sin tregua

     ¡Oh Cupido, nunca satisfecho en tu ira contra mí, oh niño aposentado perezosamente en mi corazón! ¿Por qué me molestas a mí que, soldado tuyo, nunca he abandonado tu bandera, y por qué me hieres en mi propio campamento?.¿Por qué tu antorcha abrasa a los amigos y tu arco los saetea? Mayor gloria sería para ti vencer a los que se te oponen. ¿Qué? ¿ No ayudó el héroe de Hemonia con su ciencia médica al herido, después de haberlo atravesado con su lanza?. El cazador persigue lo que huye pero deja lo que ha cazado y siempre busca algo que añadir a lo encontrado. Nosotros, pueblo rendido a tus pies, somos quienes experimentamos tus armas, mientras que tu mano perezosa se retira del enemigo que te hace frente. ¿Por qué disfrutas al embotar en huesos descarnados tus dardos ganchudos?, pues descarnador me dejó los huesos el Amor.

     ¡Hay tantos hombres sin amor, tantas mujeres sin amor!, de ellos podías obtener un triunfo con mucha gloria. Roma, si no hubiese desplegado sus fuerzas por el mundo entero, aún ahora estaría hecha de cabañas cubiertas de paja.

     Después de haberse fatigado, el soldado marcha a los campos que le han concedido, al caballo se le deja ir libre de ataduras a los pastizales; amplios astilleros protegen a la nave de pino sacada a tierra; y se reclama la inofensiva espada de madera una vez usada la metálica. También para mí, que tantas he servido en el amor de una mujer, sería ya el tiempo de jubilarme y vivir tranquilamente.






     Ovidio, Amores, Madrid, Edt. GREDOS. Biblioteca básica gredos, 2001. 139 páginas. Seleccionado por Rodrigo Perdigón Sánchez. Primero de bachillerato. Curso 2016-2017.

La Eneida, Virgilio

      Pándaro y Bicias, hijos del troyano alcánor, a los cuales la silvestre Iera parió en el bosque del gran Jove, jóvenes de monstruosa altura, iguales a los montes y abetos de sus tierras, en sus armas y fuerzas confiados, abre la puerta que ambos, por mandato del capitán guardaban, y convidan con libre entrada al enemigo ejército. Ellos, cual senda de torres, arrimados unos a la diestra y otros a la siniestra, guardando están la puerta por de dentro, de hierro y armas bien apercibidos, gallardos con lucidas y altas plumas, tan altos como dos encinas altas de las que, en las riberas del Liquecio o en las del Pado o junto al ameno Átesis, suben al cielo sus ramosas copas y las cumbres altísimas menean.

Virgilio, La Eneida. Barcelona, 1995, Ed. Planeta. Página 333.
Seleccionado por Gustavo Velasco Yavita. Primero de bachillerato, curso 2016-2017

Tragedias II, Séneca

CASANDRA-CORO

     Casandra.- Contened esas lágrimas, troyanas, que cualquier ocasión os hará verter y haced el duelo por vosotras mismas con llorosos gemidos. Mis calamidades rehúsan ser compartidas. Apartad vuestras quejas de las desgracias mías: yo me basto a mí misma para lamentar mis males.

     Coro.- Consuela unir las lágrimas con lágrimas: más grandes son las llamas de aquel a quien desgarran secretos sufrimientos.
Consuela lamentarse en común por los suyos;
y tú, aunque eres muchacha dura y varonil,
y sabes soportar el sufrimiento,
nunca podrás llorar tan gran ruina.
Ni el ruiseñor que encima de una rana de la primavera
entona, triste, sus cambiantes trinos,
cantando a Itis con variados sones,
ni el ave de Bistonia que, aposentada en lo alto del va narrando, parlera,
el impío adulterio de su cruel marido.

Séneca, Tragedias II, Madrid, 2001, Ed Gredos, S.A. pág 170-171
Seleccionado por David Francisco Blanco, Primero de Bachillerato, Curso 2016-2017



Utopía, Tomás Moro

LOS ESCLAVOS
      No hacen esclavos ni a los prisioneros de guerra, a no ser de la emprendida por ellos mismos, ni a los hijos de los esclavos ni, finalmente, a nadie que, siendo esclavo en otros pueblos, pudieran comprar, sino o cuando entre ellos el crimen de alguno se convierte en esclavitud o a los que en las ciudades extranjeras están sentenciados al suplicio por una fechoría confesada ( este género es mucho mas frecuente), pues se hacen con muchos de estos, tasados a veces en un precio insignificante, recabados gratuitamente las más de las veces. A estos géneros de los esclavos los tienen no sólo por trabajo constante sino también por cadenas; pero a los suyos con mayor dureza, porque les considera más deplorables y merecedores de peores castigos, por cuanto excepcionalmente instruidos para la virtud con una educación preclara no fueron, sin embargo, capaces de apartarse del delito.
      Hay otro género de esclavos: cuando un azacán, laborioso y pobre, de otro pueblo escoge venir a ellos voluntariamente. Les tratan con decoro y, fiera de que se les impone un poco mas de trabajo puesto que están acostumbrados,lo pasan no mucho menos gratamente que los ciudadanos; al que desea marcharse ( lo que no sucede a menudo) ni le retiren contra su voluntad ni le despachan de vacío.


Tomás Moro, Utopía, Inglaterra, colección clasicos de pensamiento,4º edición publicada en 2006, editorial tecnos, página 94/95.
Seleccionado por Andrea Martín Bonifacio. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.

Discurso I, Cicerón

Discurso Segundo
LA PRETURA DE SILICIA
Argumento del PS. Asconio

Este discurso- no cabe duda- se orienta a la acusación del delito alegado. En efecto, en el anterior se han expuesto los antecedentes, los cuales, por ser mas útilies para las actuación que importantes en si mismos, se han concentrado en un libro solo, según el parecer de Cicerón, que así enumera de corrido que cometió. Verres como cuestor, que como procuestor, que como legado , que, finalmente, como pretor urbano. Una vez llegado al motivo concreto del proceso, los delitos en Sicilia, editó cuatro libros; uno sobre la jurisdicción, otro sobre el trigo, un tercero sobre las estatuas, un cuarto sobre los suplicios. En esta distribución no se siguío el orden cronológico, sino los tipos e importancia de las fechorías. Empieza, en efecto, por la loa de Sicilia y pasa al crimen de Dión; luego, al de Sosipo y Filócrates. Asi sobre el derecho de los sicilianos en general. Con lo que en balde critican algunos a ciceron por no haber arrancado de ahi, dado que los delitos anteriores no requieren un tratamiento de tal tipo, que corresponde a los siguentes; a juicio del orador, el excordio debería haberse tomado de hechs importantes y, a la vez, mas notables. Y asi, tras este Heraclio, de los honores tributados a la fuerza, sobre Epícrates Bidino y de las causas capitales, sobre Sópatro, Estenio, la juristicción. 

Cicerón, Discursos I. Barcelona, ed. Gredos, S.A., col. Biblioteca Básica Gredos, pág. 286.
     Seleccionado por Javier Arjona Piñol. Primero de bachillerato. Curso 2016-2017.

El Príncipe, Nicolás Maquiavelo


II. De los principados hereditarios.


       Dejaré a un lado la cuestión de las repúblicas por haber razonado extensamente sobre ellas en otro lugar. Atenderé solamente solamente al principado y, siguiendo el hilo de las distinciones anteriores, discutiré las formas en que estos principados se pueden gobernar y conservar.
      Digo, pues, que en los Estados hereditarios y acostumbrados al linaje de su príncipe la dificultad de conservarlos es bastante menor en el caso de los nuevos, puesto que es suficiente con respetar el orden de sus antepasados y, por lo demás, adaptarse a los acontecimientos; de esta forma, si el príncipe en cuestión es de una habilidad normal, conservará siempre su Estado, a no ser que una fuerza extraordinaria y excesiva le prive de él. Incluso si es privado de él, lo recuperará a la mínima adversidad que sobrevenga al usurpador.
      Italia nos proporciona un ejemplo de lo que digo: el duque de Ferrara no ha podido resistir los asaltos de los venecianos en 1484, como tampoco los del papa Julio en 1510, pero por causas distintas a la antigüedad de su autoridad. El príncipe natural tiene motivos y menos necesidad de causar agravios, de donde resulta que es más amado por sus súbditos, y, de no mediar vicios extraordinarios que lo hagan aborrecer, es lógico que sea aceptado y respetado de manera natural. Pues en la antigüedad y en la continuidad de su autoridad se olvidan los recuerdos y las causas de las innovaciones, en tanto que una mutación deja siempre puesta la base para la edificación de otra.


          Nicolás Maquiavelo, El Príncipe, Madrid, Alianza Editorial, página 38.
          Seleccionado por Andrea Sánchez Clemente. Primero de Bachillerato. Curso 2016/2017



jueves, 1 de diciembre de 2016

El banquete, Platón

APOLODORO, UN AMIGO

APOLODORO.- Me parece que no estoy mal preparado acerca de lo que preguntáis. Pues precisamente anteayer subía a la ciudad desde mi casa de Falero, cuando un conocido mio que me divisó desde atrás, me llamó de lejos y, bromeando al llamarme, dijo:
       -¡Eh! Falerense, tú, Apolodoro, ¿no me esperas?
       Yo me detuve y lo esperé, y él dijo:
       -Apolodoro, precisamente hace un momento te andaba buscando, ya que quiero informarte de la reunión de Agatón, Sócrates, Alcibíades y los demás que en aquella ocasión asistieron al convite, y de cuáles fueron sus discursos acerca del amor. Pues me los ha contado otra persona que los escuchó por boca de Fénice, el hijo de Filipo, y dijo que también tú los conocías, pero no pudo decirme nada con exactitud. Cuéntamelo, pues, tú, que eres el más adecuado para referir las palabras de tu amigo. Pero antes -añadió- dime: ¿asististe tú en persona a esa reunión o no?
       Y yo le contesté:
       -De todas todas me da la impresión de que no te ha contado nada con exactitud quien te lo ha contado, si crees que la reunión esa por la que preguntas ha tenido lugar tan recientemente como para que yo también haya podido asistir a ella.
       -Yo al menos así lo creía -dijo.
       -¿De dónde has sacado esa idea, Glaucón?. ¿No sabes que hace muchos años que Agatón no vive aquí, en la ciudad, y que, desde que yo paso el tiempo junto a Sócrates y me preocupo cada día por saber lo que dice o hace, aún no han transcurrido tres años? Hasta entonces yo andaba de un lado para otro al albur y, aunque creía hacer algo importante, era más digno de lástima que cualquiera, no menos que tú ahora mismo, que crees que debes ocuparte de todo antes que de practicar la filosofía.

       Platón, El banquete. Madrid, Alianza. Clásicos de Grecia y Roma, octava edición, 2006. Páginas 43-45.
       Seleccionado por Andrea Alejo Sánchez. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.

Tom Sawyer, Mark Twain.

Capítulo VIII.

   Tom se escabulló de aquí para allá por entre callejas hasta apartarse del camino de los que regresaban a la escuela, y después siguió caminando lenta y desmayadamente. Cruzó dos o tres veces un regato, por ser creencia entre los chicos que cruzar agua desorientaba a los perseguidores. Media hora después desapareció tras la mansión de Douglas, en la cumbre del monte, y ya apenas se divisaba la escuela en el valle, que iba dejando atrás. Se metió por un denso bosque, dirigiéndose, fuera de toda senda, hacia el centro de la espesura, y se sentó sobre el musgo, bajo un roble de ancho ramaje. No se movía la menor brisa; el intenso calor de mediodía había acallado hasta los cantos de los pájaros; la naturaleza toda yacía en un sopor no turbado por ruido alguno, a no ser, de cuando en cuando, por el lejano martilleo de un picamaderos, y aun esto parecía hacer más profundo el silencio, la obsesionante sensación de soledad. Tom era todo melancolía y su estado de ánimo estaba a tono con la escena.









Mark Twain, Las aventuras de Tom Sawyer, Madrid, BIBLIOTEX, S.L, páginas 54-55.
Seleccionado por Marta Talaván González, Primero de Bachillerato. Curso 2016/2017.



Utopía, Tomás Moro

El hombre de humor
       Este asomo de pedantería erudita que tuvo Moro no impidió que poseyera un acusado sentido del humor. En esto se puede decir que era totalmente británico porque el humor transcurre a través de los más eminentes hombre británicos como el hilo de seda roja, recordaba Ortega y Gasset, corría por la arboladura de los navíos de guerra de su Graciosa Majestad. Y noi solamente poseía humor Moro con esa inimitable virtud de << ne pas se prende au sérieux>>, sino además era fetivo, como señalaba Erasmo, chanchero, amigo de ingeniosidades y bromas, no siempre oportunas. Hall, el cronista de Enrique VIII - por otra parte, hay que decirlo, nada favorece a Moro -, lo señalaba ya, como quedó indicado, con motivo de su designacion como Canciller del Reino.


Tomás Moro, Utopía, Inglaterra, colección clasicos de pensamiento,4º edición publicada en 2006, editorial tecnos, página XLVII.
Seleccionado por Andrea Martín Bonifacio. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.

Contrato social, Jean- Jaques Russoe.

Capítulo I. Tema de este primer libro.

     El hombre ha nacido libre, y por doquiera está encadenado. Hay quien se cree amo de los demás, cuando no deja de ser más esclavo que ellos. ¿Cómo se ha producido este cambio?. Lo ignoro. ¿Qué es lo que puede hacerlo legítimo? Creo poder resolver esta cuestión.
   Si no considerara más que la fuerza y el efecto que de ella deriva, yo diría: mientras un pueblo esté obligado a obedecer y obedezca, hace bien; tan pronto como pueda sacudir el yugo y lo sacuda, hace aun mejor; porque al recobrar su libertad por el mismo derecho que se la arrebató, o tiene razón al recuperarla, o no la tenían en quitársela. Mas el orden social es un derecho sagrado, que sirve de base a todos los demás. Sin embargo, tal derecho no viene de la naturaleza: está pues basado en las conveciones. Se trata de saber cuáles son esas convenciones. Antes de llegar a ello debo fijar lo que acabo de exponer.








Jean-Jaques Russoe, Contrato Social, Madrid, Alianza Editorial S.A, página 26.
Seleccionado por Marta Talaván González, Primero de Bachillerato, Curso 2016-2017.




LA PERLA, Jhon Steinberck


Capítulo III, John Steinbeck

      Fue el rifle lo que derribó todas las barreras. Se trataba de un imposible y, si era capaz de imaginarse con un rifle, horizontes enteros estallaban y él podía lanzarse al asalto. Y es que se dice que los seres humanos nunca están satisfechos, y que si les da algo, siempre quieren más. Y todo esto se dice, desafortunadamente, con desprecio, cuando es una de las mejores virtudes de la especie y la única que hace que sea superior al resto de los animales, que siempre se dan por satisfechos con los que tienen. Los vecinos, arracimados y en silencio dentro de la casa, asentían a las locas fantasías de Kino. Un hombre, en el fondo de la habitación murmuró:
     Un rifle. Tendrá rifle. Pero la música de la perla sonaba estridente y triunfal en el interior de Kino. Juana lo miró, atónita ante la valentía de Kino y ante sus fantasías. Al abrírsele nuevos horizontes, a Kino le había invadido como una fuerza eléctrica. En la perla veía Coyotito sentado en un pupitre de la escuela, exactamente igual al que Kino había visto una vez por el resquicio de una puerta.


John Steinberck, Capítulo III, New York, Vicens Vives, 1947,  páginas 35-36.
Seleccionado por David Francisco Blanco. Primero de Bachillerato. Curso 2016/2017.

jueves, 17 de noviembre de 2016

La Ilíada, Homero

     Pisandro embistió al glorioso Menela. El hado funesto le llevaba al fin de su vida, empujándole para que fuese vencido por ti, oh Menelao, en la terrible pelea. Así que entrambos se hallaron frente a frente, acometiéronse, y el Atrida erró el golpe porque la lanza se le desvió; Pisandro dio un bote en el escudo del glorioso Menelao, pero no pudo atravesar el bronce: resintió el ancho escudo y quebróse la lanza por el asta cuando aquél se regocijaba en su corazón con la esperanza de salir victorioso. Pero el Atrida desnudó la espada guarnecida de argénteos clavos y asaltó a Pisandro; quien, cubriéndose con el escudo, aferró una hermosa hacha, de bronce labrado, provista de un largo y liso mango de madera de olivo. Acometiéronse, y Pisandro dio un golpe a Menelao en la cimera del yelmo, adornado con cirnes de caballo, debajo del penacho; y Menelao hundió su espada en la frente del teucro, encima de la nariz: crujieron los huesos, y los ojos, ensangrentados, cayeron en el polvo, a los pies del guerrero, que se encorvó y vino a tierra.


       Homero, La Ilíada. Madrid, Akal. Akal bolsillo, primera edición, 1985. Página 251.
       Seleccionado por Gustavo Velasco Yavita. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.

Sunset park, Paul Auster

2

Apenas le ha contado algo de su vida. Ni siquiera el primer día en el parque, cuando ella comprendió que era de otro sitio al oírle hablar, le dijo que ese otro sitio era la ciudad de Nueva York, el West Village de Manhattan para ser más exactos, sino que le contestó vagamente que se había criado en el norte. Más adelante, cuando ella empezó a preparar la selectividad y él le enseñó cálculo matemático, Pilar comprendió enseguida que no era simplemente un trabajador itinerante dedicado a la limpieza de casas vacías, sino una persona muy cultivada con una mente tan ágil y un amor por la literatura tan amplio y bien fundamentado que a su lado los profesores de inglés del Instituto John F. Kennedy parecía impostores. ¿Dónde había estudiado?, le preguntó un día. él se encogió de hombros, sin querer mencionar Stuyvesant ni los tres años que había cursado en Brown. Cuando ella insistió, él bajó la vista y murmuró algo sobre una pequeña universidad estatal de Nueva Inglaterra. A la semana siguiente, cuando le dio una novela de Renzo Michaelson, que en realidad era su padrino, Pilar observó que la había publicado una editorial llamada Heller Books y le preguntó si existía alguna relación. No, contestó, pura coincidencia, Heller es un apellido bastante corriente. Eso indujo a Pilar a hacerle otra pregunta, sencilla y enteramente lógica, sobre cómo era la familia de Heller a la que él pertenecía. ¿Quiénes eran sus padres y dónde vivían? No tengo, dijo ella, los ojos llenándosele súbitamente de lágrimas. Sí confirmó él, igual que tú. ¿Tienes algún hermano? No. Soy hijo único.
       Mintiéndole de esa manera se evitaba el malestar de tener que hablar de cosas que había procurado eludir durante años. No quiere que sepa que los meses de nacer su madre abandonó a su padre, Morris Heller, fundador y editor de Heller Books, desde el verano que terminó el tercer año de su madrastra , Willa Parks, que se casó con su padre veinte meses después del divorcio, y nada, nada en absoluto de su hermanastro muerto, Bobby. Esas cosas no conciernen a una salida del limbo que lo devuelve desde hace siete años, a nadie dará explicaciones.
       Ni siquiera ahora está seguro de si lo hizo o no a propósito. No hay duda de que empujó a Bobby, de que estaban discutiendo y arremetió con furia contra él, pero no sabe si el empujón fue antes o después de que oyera el coche que venía en su dirección, o lo que es lo mismo, ignora si la muerte de Bobby era un accidente o si en el fondo tenía intención de matarlo. Toda la historia de su vida depende de lo que ocurrió aquél día en las Berkshires, y aún sigue sin conocer la verdad, todavía no está seguro de si es o no culpable de un crimen. 



       Paul Auster, Sunset park, Barcelona, Anagrama, 2010, páginas 21-22.
       Seleccionado por Rebeca Serradilla Martín. Primero de Bachillerato. Curso 2016/2017. 

Del Espíritu de las leyes, Montesquieu

Primera parte
Del Espíritu de las Leyes 
Capítulo I
  De las leyes en sus relaciones con los diversos seres.  Las leyes en su más amplia significación son las relaciones necesarias que se derivan de la naturaleza de las cosas. En este sentido, todos los seres tienen sus leyes: las tiene la divinidad, el mundo material, las inteligencias al hombre, los animales y en el hombre mismo.
  Los que afirmaron que todos los efectos que vemos en el mundo son producto de una fatalidad ciega, han sostenido un gran absurdo, ya que ¿cabría mayor absurdo que pensar que los seres inteligentes fuesen producto de una ciega fatalidad?
  Hay, pues, una razón primigenia. Y las leyes son las relaciones que existen entre esa razón originaria y los distintos seres, así como las relaciones de los diversos seres entre sí.
  Dios se relaciona con el Universo en cuento que es su creador y su conservador. Las leyes según las cuales lo creó son las misma por las que lo conserva. Obra conforme a estas reglas porque las conoce; las conoce porque las ha hecho y las ha hecho por que tienen relación con su sabiduría y su poder.

Montesquieu, Del Espíritu de las Leyes, colección clásicos del pensamiento 5º edición publicada en 2002, editorial Tecnos, página 7, capítulo 1
Seleccionado por Lara Esteban González, primero bachillerato, curso 2016-2017

El Príncipe, Nicolás Maquiavelo



 XXVI. Exhortación a ponerse al frente de Italia y liberarla de los bárbaros.


        No se debe, en consecuencia, dejar pasar esta oportunidad para que Italia encuentre, después de tanto tiempo, su redentor. No puede expresar con qué amor sería recibido en todos aquellos territorios que han padecido estos aluviones extranjeros, con qué sed de venganza, con qué firme lealtad, con qué devoción, con qué lágrimas. ¿Qué puertas se le cerrarían? ¿Qué pueblos le negarían la obediencia? ¿Qué envidia se le opondría? ¿Qué italiano negaría su homenaje? A todos apesta esta bárbara tiranía. Asuma, pues, la ilustre casa vuestra esta tarea con el ánimo y con la esperanza con que se asumen las empresas justas, a fin de que bajo se enseñanza se vea ennoblecida la patria y bajo sus auspicios se haga realidad aquel dicho de Petrarca:

                             Virtud contra el furor
                              tomarás las armas y hará corto el combate:
                              que el antiguo valor
                              en el corazón italiano aún no ha muerto.




     Nicolás Maquiavelo, El Príncipe, Madrid, Alianza Editorial, página 142.
     Seleccionado por Andrea Sánchez Clemente. Primero de Bachillerato. Curso 2016/2017


miércoles, 16 de noviembre de 2016

Germinal, Émile Zola

     En la llanura lisa, bajo la noche sin estrellas, de una oscuridad y un espesor de tinta, un hombre avanzaba solo por la carretera de Marchiennes a Montsou, diez kilómetros de empedrado que cortaba todo recto a través de los campos de remolacha, Delante de él no veía ni si quiera el suelo negro ni tenía la sensación del inmenso horizonte llano más que por el soplo del viento de marzo, ráfagas amplias como las que se producen sobre el mar, heladas por haber barrido leguas de marismas y de tierras desnudas. Ninguna sombra del árbol manchaba el cielo, el empedrado se extendía con la rectitud de una escollera, en medio de la bruma cegadora de las tinieblas.
    El hombre había salido de Marchiennes hacia las dos. Caminaba con paso largo, tiritando bajo el delgado algodón de su chaqueta y de su pantalón de veludillo. Anudado en un pañuelo de cuadros, un paquete pequeño le molestaba, y lo apretaba contra sus costados, ahora con un codo, luego con el otro, para meter hasta el fondo de sus bolsillos las dos manos a la vez, manos entumecidas que los latigazos del viento del Este hacían sangrar. Una solo idea llenaba su cabeza vacía de obrero sin trabajo y sin techo, la esperanza de que el frío sería menos vivo tras el alba. Hacía una hora que caminaba así cuando a la izquierda, a dos kilómetros de Montsou, divisó unas fogatas rojas, tres braseros ardiendo en pleno aire, y como colgados. Al principio vaciló, asaltado por el miedo; luego no pudo resistir a la necesidad dolorosa de calentarse un momento las manos.



Émile Zola, Germinal. Madrid, Editorial Alianza, 2ª ed., págs. 7-8.
Seleccionado por Ana María Frías Miguel, Primero de bachillerato, Curso 2016-2017.



jueves, 10 de noviembre de 2016

El fantasma de Canterville y otros cuentos, Oscar Wilde

     Llevaba más de setenta años sin aparecer bajo esa guisa; de hecho, desde que le dio tal susto a la hermosa Lady Barbara Modish que ella no dudó en romper su compromiso con el abuelo del actual Lord Canterville y se fugó a Gretna Green con el apuesto Jack Castletown, afirmando que por nada del mundo accedería a formar parte de una familia que permitía a un fantasma tan horrendo pasearse al anochecer por la terraza. Al pobre Jack lo mataría Lord Csnterville tiempo después en un duelo en el Ejido de Wandsworth, y Lady Barbara murió de pena en Tunbridge Wells antes de fin de año, así que había sido todo un éxito. No obstante, fue una "caracterización" sumamente díficil, si se permite hacer uso de una expresión tan teatral para aludir a uno de los grandes misterios del mundo sobrenatural o, con término más científico, supranatural, y los preparativos le llevaron má de tres horas. Tuvo, por fin, todo a punto y se sintió muy complacido por su aspecto. Las botas altas de montar que acompañaban al traje le venían un poco grandes y sólo puedo encontraruna de las dos pistolas, pero en conjunto estaba bastante satisfecho. A la una y cuarto atravesó , pues, la paredy se adentró sigiloso en el pasillo. Al llegar al dormitorio de los gemelos, que he de decir que llevaba el nombre de "Alcoba azul", por el color de las cortinas, encontró la puerta entreabierta. En su deseo de hacer una entrada sorprendente, la abrió de par en par, pero entonces un jarro lleno de agua se le vino encima, calándole hasta los huesos y pasándole apenas a dos centímetros del hombro izquierdo. Al mismo tiempo oyó risas sofocadas tras las cortinas de la cama. La conmoción de su sistema nervioso fue tal que huyó a su habitación tan rápido como puod, y al día siguiente tuvo que guardar cama aquejado de un resfriado agudo. Lo único que le consolaba era no haber llevado puesta la cabeza, porque, si no, las consecuencias podrían haber sido fatales.

     Renunció, pues, a cualquier esperanza de asustar a aquella familia de americanos groseros y limitó sus andanzas a vagar por los pasillos en zapatillas de fieltro, con una buena bufanda roja en la garganta para guardarse las corrientes, y un pequeño arcabuz por si lo atacaban los gemelos.





Oscar Wilde, El fantasma de Canterville y otros cuentos, Barcelona, Vicens Vives. Aula de Literatura, 2007, 155 páginas. Seleccionado por Rodrigo Perdigón Sánchez. Primero de bachillerato. Curso 2016-2017.

La hoguera de las vanidades, Tom Wolfe

PRÓLOGO

Todos a por el imbécil

       -¿Y qué nos dice luego? Nos dice: "Olvidad que pasáis hambre, olvidad que algún poli racista os matará de un tiro en la espalda..." Ha venido a veros Chuck. Chuck a venido a a Harlem...
       -Mire usted, se lo voy a explicar... 
       -Chuck ha venido a Harlem y...
       -Permítame que se lo explique...
       -A ver, ¿ha venido Chuck a Harlem para hacerse cargo de los problemas de la comunidad negra?
       Esto es la gota que colma el vaso.
       ¡Jeh-jeggggggggggjjjjjjjjjjjjjjjj!
       Es un cacareo demoníaco, emitido por alguien del público, Es un sonido que sale de un lugar tan profundo, de debajo de tantísimas y tan lujosas capas, que él sabe perfectamente el aspecto que tiene esa mujer. Cien kilos, ¡como mínimo! ¡Fuerte y grande como una caldera de calefacción! El cacareo estimula a los hombres. Una erupción de esos ruidos tripudos que tanto detesta él. Ya empieza:
       -Jejjejjej... unnnnjjjj-junjj... Eso... Díselo, hermano... Dale caña... 
       ¡Chuck! Qué insolencia: ahí está el tipo, justo enfrente, en primera fila, ¡y acaba de llamarle Charlie! Chuck es un diminuto de Charlie, y Charlie es el mote con el que los negros insultan a los peores racistas blancos. ¡Menuda insolencia! ¡Menuda impudicia! El calor y las luces son insoportables. El alcalde bizquea constantemente. Son las luces de la TV. Está rodeado de una luminosidad cegadora. Casi no llega a ver la cara del revientamítines. Solo ve una silueta alta, y los increíbles ángulos huesudos que forman los codos de ese sujeto cuando alza las manos sobre la cabeza. Y también entrevé un pendiente. Ese tipo lleva un enorme aro de oro en una oreja.



Tom Wolfe, La hoguera de las vanidades. Barcelona, Anagrama. Panorama de Narrativas, primera edición, 1988. Página 9. 
Seleccionado por Andrea Alejo Sánchez. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.

jueves, 3 de noviembre de 2016

Las obras de arte, Lisias

     Todavía consideraba ése a su padre, si no como a un padre, sí como a un miembro del género humano. Aún no se había preparado suficientemente para el juicio: era su primer año en la provincia y no estaba entonces cargado de dinero como en el asunto de Estenio. Así pues, su perturbación quedó reprimida un poco, no por pudor, sino por miedo y temor. No se atreve a condenar a Diodoro en su ausencia; lo borra de la lista de acusados. Diodoro, entre tanto, no tuvo ni provincia ni patria durante casi un trienio, bajo la pretura de ése.
     No sólo los demás sicilianos, sino los ciudadanos romanos tenían por seguro que, puesto que ése llegaba tan lejos en su conciencia, nada había por lo que alguien pensase que podía salvar o conservar en casa lo que a ése le gustase tan solo un poco. Y cuando comprendieron que un hombre animoso, al que esperaba la provincia con enorme ansiedad, Quinto Arrio, no sustituiría a ése, dieron por descontado que nada podían tener tan encerrado ni tan escondido que no estuviera de lo más descubierto y a disposición de la codicia de ése.


Lisias, Las obras de arte, Madrid, Ed. Gredos, Col. Biblioteca Básica Gredos, Pag. 157, Seleccionado por Gustavo Velasco Yavita, Primero de bachillerato, Curso 2016-2017 

"El viejo y el mar", Ernest Hemingway

Al viejo le hubiera gustado mantener la mano en el agua salada por mas tiempo, pero temia otra subita sacudida del pez y se levanto y se afianzo y levanto la mano contra el sol. Era solo un roce del sedal lo que habia cortado su carne. Pero era en la parte con que tenia que trabajar.








Ernes Hemingway, El viejo y el mar. Barcelona, ed. Planeta, col. Discursos II, pág. 156.
     Seleccionado por Javier Arjona Piñol. Primero de bachillerato. Curso 2016-2017.

"El viejo y el mar", Ernest Hemingway

     Al viejo le hubiera gustado mantener la mano en el agua salada por mas tiempo, pero temía otra súbita sacudida del pez y se levanto y se afianzo y levanto la mano contra el sol. Era solo un roce del sedal lo que había cortado su carne. Pero era en la parte con que tenia que trabajar. El viejo sabia que antes de que esto terminara necesitaría sus manos, y no le gustara nada estar herido antes de empezar.
-Ahora- dijo cuando su mano se hubo secado- tengo que comer ese pequeño bonito. Puedo alcanzarlo con el bichero y comérmelo aquí tranquilamente.
Se arrodillo y hallo el bonito bajo la popa con el bichero y lo atrajo hacia si evitando que se enredara en los rollos de sedal nuevamente con el hombro izquierdo y apoyándose en el brazo izquierdo saco el bonito del garfio del bichero y puso de nuevo el bichero en su lugar. Plantó una rodilla sobre el pescado y arrancó tiras de carne oscura longitudinalmente desde la parte posterior de la cabeza hasta la cola.




Ernes Hemingway, El viejo y el mar. Barcelona, ed. Planeta, col. Booket, pág. 156.
     Seleccionado por Javier Arjona Piñol. Primero de bachillerato. Curso 2016-2017.

jueves, 27 de octubre de 2016

Antígona, Eurípides

      Tiresas.- Si fuera por Eteocles, cerrando la boca me guardarían mis profecías. Pero a ti, ya que deseas conocerlas, te las voy a decir. Hace ya tiempo que esta tierra esta ya contaminada, Creonte, dese que engendró, hijos Layo a despecho de los dioses y dio el ser al desdichado Edipo, esposo de su madre. Las sanguinolentas desgarraduras de sus ojos son un testimonio de la sabiduría de los dioses y un ejemplo para Grecia. Al tratar de ocultarlo en el paso del tiempo los hijos de Edipo.
      -¡como si fuera entonces a escaparse a los dioses!- cometieron un necio error. Pues, a lo conceder a su padre los honores debidos y negarse la salida, enfurecieron al desventurado. Exhaló entonces contra ellos maldiciones tremendas, sufriendo por los dolores y ademas los ultrajes.¿Qué fue lo que yo no hize, que palabras no dije, para incurrir en el odio de los hijos de Edipo? 
      Cerca anda la muerte, por propia mano, de uno y otro, Creonte. Numerosos cadáveres caídos en montón sobre cadáveres, en la confusión de dardos argivos y cadmeos, procurarán amargos sollozos a la tierra tebana.Y tú ¡oh, infeliz ciudad! serás devastada, a no ser que alguien se deje persuadir por mis palabras. Es que aquello era primordial,desde luego: que de los hijos de Edipo ninguno fuera cuidadano ni rey del país, porque un demon los posee y van a destruir la cuidad. Una vez que el mal se ha impuesto sobre el bien, hay un único recurso de salvación. Pero, puesto que decirlo es peligroso para mí y es cruel para quienes el destino ha designado para ofrecer a la ciudad el remedio de salvación, me voy.¡Adiós! Que como uno entre mucho lo que suceda, si es preciso, lo soportaré. ¿Cuál será mi dolor? 


Eurípides, Antígona. Tragedias III, Madrid, Editorial Gredos, ed. 22, págs. 135-136.
Seleccionado por Andrea Martín Bonifacio, primero de bachillerato, curso 2016-2017

El mercader de Venecia, William Shakespeare

ACTO PRIMERO

ESCENA PRIMERA

Venecia. Una calle.

ANTONIO, SALARINO y SALANIO 

      ANTONIO.- No entiendo la causa de mi tristeza. A vosotros y a mí igualmente nos fatiga, pero no sé cuándo ni dónde ni de qué manera la adquirí, ni de qué origen mana. Tanto se ha apoderado de mis sentidos las tristeza, que ni aun acierto a conocerme a mí mismo.
       SALARINO.- Tu mente vuela sobre el océano, donde tus naves, con las velas hinchadas, cual señoras o ricas ciudadanas de las olas, dominan a los pequeños traficantes, que cortésmente las saludan cuando las encuentran en su rápida marcha.
       SALANIO.- Créeme, señor: si yo tuviese confiada tanta parte de mi fortuna al mar, nunca se alejaría de él mi pensamiento. Pasaría las horas en arrancar el césped para conocer de dónde sopla el viento; buscaría continuamente en el mapa los puertos, los muelles y los escollos, y todo objeto que pudiera traerme desventura me sería pesado y enojoso.
       SALARINO.- Al soplar en el caldo, sentiría dolores de fiebre intermitente, pensando que al soplo del viento puede embestir mi bajel, Cuando viera bajar la arena en el reloj, pensaría en los bancos de arena en que mi nave puede encalarse desde el tope a la quilla, como besando su propia sepultura. Al ir a misa, los arcos de la iglesia me harían pensar en los escollos donde puede dar de través mi pobre barco y perderse todo su cargamento, sirviendo las especias orientales para endulzar las olas y mis sedas para engalanarlas. Creería que en un momento iba a desvanecerse mi fortuna. Sólo el pensamiento de que esto pudiera suceder me pone triste. ¿No ha de estarlo Antonio?
       ANTONIO.- No, porque gracias a Dios, no va en esa nave toda mi fortuna, ni depende mi esperanza de un solo puerto, ni mi hacienda de la fortuna de este año, no nace del peligro de mis mercaderías mi cuidado.
       SALANIO.- Luego, estás enamorado.
       ANTONIO.- ¡Calla, calla!


       William Shakespeare, El mercader de Venecia. Madrid, EDAF Madrid. Biblioteca Edaf 197, primera edición, 1993. Páginas 43-44.
       Seleccionado por Andrea Alejo Sánchez. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.





La Cartuja de Parma, Stendhal


   Nada fue bastante a despertarle, ni los tiros de fusil disparados muy cerca del cochecillo, ni el trote del caballo hostigado por la cantinera a latigazos. El regimiento, atacado de improviso por oleadas de caballería prusiana, después de haber creído en la victoria durante todo el día, se batía en retirada, o más bien, huía en dirección a Francia.
    El coronel, un mozo apuesto y atildado que acababa de reemplazar a Macon, fue herido de un sablazo; el jefe de batallón que le sustituyó en el mando, un anciano con el pelo blanco, mandó hacer alto al regimiento.
    -¡J...!-increpó a los soldados-, en tiempo de la república, no echábamos a correr hasta que no nos obligaba el enemigo... ¡Defended hasta la última pulgada de terreno y dejaos matar! - vociferó jurando-; ¡ahora es ya el suelo de la patria lo que quieren invadir esos prusianos!
    El cochecillo se paró; Fabricio se despertó de pronto El sol se había puesto hacía ya rato; Fabricio se quedó muy sorprendido al ver que era ya casi de noche. Los soldados corrían de un lado para otro en confusión que chocó mucho a nuestro héroe; le pareció que tenían un aire muy desanimado.
    -¿Qué es lo que pasa?-preguntó a la cantinera.


 Stendhal, La Cartuja de Parma, Madrid, Alianza editorial, S.A., ed. Primera edición en :1978, pag: 86, capítulo 4.
Seleccionado por Lara Esteban González, primero bachillerato, curso 2016-2017.

La Pretura de Roma

     Dirás que también tus estatuas y cuadros han servido de ornamento a la ciudad y al foro del pueblo romano. Lo recuerdo. Vi, al mismo tiempo que el pueblo romano, el foro y el comicio adornados con boato brillante para la ostentación, amargo y lúgubre para el sentimiento y la reflexión. Vi que todo resplandecía con tus robos, el botín de las provincias, las expoliaciones de aliados y amigos.
   Sin duda en aquellos momentos, jueces, encontró ése la mayor esperanza de cometer también otros delitos, pues vio que los que pretendían ser llamados dueños de la administración judicial eran esclavos de la mismas ambiciones. Pero, en cambio, los aliados y las naciones extranjeras perdieron entonces por vez primera toda esperanza en su situación y fortuna, porque, a la sazón, hubo en Roma muchos embajadores de Asia y Acaya que veneraban en el foro imágenes de dioses arrancadas de sus templos y asimismo, cuando reconocían las demás representaciones y ornamentos, lloraban al ver cada una en un lugar. Oíamos entonces que las conversaciones de todos ellos coincidían en el sentido de que no había ningún motivo para que nadie pudiera dudar de la perdición de aliados y amigos, cuando en realidad veían que en el foro del pueblo romano, lugar en el que antes solían ser acusados y condenado quienes habían cometido injusticias contra los aliados, precisamente allí estaba expuesto a la vista de todos los que a los aliados se les había quitado y arrancado criminalmente.

Lisias, La pretura de Roma. Madrid, ed. Discursos I, col. Biblioteca Básica Gredos, pág 136-137.
Seleccionado por David Francisco Blanco. Primero de Bachillerato. Curso 2016-2017.



Odas de Ricardo Resi, Fernando Pessoa

                                                           30
        Sigue tu destino,
        riega tus plantas,
        ama tus rosas.
        El resto es la sombra
        de árboles ajenos.

        La realidad
        es siempre más o menos
        de lo que queremos.
        Sólo nosotros somos siempre
        iguales a nosotros mismos.

        Suave es vivir solo.
        Grande y noble es siempre
        vivir simplemente.
        Deja el dolor en aras
        como exvoto a los dioses.

        Ve de lejos la vida.
        No la interrogues nunca.
        Que ella nada puede
        decirte. La respuesta,
        más allá de los Dioses.

        Mas serenamente
        imita al Olimpo
        en tu corazón.
        Los dioses son dioses
        porque no se piensan.


         Fernando Pessoa, Odas de Ricardo Reis, Madrid, Unidad Editorial, S.A., EL MUNDO, 1999, página 62.
         Seleccionado por Andrea Sánchez Clemente. Primero de Bachillerato. Curso   2016/2017.
     

Odas de Ricardo Reis, Fernando Pessoa

                                                                    29
       A la patria, mi amor, prefiero rosas,
       y antes magnolias amo
       que fama y que virtud.

       Mientras la vida no me canse, dejo
       pasa por mí la vida
       si sigo siendo el mismo.

       ¿Qué importa aquel a quien ya nada importa
       que uno pierda y otro venza,
       si ha de amanecer siempre,

       si cada año con la primavera
       aparecen las hojas
       y en el otoño cesan?

       El resto, esas otras cosas que los humanos
       añaden a la vida
       ¿qué aumentan a mi alma?

       Nada, salvo sed de indiferencia
       y la blanda confianza
       en la hora fugitiva.

       Fernando Pessoa, Odas de Ricardo Reis, Madrid, Unidad Editorial, S.A., EL MUNDO, 1999, página 61.
     Seleccionado por Andrea Sánchez Clemente. Primero de Bachillerato. Curso   2016/2017.

jueves, 20 de octubre de 2016

Discursos II, "En favor del invalido", Lisias

Mi padre nada me dejo y a mi madre hace dos años que he dejado de alimentarla porque murió; y no tengo hijos todavía que se cuiden de mí. Poseo un oficio que poco puede ayudarme: lo ejerzo ya con dificultades yo solo no puedo conseguir a alguien que vaya a continuarlo. No tengo mas ingresos que este: si me lo quitáis correría el peligro de caer en el peor infortunio. Por tanto, consejeros, cuando podéis salvarme con justicia, no me arruinéis injustamente, ni lo que me disteis cuando era mas joven y virgoso vayáis a quitármelo cuando soy mas viejo y débil; ni quienes antes teníais fama de ser muy compasivos incluso con los que no tenia mal alguno, vayáis ahora por culpa de esta a tratar severamente a quienes son dignos de lastima incluso para sus enemigos; ni por atreveros a perjudicarme a mi, vayáis a sumir en el desanimo también a quienes se encuentran en situación parecida a la mía. Y es que seria extraño, consejeros, el que, cuando me desgracia era simple, entonces se me viera recibir este dinero; y que, en cambio, me vea privado precisamente ahora que tengo encima a la vejez, las enfermedades y cuantas calamidades les acompañan. Creo que el acusador podría mostraros mejor que nadie la magnitud de mi pobreza: si yo fuera nombrado corego para el concurso trágico y lo requiriese para un intercambio de bienes, el preferiría diez veces ser corego antes que realizar el intercambio una sola. Conque ¿cómo no va a ser terrible el que ahora me acuse de que pueda tratar en pie de igualdad con los mas ricos debido a mi desahogo económico, pero si sucediera algo de lo que digo me juzgaría tal como soy?¿Hay algo más perverso?


 Lisias, En favor del Invalido. Madrid, ed. Biblioteca Básica Gredos, col. Discursos II, pág. 156.
     Seleccionado por Javier Arjona Piñol. Primero de bachillerato. Curso 2016-2017.

Ricardo III, William Shakespeare

                                                                ACTO TERCERO
                                                                  Escena primera


     BUCKINGHAM.- Bien venido seáis a vuestra casa; A Londres, tierno príncipe.

     GLÓSTER.- Sobrino, Bien llegado. Ya rey te consideero. ¿Te entristeció lo largo del viaje?

     PRÍNCIPE.- No, tío. Más cansado, largo y triste hicieron nuestras cuitas el camino. Más tíos saludarme deberían.

     GLÓSTER.- De tu edad la pureza inmaculada no buceó del mundo de los engaños. Al hombre juzgas sólo por su aspecto, que el corazón refleja raras veces. Falaces eran tus ausentes tíos; A sus frases de almíbar atendías sin ver sus corazones ponzoñosos: De ellos y amigos falsos Dios es libre.

     PRÍNCIPE.- De amigos falsos sí, mas no de ellos.
 
     GLÓSTER.- Aquí el alcalde a saludarte llega.

     ALCALDE.- Dé a vuestra alteza Dios y dicha.

     PRÍNCIPE.- Gracias os doy, señor. Gracias a todos. Creía que mi madre y York, mi heermano, antes venido hubieran a abrazarme. ¡Y, el perezoso Hastines que no llega a decirme si vienen o no vienen!

     BUCKINGHAM.- Aquí se acerca y de sudor cubierto.

     PRÍNCIPE.- Bien venido seáis. ¿Vendrá mi madre?

     HASTINES.- Dios sabrá, que yo no, por qué la reina, vuestra madre, se acoge a santuario con vuestro herano York. El inocente venido hubiera a ver a vuestra alteza, mas su madre a la fuerza lo retuvo.

     BUCKINGHAM.- ¡Cuán torpe y cuán pueril camino toma! A la reina que mande a York, su hijo, para encontrar al pr,incipe su hermnao, decidle , cardenal. Si se negare..., Hastines, id con él, y a viva fuerza de sus celosos brazos arrancadlo.      
 



William Shakespeare, Ricardo III, Madrid, EDAF, col. EDAF, número 215, 1ª ed., , pág.195. Selecccionado por Rodrigo Perdigón Sánchez. Primero de bachillerato. Curso 2016-2017

La visita del inspector, Joh .Boynton Priestley

    ¿Nos toca ya el oporto, verdad, Edna? Muy bien. Estoy seguro de que te gustará, Gerald. Finchley me dijo que era exactamente el mismo que le vende a tu padre. Entonces será excelente. Mi progenitor se precia de ser un buen juez en materia de oporto. Yo no pretendo saber mucho. Más te vale, Gerald. No me gustaría nada que supieras todo lo que hay que saber de oporto, como uno de esos viejos de cara congestionada. Oye, oye que yo no soy un viejo de cara congestionada. No, todavía no. Pero tampoco eres un entendido en oporto. Vamos, Sybil, esta noche tienes que acompañarnos. Sabes muy bien que es una ocasión especial. Sí, mamá, claro que sí. Has de beber a nuestra salud. En ese caso, de acuerdo. Pero sólo un poco; gracias. Edna, la llamaré desde el salón cuando queremos el café. Probablemente dentro de media hora.





Seleccionado por Ana María Frías Miguel. Primero de bachillerato. Curso 2016-2017.

Fausto, Johann W.Goethe.

                               HOMÚNCULO
   Haz que entre el guerrero en liza,
que las mozas se agolpen en tropel,
dispón pronto el terreno.
Me viene a mente que en este mismo instante 
es la noche clásica de Walburga.
Lo mejor que podía sucedernos.
¡Llévalo a su elemento! 

                                MEFISTÓFELES
Nunca había oido hablar de cosa parecida.

                                    HOMÚNCULO
    ¿Y cómo iba a llegar a vuestros oídos?
Conocéis unicamente espectros románticos;
un espectro genuino ha de ser también clásico.

                                                MEFISTÓFELES
   ¿En qué dirección hemos de emprender el viaje?
Me repugnan los colegas de la antigüedad.

HOMÚNCULO
   El noroeste, Satán, es tu coto privado,
pero esta vez emprenderemos rumbo hacia el sudeste.
Por una gran planicie se desliza libremente el Peneo,
entre matorrales y bosquecillos, serpenteando en la serena 
humedad,
la llanura se extiende hasta las escarpadas faldas de los montes,
y en las alturas descansa la antigua y nueva Farsalia.

                                MEFISTÓFELES

   ¡Ay! ¡Calla! Deja aquellas contiendas
entre la tiranía y la esclavitud.
Me aburre, pues apenas han concluido,
comienzan otra vez por el principio;
y nadie advierte que sólo es una burla
de Asmodeo, el gran instigador.


Wolfgang von Goethe, Fausto, Madrid, colección Millenium, Pág 287.
Seleccionado por: Marta Talaván González. Primero de bachillerato. Curso 2016-2017. 

La edad de la inocencia, Edith Wharton

19

Era un día fresco, con un viento primaveral vivaz y polvoriento. Todas las ancianas de ambas familias habían sacado sus viejas martas y amarillentos armiños, y el olor a alcanfor de los primeros bancos casi ahogaba el ligero aroma primaveral de los lirios que cubrían el altar.
     Newland Archer había salido de la sacristía a una señal de sacristán, situándose con su padrino en los escalones del entrecoro de la iglesia de la Gracia.
     La señal significaba que el brougham que traía la novia y su padre estaba a la vista: peros sin duda habría un considerable intervalo de ajuste y consultas en el vestíbulo, donde las damas de honor revoloteaban ya como un manojo de flores de Pascua. Se suponía que , durante este inevitable periodo de tiempo, el novio, en prueba de su ansiedad, debía exhibirse en solitario ante los asistentes reunidos; y Archer había cumplido esta formalidad con la misma resignación que todas las otras, que, en conjunto convertían una boda neoyorquina en el siglo XIX en un rito que comprometido a recorrer, todo era igualmente fácil--o igualmente doloroso, según las preferencias de cada cual_y, Archer había obedecido las nerviosas instrucciones de su padrino con la misma mansedumbre con que otros novios habían obedecido las suyas cuando les correspondió guiarles por el laberinto.
       Hasta el momento estaba razonablemente convencido de haber cumplido con todas sus obligaciones. Los ramilletes de lilas blancas y lirios silvestres de las ochos damas de honor se habían enviado puntualmente, así como los gemelos de oro y zafiro de los ocho mozos de honor y el alfiler de corbata de ojo de gato del padrino; Archer había pasado media noche en vela tratando de dar cierta variedad a sus palabras de agradecimiento por el último contingente de regalos de amigos y ex-amadas; los emolumentos del obispo y el rector reposaban seguros en el bolsillo de su padrino; su equipaje estaba ya en casa de Mrs Manson Mingott, donde había de celebrarse el desayuno nupcial, y también estaban allí las ropas de viaje para después; y se había reservado un comportamiento en el tren que había de transportar a la joven pareja a su secreto destino... pues la ocultación del lugar donde transcurriría la noche de bodas era uno de los más sagrados tabús del prehistórico ritual.
      --¿Seguro que llevas el anillo? --susurró el joven van der Luyden Newland, que era inexperto en las labores de padrino y estaba abrumado por el peso de su responsabilidad.
       Archer hizo el gesto que había visto hacer a incontables novios; con la mano derecaha, desnuda, palpó el bolsillo de su chaleco gris oscuro, asegurándose de que el pequeño anillo de oro (en cuyo interior se había  grabado Newland a May, ... abril, 187...) estaba en su sitio; después, recomponiendo su anterior postura, el sombrero de copa y los guantes gris perla con puntadas negras firmemente sujetos en la mano izquierda, miró a la puerta de la iglesia.
       Por encima de sus cabezas, la Marcha de Händel se hinchó pomposa por las bóvedas de piedra falsa, portando en sus ondas el desvaído paso de las muchas bodas en las que Archer  se había plantado, con alegre indiferencia, en la misma escalera de antecoro, observando a otras novias flotar nave arriba hacia otros novios.
     

       Edith Wharton, La edad de la inocencia, Barcelona, 1920, Appleton & Company, Narrativa Actual, pág 115-116

       Seleccionado por Rebeca Serradilla Martín. Primero de Bachillerato. Curso 2016/2017.

jueves, 29 de septiembre de 2016

El Infinito "Canto XII", Giacomo Leopardi

          Amé siempre esta colina,
     y el cerco que me impide ver
     más allá del horizonte.
     Mirando a lo lejos los espacios ilimitados,
     los sobrehumanos silencios y su profunda quietud,
     me encuentro con mis pensamientos,
     y mi corazón no se asusta.

          Escucho los silbidos del viento sobre los campos,
     y en medio del infinito silencio tanteo mi voz:
     me subyuga lo muerto, las estaciones muertas,
     la realidad presente y todos sus sonidos.
     Así, a través de esta inmensidad se ahoga mi pensamiento:
     y naufrago dulcemente en este mar.

       Giacomo Leopardi, El Infinitohttp://amediavoz.com/leopardi.htm#El primer amor
       Seleccionado por Andrea Sánchez Clemente. Primero de Bachillerato. Curso 2016/2017.

Cartas de mi molino, Alphonse Daudet

       Esta noche no he podido dormir. El mistral estaba furioso,, y el fragor de su clamor me ha tenido desvelado hasta el amanecer. Balanceando pesadamente sus mutiladas aspas, que silbaban al cierzo como los aparejos de un navío, todo molino crujía. Las tejas se desprendían de su deteriorada techumbre. A lo lejos, apretadas filas de pinos que cubren la colina se agitaban y zumbaban entre las sombras. Parecía que nos encontrábamos en alta mar...
       Ello me ha traído a la memoria mis grandes insomnios de hace tres años, cuando vivía en el faro de los Sanguinarios, allá sobre la costa de Córcega, a la entrada del golfo de Ajaccio.
       Otro bonito rincón que había encontrado allí, para soñar y estar solo.
       Imaginaos una isla rojiza y de aspecto poco acogedor; el faro en una punta y, en la otra, una vieja torre genovesa en la que, en mis tiempos, anidaba un águila. Abajo, al borde del agua, un lazareto en ruinas, totalmente invadido por las hierbas; luego barrancos, monte bajo, grandes rocas algunas cabras montesas, caballitos corsos brincando con las crines al viento; por último, allá arriba, en lo más alto, entre un torbellino de aves marinas, la casa del faro, con su plataforma de mampostería blanca por donde se pasean los guardas de un lado a otro, la verde puerta ojival, la torrecilla de hierro fundido, y por encima el gran farol con facetas, que resplandece al sol y proporciona luz durante el día... Así es como he recordado esta noche la isla de los Sanguinarios, mientras oía el rugido de los pinos. Allí, en aquella isla encantada, es donde yo me recluía antes de poseer un molino, cuando necesitado de soledad y el aire libre.
       ¿Y qué es lo que hacía?
       Pues lo mismo que hago aquí, o incluso menos. Cuando el mistral o la tramontana no soplaban demasiado fuerte, me instalaba entre dos rocas a ras del agua, en medio de las gaviotas, mirlos y golondrinas, allí permanecía durante casi todo el día en esta especie de estupor y deliciosa postración que produce contemplación del mar. ¿Verdad que conocéis esa hermosa embriaguez del espíritu? No se piensa, ni tampoco se sueña. Todo vuestro ser se os escapa, vuela se diluye. Somos la gaviota que se sumerge, la espuma pulverizada que flota al sol entre dos olas, la blanca humareda de aquel paquebote que se aleja, ese pequeño coralero, de roja vela, aquella perla de agua, ese copo de bruma, todo, excepto uno mismo... ¡Oh! ¡Cuántas buenas horas de duermevela y esparcimiento de pasado en mi isla!...
 


       Alphonse Daudet, Cartas a mi molino, Madrid, E.M.E.S.A, Ed 12., 1995, pág 65
       Seleccionado por Delia Marinela Bulau, Primero de Bachillerato, curso 2015-2016

lunes, 13 de junio de 2016

Nana, Emile Zola

       Nana hizo una mueca de asco. No comprendía aquello. Y eso que decía, con su voz razonable, que sobre gustos no hay nada escritos, porque, ¿quién sabe lo que puede gustarle en un día? Por eso se comía su plato de crema con aire filosófico, dándose perfecta cuenta de que Satin tenía revolucionadas las mesas vecinas con sus grandes ojos azules de virgen. Sobre todo, había cerca de ella una rubia gorda muy amable; estaba como sobre ascuas y se arrimaba tanto que Nana estuvo apunto de intervenir, Pero en aquel momento la dejó sorprendida una mujer que acababa de entrar. Había reconocido a la señora Robert. Esta, con su linda cara de ratoncito gris, saludó familiarmente con un movimiento de cabeza a la criada alta y flaca; luego fue a apoyarse al mostrador de Laure.

     Émile Zola, Nana. Barcelona, ed. Planeta, col. Clásicos Universales Planeta, 106, pág. 245.
     Seleccionado por Coral García Domínguez. Primero de bachillerato. Curso 2015-2016.

lunes, 6 de junio de 2016

Una mujer sin importancia, Oscar Wilde

       Señora Arbuthnot. No lo sé. No lo siento, ni voy a presentarme ante el altar de Dios para pedir la bendición de El para una farsa tan repulsiva como un matrimonio entre George Hardford  y -yo. No pronunciaré las palabras de la Iglesia nos manda decir. No las diré. No me atrevo. ¿Cómo podría jurar que amaré al hombre que aborrezco, que honraré al que te trajo la deshonra, que obedeceré al que, valiéndose de su ascendiente, me hizo pecar? No; el matrimonio es un sacramento para los que se aman. No es para personas como yo o como él. Gerald, para salvarte del desprecio del mundo y de sus sarcasmos, le he mentido al mundo. No podría decirle la verdad al mundo. ¿Quién  puede hacerlo? Pero por interés mío no voy a mentir en presencia de Dios. No, Gerald ninguna ceremonia, santificada por la Iglesia o instituida por el Estado, me unirá jamás a George Hardford. Es posible que yo esté ya unida al que me robó, pero me dejó más rica que antes, de modo que en el cieno de mi vida encontraré la perla valiosa, o lo que a mí me pareció que lo era.
        Gerald. Ahora no te entiendo.
      Senora Arbuthnot. Los hombres no entienden lo que son las madres. Yo no soy distinta de las demás mujeres, excepto en el mal que se me causó y el mal que hice, y en mis muy pesados castigados y en mi vergüenza.
       
     Oscar Wilde, Una mujer sin importancia, Barcelona, Andrés Bello, ed. 5, pág. 194-195.
     Seleccionado por: Coral García Domínguez, Primero de Bachillerato, curso 2015-2016

lunes, 30 de mayo de 2016

Los tres mosqueteros, Alejandro Dumas

      Aramis vivía en un pequeño apartamento, compuesto de un gabinete, un comedor y una alcoba; ésta, situada, al igual que el resto, en la planta baja, daba a un jardincito, fresco, verde, frondoso y que ocultaba la ventana de los ojos del vecindario.
       En cuanto a D'Artagnan, ya conocemos su alojamiento y a Planchet, su lacayo.
       D'Artagnan, que era muy curioso por naturaleza, como acostumbran a serlo las gentes poseedoras del genio de la intriga, no se ahorró esfuerzos para averiguar quiénes eran de verdad Athos, Porthos y Aramis. Porque  no cabía duda de que. bajo esos nombres de batalla, cada uno de ellos ocultaba los propios de su linaje, especialmente Athos, que olía a gran señor a una legua de distancia. D'Artagnan se dirigió a Porthos para obtener información acerca de Athos y Aramis, y lo mismo hizo con Aramis para conocer a Porthos.
       Desgraciadamente, Porthos no sabía de su silencioso camarada sino lo que éste dejaba traslucir. Se comentaba que había sufrido grandes desengaños amorosos y que una afrentosa traición había envenenado para siempre la vida del caballero. ¿En qué había consistido esa traición? Todo el mundo lo ignoraba.
     En lo referente a Porthos, a excepción de su nombre verdadero, sólo conocido por el señor De Tréville -quien también conocía el de sus compañeros-, su vida no tenía ningún secreto. Vanidoso e indiscreto, podía verse en él como a través de un cristal.

        Alejandro Dumas, Los tres mosqueteros, León , Everest, ed. 2, 2006, pág. 55
        Selecionado por Coral García Domínguez, Primero de Bachillerato, curso 2015-2016

La cantante calva, Eugène Ionesco

                                         
SR. MARTIN:
– Edward es empleado de oficina, su hermana Nancy, mecanógrafa, y su hermano William, ayudante de tienda.

SRA. SMITH:
– ¡Qué familia divertida!

SRA. MARTIN:
– Prefiero un pájaro en el campo a un calcetín en una carretilla.

SR. SMITH:
– Es preferible un filete en una cabaña que leche en un palacio.

SR. MARTIN:
– La casa de un inglés es su verdadero palacio.

SRA. SMITH:
– No sé hablar en español lo bastante bien para hacerme comprender.

SRA. MARTIN:
– Te daré las zapatillas de mi suegra si me das el ataúd de tu marido.

SR. SMITH:
– Busco un sacerdote monofisita para casarlo con nuestra criada.

SR. MARTIN:
– El pan es un árbol, en tanto que el pan es también un árbol, y de la
encina nace la encina, todas las mañanas, al alba.

SRA. SMITH:
– Mi tío vive en el campo, pero eso no le atañe a la comadrona.

SR. MARTIN:
– El papel es para escribir, el gato para la rata, y el queso para echarle la
zarpa.

SRA. SMITH
:– El automóvil corre mucho, pero la cocinera prepara mejor los platos.

SR. SMITH:
– No sean pavos y abracen al conspirador.

SR. MARTIN:
– Charity begins at home.

SRA. SMITH:
– Espero que el acueducto venga a verme en mi molino.

SR. MARTIN:
– Se puede demostrar que el progreso social está mucho mejor con azúcar.


    Ionesco Eugenè, La cantante calva, Paris, Gallimard, Losada, 1965, pág. 25, ed. 5
    Seleccionado por Delia Marinela Bulau, Primero de Bachillerato, curso 2015-2016.

La línea de sombra, Joseph Conrad

         Sólo los jovénes conocen momentos semejantes. No quiero decir los muy jovénes, no; pues éstos, a decir verdad, no tienen momentos.Vivir más allá de sus días,en esa magnífica continuidad de esperanza que ignora toda pausa y toda introspección, es privilegio de la primera juventud.
         Cierra uno tras sí la puertecita de la infancia, y penetra en un jardín encantado.Hasta sus mismas sombras tienen un resplandor de promesa.Cada recodo del sendero posee su seducción.Y no a causa del atractivo que ofrece un país desconocido, pues de sobra sabe uno que por allí ha pasado la corriente de la humanidad entera.Es el encantado de una experiencia universal, de la esperamos una sensación extraordinaria y personal, la revelación de un algo de nuestro yo.
         Llenos de ardor y de alegría, caminamos, reconociendo las lindes de nuestro predecesores, aceptando tal como se presentan la buena suerte y la mala-las duras-las duras y las maduras, como suele decirse-, el pintoresco destino común que tantas posibilidades guarda para el que las merece, cuando no simplemente para el afortunado. Sí, caminamos, y el tiempo también camina, hasta que, de pronto, vemos ante nosotros una línea de sombra advirtiéndonos que también habrá que dejar tras de nosotros la región de nuestra primera juventud.
          Este periodo de la vida en que suelen sobrevenir aquellos momentos de que hablaba. ¿Cuáles? ¡Cuáles van a ser!: esos momentos de hastío, de cansancio, de descontento; momentos de irreflexión. Es decir, esos momentos en que los aún mozos propenden a cometer actos irreflexivos, tales como el matrimonio improvisado o el abandono de un empleo, sin razón alguna para ello.


     Joseph Conrad, La línea de sombra, Madrid, Brugueras, Cátedra, 1998, pág 197.
     Seleccionado por Jennifer Garrido Gutiérrez, Primero de bachillerato, curso 2015-2016

La perla, John Steinkeck


     Como vemos, la educación del hijo también liberará simbólicamente a su pueblo, idea sobre la que se insiste  en mas de una ocasión: "Estaba atrapado, como siempre lo estaban los suyos. Y seguirá siendo así...hasta que estuvieran seguros de que las cosas de los libros estaban de veras en los libros". Sin embargo, Kino no lograr cumplir su deseo y su hijo no supera el estado de ignorancia que su nombre simbólicamente revela: al final, los rastreadores creen disparar a un " cachorro de coyote".
     La formación que Kino no desea para su hijo se resuelve, paradójicamente , en él mismo. A lo largo de la novela , el pobre pescador, indio pasa por un proceso de aprendizaje que comporta, simbólicamente, la pérdida de la inocencia o del paraíso, tema que, como ya sabemos, es recurrente de Steinbeck. Este tema clave del libro se advierte en las imágenes con que se abre y cierra la novela: mientras que al principio se nos hace una descripción casi edénica de la familia y de su entorno, al final, expulsados simbólicamente, de ese paraíso, Kino y Juana son "dos torres oscuras...que habían conocido el dolor.


          John Steinbeck, La perla ,Barcelona, Vicens Vives, página 31.
          Seleccionado por Marta Pino Blanco. Segundo de bachillerato, curso 2015-2016.

lunes, 23 de mayo de 2016

El corazón de las tinieblas, Joseph Conrad

CAPÍTULO II

     >>Una tarde, estando yo tumbado en la cubierta de mi vapor, oí unas voces que se aproximaban, y allí estaban el sobrino y el tío deambulando por la orilla. Recliné de nuevo la cabeza sobre el brazo, y ya me había quedado medio dormido cuando alguien dijo, casi en mi oído: "Soy tan inofensivo como un niño pequeño, pero no me gusta estar a las órdenes de nadie. Soy el director, ¿no es así? Se me ha ordenado enviarle allí. Es increíble"... Me di cuenta de que los dos estaban de pie en la orilla al lado de la proa de vapor, justamente debajo de mi cabeza. No me moví; no se me ocurrió moverme: estaba medio dormido. "Es muy desagradable", gruñó el tío. "Ha perdido a la Administración que le envíen aquí -dijo el otro- con la intención de demostrar de lo que era capaz: y a mí se me han dado instrucciones en ese sentido. Date cuenta de la influencia que debe tener ese hombre, ¿no es terrible?" Los dos convinieron en que era terrible, después hicieron varias observaciones extrañas: "Hacer lluvia y buen tiempo..., un hombre..., el Consejo..., a su antojo..." fragmentos de frases absurdas que vencieron mi somnolencia, de manera que ya había recuperado casi por completo la lucidez cuando el tío dijo: "El clima puede resolverte esa dificultad. ¿Está él solo allí? "Sí -respondió el director-; envió a su ayudante río abajo con una nota para mí en estos términos: 'Eche a este pobre diablo del país y no se moleste en enviarme más de esta clase. Prefiero estar solo a tener junto a mí al tipo de hombres de que usted puede disponer' Esto fue hace más de un año. ¿Puedes imaginarte semejante insolencia?" "¿Algo más desde entonces?", preguntó el otro, con voz ronca. "Marfil -respondió bruscamente el tío- a montones, y de primera clase, a montones. Sumamente fastidioso de su parte." "¿Y con ello?", preguntó la voz grave y sorda. "Factura", fue la respuesta disparada, por así decirlo. Después un silencio. Habían estado hablando de Kurtz.
     >>Yo ya estaba bien despierto para entonces, pero como me hallaba comodísimamente tumbado, permanecí así, puesto que nada me inducía a cambiar de postura. "¿Cómo llegó ese marfil hasta aquí?", refunfuñó el de más edad, que parecía muy enojado. El otro explicó que había venido con una flota de canoas a cargo de un oficinista inglés mestizo que Kurtz tenía con él; que Kurtz al parecer había tenido la intención de venir él mismo, ya que la estación estaba por aquella época escasa de mercancías y reservas, pero que, después de recorrer trescientas millas había decidido repentinamente volver atrás, lo que empezó a hacer él solo en una pequeña piragua con cuatro remeros, dejando que el mestizo continuara río abajo con el marfil. Los dos individuos parecían maravillados de que alguien intentara tal cosa. No lograban dar con un motivo que la justificara. En cuanto a mí, me pareció ver a Kurtz por primera vez. Lo vislumbré un instante: la piragua, cuatro salvajes remando y el blanco solitario volviendo de repente la espalda a la oficina central, al descanso, a la idea del hogar tal vez; dirigiendo su mirada hacia las profundidades de la selva, hacia su vacía y desolada estación. Yo no conocía el motivo. Tal vez era simplemente un tipo estupendo que se aferraba a su trabajo por amor a él. Su nombre, os dais cuenta, no había sido pronunciado ni una sola vez. Era "ese hombre". Al mestizo, que por lo que pude ver había dirigido un difícil viaje con gran prudencia y valor, se hacía invariablemente alusión como a "ese canalla". El "canalla" había informado de que el "hombre" había estado muy enfermo y no se había recuperado del todo..., los dos que estaban debajo de mí se alejaron unos pasos y pasearon de acá para allá a corta distancia.

       Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas, Madrid, Catedra, Letras Universales, 2005, pág. 176-178.
        Seleccionado por Paula Ginarte Pérez, Primero de Bachillerato, curso 2015-16.