"El viaje de Mr. Jelland"
-Verán ustedes -dijo nuestro anglojaponés en el momento en que acercábamos los sillones para colocarlos alrededor de la chimenea del salón de fumar-. Lo que voy a contarles es allí una vieja historia y es posible que haya aparecido ya en letra impresa. No quiero convertir este salón en un puesto de castañas, pero queda mucho viaje hasta el mar Amarillo, y es muy probable que ninguno de ustedes haya oído hablar de la balandra Matilda y de lo que a bordo de ella les ocurrió a Henry Jelland y a Willy McEvoy.
Arthur Conan Doyle, El capitán del Polestar y otros cuentos de misterio en el mar, Madrid, El club diógenes, Editorial Valdemar, 1995, página 69. Seleccionado por Pablo del
Castillo Baquerizo. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.
Un lugar común de los estudiantes de Literatura Universal donde publicamos una antología de textos seleccionados por nosotros mismos con el fin de aprender a conocernos mejor a través de los más variados personajes que pueblan el universo literario.
lunes, 15 de diciembre de 2014
D.H. Lawrence, El amante de lady Chatterley
II
El párroco era un hombre amable de unos sesenta años, consciente de su deber, y personalmente reducido casi a la nulidad por el mundo, ¡déjame en paz! de la gente del pueblo. Las mujeres de los mineros eran casi todas metodistas. Los mineros no eran nada. Pero aun así, el uniforme oficial del cura bastaba para ocultar enteramente el hecho de que era un hombre como cualquier otro. No, él era el señor Ashby, una especie de aparato automático para predicar y rezar.
El obstinado, instintivo <<¡Nos consideramos tanto como usted, por muy lady Chatterley que sea!>>, confundió y desconcertó al principio a Connie. La rara, sospechosa y falsa amabilidad con que las esposas de los mineros acogía sus atenciones; el extrañamente ofensivo matiz del <<¡Válgame Dios! ¡Qué importante soy, con lady Chatterley dirigiéndome la palabra! ¡Pero que no se crea ella por eso que es más que yo!>>, que siempre notaba como tiñendo las medio aduladoras palabras de las mujeres, era insufible. No había forma de soportarlo. Era irremisible e injuriosamente contestatario.
Lawrence D.H., El amante de lady Chatterley, Madrid, Bibliotex, S.L., 1960 Página: 23
Seleccionado por Alejandro López Sánchez. Segundo de Bachillerato. Curso 2014-2015
Jules Verne, Viaje al centro de la tierra
Altona, verdadero arrabal de Hamburgo, es cabecera de línea de ferrocarril de Kiel, que debía conducirnos hasta las orillas de los Belt. En menos de veinte minutos habíamos entrado en el territorio del Holstein.
A las seis y media el coche se detuvo ante la estación. Rápidamente se descargó, transportó, pesó, etiquetó y trasladó al furgón del tren los numerosos paquetes y artículos de viaje de mi tío. Y a las siete estábamos ya sentados uno frente al otro comportamiento.
Silbó el vapor, y la locomotora se puso en movimiento. Estábamos ya en ruta.
¿Iba yo resignado? Aún no. Pero el aire fresco de la mañana y los detalles del paisaje, rápidamente renovados por la velocidad, me distrajeron de mis preocupaciones.
En cuanto al profesor, era evidente que su pensamiento se anticipaba al movimiento del tren, demasiado lento para su impaciencia.
Jules Verne, Viaje al centro de la tierra, Madrid, Editorial Alianza, 1998, pág 71. Seleccionado por Pablo Galindo Cano, Segundo de Bachillerato, Curso 2014-2015.
La Divina Comedia, Dante Alighieri
EL INFIERNO
Canto primero
Perdido una noche el Poeta en una enmaranañada y obscura selva va por fin a salir de ella por una colina que ve iluminada con el resplandor del sol, cuando se le presentan delante, interceptándole el paso, tres animales feroces. Atemorízase su ánimo, mas de pronto se le aparece la sombra de Virgilio, que le infunde aliento y promete sacarle de allí, haciéndole atravesar el reino de los muertos, primero el Infierno, después el Purgatorio; hasta que finalmente Beatriz le conduce al Paraíso. Echa andar la sombra, y síguela Dante.
Hallábame a la mitad de la carrera de nuestra vida, cuando me vi en medio de una oscura selva, fuera de todo camino recto.
¡Ah! ¡Cuán penoso es referir lo horrible e intransitable de aquella cerrada selva, y recordar el pavor que puso en mi pensamiento!No es de seguro más penoso el recuerdo de la muerte. Mas para hablar del consuelo que allí encontré, diré las más cosas que me acaecieron.
No sé fijamente cómo entré en aquel sitio: tan trastornado me tenía el sueño cuando abandoné la senda que me guiaba.
Mas viéndome después al pie de la colina, en el punto donde terminaba el valle que tanta angustia había infundido en mi corazón, miré a lo alto, y vi su cima dorada ya por los rayos del planeta que conduce al hombre seguro por todas partes.
Dante Alighieri, La Divina Comedia, Barcelona, ed. Océano, página 3.
Seleccionado por Laura Tomé Pantrigo. Segundo de Bachillerato. Curso 2014-2015.
Hallábame a la mitad de la carrera de nuestra vida, cuando me vi en medio de una oscura selva, fuera de todo camino recto.
¡Ah! ¡Cuán penoso es referir lo horrible e intransitable de aquella cerrada selva, y recordar el pavor que puso en mi pensamiento!No es de seguro más penoso el recuerdo de la muerte. Mas para hablar del consuelo que allí encontré, diré las más cosas que me acaecieron.
No sé fijamente cómo entré en aquel sitio: tan trastornado me tenía el sueño cuando abandoné la senda que me guiaba.
Mas viéndome después al pie de la colina, en el punto donde terminaba el valle que tanta angustia había infundido en mi corazón, miré a lo alto, y vi su cima dorada ya por los rayos del planeta que conduce al hombre seguro por todas partes.
Dante Alighieri, La Divina Comedia, Barcelona, ed. Océano, página 3.
Seleccionado por Laura Tomé Pantrigo. Segundo de Bachillerato. Curso 2014-2015.
Decamerón, Giovanni Boccaccio
Amor, si yo logro soltarme de tus garras,
apenas creer puedo
que de otro garfio nunca más caiga fuera.
Entré, siendo muy joven, en tus lides
que dulce y suma paz me parecían,
y pronto todas mis armas depuse,
como hace quien se cree estar seguro;
tú, rapaz, áspero y desleal tirano,
pronto me acometiste
con tus ingenios y tus crudas uñas,
para darme, ceñida en tus cadenas,
al que nació para la muerte mía,
toda llorosa y llena de congoja,
y así, él en su poder me tiene,
y tan dura señor se me muestra,
que jamás le han movido
suspiros, o este llanto me aja.
Todas mis súplicas las lleva el aire;
nadie me escucha, ni oírlas se apresta,
y crece mi tormento de hora en hora,
por lo que sin morir, vivo sin ganas.
Duélgate, Señor, pues, de mi infortunio,
y haz lo que no podría:
dámelo atado en tus lazos estrechos.
Sí esto hacer no quieres, desata
aquellos que aún a la esperanza me unen.
Hazlo, Señor así; si tal hicieres,
yo confío que, alejada mi pena,
bella cual fui, ceñir pueda corona
hecha de blancas y encarnadas flores.
Giovanni Boccaccio, Decamerón, Barcelona, ed. Planeta, 1982, página 375-376.
Seleccionado por Alain Presentación Muñoz. Segundo de Bachillerato. Curso de 2014-2015.
apenas creer puedo
que de otro garfio nunca más caiga fuera.
Entré, siendo muy joven, en tus lides
que dulce y suma paz me parecían,
y pronto todas mis armas depuse,
como hace quien se cree estar seguro;
tú, rapaz, áspero y desleal tirano,
pronto me acometiste
con tus ingenios y tus crudas uñas,
para darme, ceñida en tus cadenas,
al que nació para la muerte mía,
toda llorosa y llena de congoja,
y así, él en su poder me tiene,
y tan dura señor se me muestra,
que jamás le han movido
suspiros, o este llanto me aja.
Todas mis súplicas las lleva el aire;
nadie me escucha, ni oírlas se apresta,
y crece mi tormento de hora en hora,
por lo que sin morir, vivo sin ganas.
Duélgate, Señor, pues, de mi infortunio,
y haz lo que no podría:
dámelo atado en tus lazos estrechos.
Sí esto hacer no quieres, desata
aquellos que aún a la esperanza me unen.
Hazlo, Señor así; si tal hicieres,
yo confío que, alejada mi pena,
bella cual fui, ceñir pueda corona
hecha de blancas y encarnadas flores.
Giovanni Boccaccio, Decamerón, Barcelona, ed. Planeta, 1982, página 375-376.
Seleccionado por Alain Presentación Muñoz. Segundo de Bachillerato. Curso de 2014-2015.
Anónimo, Cantar de Roldán
CXIV (CXVI)
Hay allí un sarraceno, viene de Zaragoza
(de toda la ciudad, una mitad es suya);
su nombre es Climborín, mas no es de los notables:
fue quien tomó la jura del conde Ganelón
y en prueba de amistad le besara en la boca
y que le regalara un yelmo y un carbunclo.
Nuestra tierra francesa deshonrará, eso dice,
y que al emperador quitará la corona,
Cabalga en su caballo, que llama Barbamosca,
que un gavilán más rápido, o que una golondrina.
Lo aguija cuanto puede, lo deja a rienda suelta
y se va a acometer a Engelier de Gascuña.
No puede protegerlo la cota ni el escudo:
la punta de la pica se la mete en el cuerpo
y, apoyando con fuerza, le pasa todo el hierro
y, sacudiendo el asta, lo abate muerto al suelo.
Va gritando después: <<¡Muy fáciles son éstos!
¡Paganos, golpead y deshaced la hueste!>>
Y los franceses: <<¡Dios, qué valiente perdimos!>>
Anónimo, Cantar de Roldán, Madrid, LETRAS UNIVERSALES, Editorial Cátedra, 1999, página 96 y 97. Seleccionado por Pablo del Castillo Baquerizo. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.
Hay allí un sarraceno, viene de Zaragoza
(de toda la ciudad, una mitad es suya);
su nombre es Climborín, mas no es de los notables:
fue quien tomó la jura del conde Ganelón
y en prueba de amistad le besara en la boca
y que le regalara un yelmo y un carbunclo.
Nuestra tierra francesa deshonrará, eso dice,
y que al emperador quitará la corona,
Cabalga en su caballo, que llama Barbamosca,
que un gavilán más rápido, o que una golondrina.
Lo aguija cuanto puede, lo deja a rienda suelta
y se va a acometer a Engelier de Gascuña.
No puede protegerlo la cota ni el escudo:
la punta de la pica se la mete en el cuerpo
y, apoyando con fuerza, le pasa todo el hierro
y, sacudiendo el asta, lo abate muerto al suelo.
Va gritando después: <<¡Muy fáciles son éstos!
¡Paganos, golpead y deshaced la hueste!>>
Y los franceses: <<¡Dios, qué valiente perdimos!>>
Anónimo, Cantar de Roldán, Madrid, LETRAS UNIVERSALES, Editorial Cátedra, 1999, página 96 y 97. Seleccionado por Pablo del Castillo Baquerizo. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.
Louisa May Alcott, Mujercitas
CAPÍTULO 1
La ruta del peregrino
-La celebración de navidad sin bonitos regalos o va a parecer Navidad -murmuró Jo, tumbaba sobre la alfrombra.
-¡Qué desgracia tan grande es ser pobre! -exclamó Meg mientras se miraba el viejo vestido que la cubría.
-Creo que no es justo que haya chica que naden en la abundancia mientras otras carecen de todo -agregó Amy, la menor, con un mamá, y con un ademán de protesta. -Tenemos a papá y a mamá, y también a nosotras mismas -repuso Beth en tono jovial desde la esquina en que se hallaba.
Con tan optimistas palabras, se animaron los cuatro rostros juveniles, iluminados por los reflejos de la lumbre; pero volvieron a ensombrecerse cunado Jo se lamentó tristemente:
-Pero a papá no lo tenemos ni lo tendremos con nosotras en mucho tiempo. No se atrevió a decir tal vez nunca más, pero cada una lo pensó para sí, imaginando a su padre tan lejos, en los campos de batalla. Tras un minuto de angustioso silencio, Meg, cambienado de tono, reaccionó:
-Ya sabéis que mamá nos expuso que la falta de regalos para esta navidad se debía a la previsión de que todo vamos a pasar un invierno muy malo; mamá piensa que no debemos malgastar en caprichos personales mientras nuestros hombres sufren tanto en plena guerra. No es mucho lo que opdemos aportar; pero podemos ofrecer generosamente nuestros pequeños sacrificios. Aunque tengo miedo de no saber hacerlo -y Meg acompañó las últimas palabras con un gesto de contrariedad por la renuncia de los valiosos obsequios que tanto anhelaba.
Louisa May Alcott, Mujercitas, La Coruña, Everest, 2013, página 15-16. Seleccionado por Guillermo Arjona Fernández. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.
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lunes, 1 de diciembre de 2014
Julio César, Comentario a la guerra de las galias
LIBRO IV
Al invierno siguiente, siendo cónsules Cneo Pompeyo y Marco Craso, los usipetes y tencteros de la Germanía en gran número pasaron el Rin hacia su embocadura en el mar. La causa de su transmigración fue que los suevos con la porfiada guerra de muchos años no los dejaban vivir ni cultivar sus tierras. Es la nación de los suevos la más populosa y guerrera de toda la Germanía. Dícese que tienen cien merindades, cada una de las cuales contribuye anualmente con mil soldados para la guerra. Los demás quedan en casa trabajando para sí y los ausentes. Al año siguiente alternan: van éstos a la guerra, quedándose los otros en casa. De esta suerte no se interrumpe la labranza, y está suplida la milicia. Pero morar más de un año en un sitio: su sustento no es tanto de pan como de leche y carne, y son muy dados a la caza. Con eso, con la calidad de los alimentos, el ejercicio continuo, y el vivir a sus anchuras (pues no sujetándose desde niños a oficio ni arte, en todo y por todo hacen su voluntad) se crían muy robustos y agigantados.
Julio César, Comentarios de la guerra de las Galias, Madrid, RBA, Editorial Planeta, 1995, página 76. Seleccionado por Pablo del Castillo Baquerizo. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.
Al invierno siguiente, siendo cónsules Cneo Pompeyo y Marco Craso, los usipetes y tencteros de la Germanía en gran número pasaron el Rin hacia su embocadura en el mar. La causa de su transmigración fue que los suevos con la porfiada guerra de muchos años no los dejaban vivir ni cultivar sus tierras. Es la nación de los suevos la más populosa y guerrera de toda la Germanía. Dícese que tienen cien merindades, cada una de las cuales contribuye anualmente con mil soldados para la guerra. Los demás quedan en casa trabajando para sí y los ausentes. Al año siguiente alternan: van éstos a la guerra, quedándose los otros en casa. De esta suerte no se interrumpe la labranza, y está suplida la milicia. Pero morar más de un año en un sitio: su sustento no es tanto de pan como de leche y carne, y son muy dados a la caza. Con eso, con la calidad de los alimentos, el ejercicio continuo, y el vivir a sus anchuras (pues no sujetándose desde niños a oficio ni arte, en todo y por todo hacen su voluntad) se crían muy robustos y agigantados.
Julio César, Comentarios de la guerra de las Galias, Madrid, RBA, Editorial Planeta, 1995, página 76. Seleccionado por Pablo del Castillo Baquerizo. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.
El amor a Razón, Roman de la Rose, Guillaume de Lorris y Jean de Meun
Pero de algo más me quejo de ti,
y es que me acusaste maliciosamente
de que te ordenaba vivir sólo odiando.
Dime, ¿cuándo, dónde o de qué manera?
-Vos no habéis dejado nunca de decirme
que de mi señor tengo que alejarme
por no sé qué amor que es poco seguido.
Ni aun si hubiese alguno que hubiese viajado
por el Occidente y por el Oriente
y hubiese vivido tanto, que sus dientes
se hubieran caído por su gran vejez,
si hubiese corrido sin nunca parar,
cuanto más pudiese, con paso muy vivo,
recorriendo el mundo y viéndolo todo,
tanto por el Norte como por el Sur,
no habría encontrado, a mi parecer,
la clase de amor de la que me habláis.
Puesto que en el mundo se perdió su huella
desde que los dioses dejaron la tierra
cuando los gigantes de ella los echaron,
ya que Caridad, Buena Fe y Derecho
tuvieron que irse junto con los dioses.
Y este amor también, que, al quedarse solo
debió acompañarles sin otro remedio;
igual que Justicia, que era la más sólida,
que al final se fue como los demás.
Efectivamente, dejaron la tierra,
porque no podían soportar las guerras,
y al cielo se fueron, donde se instalaron,
y de donde nunca, salvo por milagro,
osarán volver a este nuevo mundo.
Engaño les hizo a todos huir,
Engaño, que al mundo tiene en su poder
debido a sus fuerzas y a sus malas artes.
Y ni el mismo Tulio, que puso gran celo
para descifrar los textos antiguos
pudo conseguir, tras grandes esfuerzos,
algunos ejemplos (sólo tres o cuatro,
y buscó en los libros de todos los tiempos
desde que este mundo fue configurado),
en los que se hablara de ese raro amor,
A mi parecer, antes lo hallaría
entre las personas de su mismo tiempo,
y probablemente entre sus amigos.
Pero en texto alguno conseguí leer
que ni un solo ejemplo consiguiera hallar.
¿Podría ser yo más sabio que Tulio?
Sería muy loco y bastante necio
si fuese buscando amores así,
pues en este mundo hallarse no pueden.
¿Dónde buscaría amor de este tipo
si en toda la tierra no lo encontraría?
¿Puedo yo volar, tal como las grullas,
o incluso más alto, por entre las nubes,
tal como voló el cisne de Sócrates?
Roman de la Rose, Parte II, El amor a Razón, Madrid, Editorial Cátedra, Colección Letras Universales, 1986, págs 188-189, Seleccionado por Rosa María Perianes Calle, Segundo de Bachillerato, Curso 2014-2015.
y es que me acusaste maliciosamente
de que te ordenaba vivir sólo odiando.
Dime, ¿cuándo, dónde o de qué manera?
-Vos no habéis dejado nunca de decirme
que de mi señor tengo que alejarme
por no sé qué amor que es poco seguido.
Ni aun si hubiese alguno que hubiese viajado
por el Occidente y por el Oriente
y hubiese vivido tanto, que sus dientes
se hubieran caído por su gran vejez,
si hubiese corrido sin nunca parar,
cuanto más pudiese, con paso muy vivo,
recorriendo el mundo y viéndolo todo,
tanto por el Norte como por el Sur,
no habría encontrado, a mi parecer,
la clase de amor de la que me habláis.
Puesto que en el mundo se perdió su huella
desde que los dioses dejaron la tierra
cuando los gigantes de ella los echaron,
ya que Caridad, Buena Fe y Derecho
tuvieron que irse junto con los dioses.
Y este amor también, que, al quedarse solo
debió acompañarles sin otro remedio;
igual que Justicia, que era la más sólida,
que al final se fue como los demás.
Efectivamente, dejaron la tierra,
porque no podían soportar las guerras,
y al cielo se fueron, donde se instalaron,
y de donde nunca, salvo por milagro,
osarán volver a este nuevo mundo.
Engaño les hizo a todos huir,
Engaño, que al mundo tiene en su poder
debido a sus fuerzas y a sus malas artes.
Y ni el mismo Tulio, que puso gran celo
para descifrar los textos antiguos
pudo conseguir, tras grandes esfuerzos,
algunos ejemplos (sólo tres o cuatro,
y buscó en los libros de todos los tiempos
desde que este mundo fue configurado),
en los que se hablara de ese raro amor,
A mi parecer, antes lo hallaría
entre las personas de su mismo tiempo,
y probablemente entre sus amigos.
Pero en texto alguno conseguí leer
que ni un solo ejemplo consiguiera hallar.
¿Podría ser yo más sabio que Tulio?
Sería muy loco y bastante necio
si fuese buscando amores así,
pues en este mundo hallarse no pueden.
¿Dónde buscaría amor de este tipo
si en toda la tierra no lo encontraría?
¿Puedo yo volar, tal como las grullas,
o incluso más alto, por entre las nubes,
tal como voló el cisne de Sócrates?
Roman de la Rose, Parte II, El amor a Razón, Madrid, Editorial Cátedra, Colección Letras Universales, 1986, págs 188-189, Seleccionado por Rosa María Perianes Calle, Segundo de Bachillerato, Curso 2014-2015.
Copérnico, John Banville
Al morir la noche llega flotando, deslizándose suavemente sobre el brillante caudal del río, husmeando con el hocico levantado, pasa bajo el puente, junto al rastrillo, más allá del adormilado centinela. Un leve sonido de garras rascando los peldaños embarrados, una breve visión de un diente descubierto. Por un instante, en medio de la oscuridad, tiene una ligera sensación de agonía y angustia; y la noche retrocede. Ahora trepa los muros, se arrastra sonriente por debajo de la ventana... Envuelto en una capa negra, se agazapa entre las sombras de la torre y guarda el amanecer. Luego vienen los golpes, la voz angustiosa, el peldaño flojo y traicionero de la escalera, ¿y cómo es posible que sólo yo pueda oír el agua que cae a sus pies?
Alguien quiere hablar con usted, canónigo.
¡No!, ¡no! ¡Dejadlo fuera! Pero él no permitirá que lo echen, se esconde en un rincón donde aún persiste la oscuridad de la noche y se queda allí, vigilando. Unas veces se ríe con suavidad, otras deja escapar algún sollozo. Tiene la cara oculta tras la capa, a excepción de los ojos, pero yo lo reconozco bien, ¿cómo no iba a hacerlo? Él es lo inefable, lo inevitable, lo peor del mundo.¡Déjame ser, por favor!
John Banville, Copérnico, Madrid, editorial Edhasa, 1990, página 111. Seleccionado por Andrea González García. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.
Henry James, Otra vuelta de tuerca
Capítulo 14
Todo empezó un domingo por la mañana cuando yo me dirigía a la iglesia. Tenía a mi lado al pequeño Miles. Más adelante iba la señora Grose llevando a Floraa de la mano. Recuerdo que era un día claro y transparente. Una ola de frío había barrido las nubes del cielo y limpiado la atmósfera de forma que las campanas de cercana iglesia teñían de forma vibrante, casi alegre. Llevaba el pequeño Miles su mejor traje, hecho a medida por el sastre de su tío, con un niño fuera ya un adulto dispuesto a lanzarse por los caminos de la vida. En esto andaba yo pensando, cuando el chico me hizo un pregunta que habría de precipitar los acontecimientos que se iban a producir en los días venideros:
-Querida mía -me dijo con su impatía habitual-, ¿se puede saber cuándo piensa usted enviarme de nuevo al colegio?
La pregunta parecía del todo inocua, sobre todo por el tono de voz del niño. Tenía su voz un sonido cálido y melodioso, de forma que al abrir la boca más que palabras parecía estar echando rosas. Era una voz que sin duda había deleitado a todas sus institutrices, y yo misma había caído bajo el embrujo de u melodía. Pero en aquella ocasión, y a pesar de la dulzura con que la pronunció, la frase llevaba veneno dentro y él lo sabía. Al oír sus palabras me paré en seco, como si uno de los grandes árboles del camino se hubiera desplomado ante mí. El se había percatado del efecto que sus palabras habían causado en mí y quiso aprovechar este momento de debilidad e incertidumbre.
Henry James, Otra vuelta de tuerca, Madrid, Anaya, 1999, páginas 109-110. Seleccionado por Guillermo Arjona Fernández. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.
lunes, 24 de noviembre de 2014
El crimen del Estrella del Mar, Joseph O'Connor
Capítulo XV
El padre y su hijo
Observó como su hijo se marchaba del camarote con paso desgarbado. Era demasiado tarde para volver a dormir. Sentía en su corazón el dolor de la compasión. Sus hijos habían heredado su propensión a los terrores nocturnos. Bien podía ser toda su herencia.
Levantándose de su litera, Marritidith se puso una bata, anduvo melancólicamente a pasos quedos hacia la cerrada portilla, y con un crujido la abrió a la luz del día. El vasto cielo era del color de unas gachas del día anterior, pero veteado de nubes de color violeta y naranja; alguna, pálidas y rasgadas y teñidas de negro; otras, moteadas como una piel de leopardo vieja. En la cubierta principal, dos marineros negros estaban acurrucados junto a un brasero y compartían un tazón. El marajá paseaba cerca del castillo de proa acompañado de su mayordomo. Por su parte, aquel pobre individuo del pie zopo andaba cojeando arriba y abajo, golpeándose los brazos contra el cuerpo para mantener el calor. Sintió como una especie de alivio ante la normalidad de todo. Es extraño las cosas de las que obtenemos nuestros consuelos.
Joseph O'Connor, El crimen del Estrella del Mar, Barcelona, Seix Barral, 2005, página191. Seleccionado por Pablo Galindo Cano. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.
El labrador, Escena V, Menandro
Daos, Siro, Mírrina, Fílina
(Entra Daos, seguido de Siro, ambos cargados con flores.)
DAOS. - Creo que nadie cultiva un campo más divino, pues produce mirto, hermosa hiedra, toda esta cantidad de flores y lo demás, si uno lo siembra, lo devuelve exacta y cumplidamente en la misma medida, ni más ni menos. (Reposa su carga. A Siro.) No obstante, Siro, llévate todo lo que traemos, todo esto sirve para la boda. (A Mírrina.) Muy buenos días, Mírrina.
MÍRRINA. - Buenos días.
DAOS. - No te había visto, noble y honrada mujer. ¿Qué tal te va? Quiero que tú seas las primera en gustar de buenas noticias -al habértelas contado yo el primero-, más aún, de hechos que, si los dioses quieren, van a producirse. Pues Cleeneto, con el que trabaja tu chico, hace unos días, mientras estaba cavando en la viña, se hizo un buen corte en una pierna.
MÍRR. - ¡Desdichada de mí!
DAOS. - Ten valor. Escúchame hasta el final. Pero cuando llegó el tercer día, le salió al viejo un tumor de la herida, le dio mucha fiebre y se encontraba muy mal.
FÍL. - ¡Vete a paseo! ¡Qué noticias tan buenas vienes a traer!
MÍRR. - ¡Cállate, vieja!
DAOS. - Necesitaba entonces que alguien lo cuidara, los esclavos y bárbaros con los que él vive, le echaron todos mil maldiciones, pero tú hijo, considerándolo como si fuera su propio padre, le procuró todo lo que hacía falta, le dio ungüentos, masajes, lo lavó, le traía de comer, le daba ánimos, volvió a ponerlo de pie con sus cuidados, aunque parecía que estaba muy mal.
MÍRR. - ¡Hijo querido!
DAOS. - Sí, por Zeus, de verdad que lo hizo bien. Porque, mientras el viejo se recuperaba en casa y recobraba la tranquilidad apartado del azadón y las fatigas -qué tozudo es el viejo por la vida que lleva-, preguntaba por todas las cosas del muchacho, quizá sin ignorar del todo quién es. El chico, en sus conversaciones, aludió a su hermana y a ti... sintió simpatía y pensó que tenía que corresponder, con toda razón, en agradecimiento de su desvelo. Se mostró sensato para ser un hombre solo y viejo, pues prometió casarse con tu hija. Éste es el resumen de toda la historia. Enseguida llegarán aquí y se volverán a la finca con ella. Dejad de luchar con la miseria, monstruo irreprimible e intratable, y sobre todo en la ciudad, porque o hay que ser rico o vivir de forma que no haya demasiados testigos que vean la desdicha. Por esto es preferible el campo y la soledad. Quería darte estas buenas noticias. !Mucha salud! (Vase.)
MÍRR. - A ti también.
Menandro, Comedias, El labrador, Escena V, Madrid, Editorial Gredos, Colección Biblioteca Básica Gredos, 1986, págs 121-122-123, Seleccionado por Rosa María Perianes Calle, Segundo de Bachillerato, Curso 2014-2015.
Eneida, Virgilio
Ataque al campamento troyano
Consternación en el campamento de turno.
Dolor de los troyano
Vencedores de los rútulos se adueñan del botín y los despojos
y trasladan llorando a Volcente sin vida al campamento.
Y ni es menor el duelo al encontrarse exánime a Ramnete.
y a tantos otros jefes, víctimas todos ellos del degüello común, aquí a Serrano,
a Numa allí. Se agolpan en enorme tropel ante los cuerpos ya sin vida
o a punto de expirar, ante la tierra tibia de las muertes recientes todavía,
el espledente yelmo de Mesapo y el tahalí que con tantos sudores recobraron.
La aurora, abandonando el lecho azafranado el lecho azafranado de Titono, ya empezaba a esparcir
su fresca claridad sobre la tierra. Ya iba el sol derramando sus rayos,
ya el día descorría el velo de las cosas, cuando Turno en persona,
ceñida la armadura, va llamando a sus hombres a las armas. Y a cada jefe forma
con sus líneas de bronce su frente de batalla. Y enardece los ánimos
con distintas arengas. Aún más
a Numa allí. Se agolpan en enorme tropel ante los cuerpos ya sin vida
o a punto de expirar, ante la tierra tibia de las muertes recientes todavía,
el espledente yelmo de Mesapo y el tahalí que con tantos sudores recobraron.
La aurora, abandonando el lecho azafranado el lecho azafranado de Titono, ya empezaba a esparcir
su fresca claridad sobre la tierra. Ya iba el sol derramando sus rayos,
ya el día descorría el velo de las cosas, cuando Turno en persona,
ceñida la armadura, va llamando a sus hombres a las armas. Y a cada jefe forma
con sus líneas de bronce su frente de batalla. Y enardece los ánimos
con distintas arengas. Aún más
Virgilio, Eneida, MAdrid, Edit.Gredos, col.Biblioteca Básica de Gredos, página 277.
Seleccionado por Lucía Pintor del Mazo.
Robert Louis Stevenson, La flecha negra
Libro Primero Los dos Mozalbetes
Capítulo 1: En la posada del sol, en Kettley
Aquella noche pasáronla sir Daniel y sus hombres en Kettley, cómodamente acuartelados y bien patrullados. Mas el caballero de Tunstall era uno de esos hombres que jamás ven satisfecha su avaricia, y aun en este momento, a punto de empeñarse en un aventura que no sabía si había de favorecerle o perjudiciarle, ya estaba levantado, a la una de la madrugada, dispuesto a esquilmar a sus pobres vecino. Su tráfico consistía principalmente en las herencias en litigio; su método era comprar los derechos del demandante menos provisto de razón, y luego, ganando la voluntad de los que gozaban del favor del rey, procurábase injustas sentencias a favor suyo; o, si eso era andarse en demasiados rodeos, apoderábase de la mansión disputada por la fuerza de las armas, confiando en su influencia y en las marrullerías de sir Olivero para burlar la ley, a fin de conservar lo que había arrebatado. Kettley era uno de semejantes lugares; recientemente había caído en sus garras, y todavía luchaba con la oposición de sus arrendatarios; por tal motivo, para intimidar a los descontentos, hubo de conducir allí a sus tropas.
Serían las dos de la madrugada cuando sir Daniel hallábase sentado en su habitación de la posada al amor de la lumbre, ya que a aquella hora era intenso el frío en los marjales de Kettley. Tenía a la mano un jarro de cerveza sazonada con especias; habíase despojado de su yelmo y mostraba su cabeza salva, en tanto apoyaba su rostro enjuto y oscuro sobre la mano, conservando envuelto su cuerpo en una capa de color sangriento.
Robert Louis Stevenson, La flecha negra, Madrid, Alfaguara, 1996, páginas 31 y 32. Seleccionado por Guillermo Arjona Fernández. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.
El nacimiento de Cupido, Eugenio Fuentes Pulido.
En realidad, toda la culpa la habían tenido los gallegos el día que decidieron introducir nuevos modos de contrabando en las rías. El tabaco americano y búlgaro dejaba pocas ganancias y pensaron que un simple agiotaje, de más valor y menos calderilla, de menos paja y más grano, los enriquecería rápidamente. Sin pudor, habían puesto su infraestructura y sus tradiciones vías de contrabando al servicio de la droga, hachís y coca fundamentalmente. La seculares rutas del desembarco nocturno de los grandes bultos de cartones pasaron a ser vías de entrada para fardos más pequeños, pero mucho más valiosos. Desaparecieron las hebras marrones y en su lugar se derramaba sobre el agua, cuando el helicóptero de Aduanas aparecía con sus reflectores o cuando se oía el potente motor de las zodiacs de la Guardia Civil -nunca tan rápidas como las planeadoras que ellos utilizaban-,un polvo blanco y suave o una pasta verdosa de la que hasta la más golosas merluzas huían como de un anzuelo.
El miedo de Madrid a estos nuevos métodos, al peligro potencial que esta metamorfosis suponía, había disparado la alarma en toda la frontera occidental. Y así, nos habían sorprendido inermes aquella noche, trescientos quilómetros (sic.) más abajo de los prestigios, el camión lleno hasta reventar de cartones frente a las metralletas con una bala inquieta en la recámara, los focos encendidos como en un decorado y los perros ladrando con una furia nacida de la decepción de no oler los olores para cuya detección habían sido adiestrados.
Eugenio Fuentes Pulido, El nacimiento de cupido, Sevilla, Editorial Muñoz Moya y Montraveta, 1993, pág. 13 y 14. Seleccionado por: Nuria Muñoz Flores. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015
El miedo de Madrid a estos nuevos métodos, al peligro potencial que esta metamorfosis suponía, había disparado la alarma en toda la frontera occidental. Y así, nos habían sorprendido inermes aquella noche, trescientos quilómetros (sic.) más abajo de los prestigios, el camión lleno hasta reventar de cartones frente a las metralletas con una bala inquieta en la recámara, los focos encendidos como en un decorado y los perros ladrando con una furia nacida de la decepción de no oler los olores para cuya detección habían sido adiestrados.
Eugenio Fuentes Pulido, El nacimiento de cupido, Sevilla, Editorial Muñoz Moya y Montraveta, 1993, pág. 13 y 14. Seleccionado por: Nuria Muñoz Flores. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015
EL LIBRO DE LAS TIERRAS VÍRGENES, Rudyard Kipling
¡TIGRE! ¡TIGRE!
¿Cómo ha ido la caza, audaz cazador?
Hermano, frío y largo ha sido el acecho.
¿Y qué tal la presa que fuiste a matar?
Hermano, todavía pace por la selva.
¿Y dónde está el poder en el que basas tu orgullo?
Hermano, se me escapa por el flanco y el costado.
¿Y a qué viene la prisa con que corres todavía?
¡Hermano, porque voy a mi cubil... a morir!
Volvamos ahora a la primera historia**. Cuando Mowgli abandonó la cueva de los lobos tras la pelea con la Manada en el Roquedal del Consejo, bajó a las tierras labradas en donde vivían los campesinos, pero no se detuvo allí, pues estaba demasiado cerca de la selva y sabía que en el Consejo se había hecho por lo menos un enemigo muy malo. Corrió, por tanto, siguiendo el camino que bajaba por el valle a un paso bastante rápido durante casi 35 kilómetros, hasta llegar a una zona que no conocía. El valle se abría a una gran llanura salpicada de rocas y cortada por los barrancos. En un extremo había un pequeño pueblo, y en el otro la densa selva descendía hasta las tierras de pasto, deteniéndose allí como si la hubieran cortado con un azadón. Las reses y los búfalos pastaban en la llanura, y cuando los muchachitos que estaban a cargo de los rebaños vieron a Mowgli, gritaron y echaron a correr, mientras que los perros vagabundos de color amarillo que andan por todos los pueblos indios comenzaban a ladrar. Mowgli siguió andando, pues tenía hambre, y, al llegar a la puerta del pueblo, vio que habían apartado a un lado el arbusto espinoso que colocaban ante ella al anochecer.
-¡Vaya! -dijo, pues ya se había encontrado con más de una barricada semejante en sus correrías nocturnas en busca de alimento-. Así que los hombres tambien aquí tienen miedo del Pueblo de la Selva.
¿Cómo ha ido la caza, audaz cazador?
Hermano, frío y largo ha sido el acecho.
¿Y qué tal la presa que fuiste a matar?
Hermano, todavía pace por la selva.
¿Y dónde está el poder en el que basas tu orgullo?
Hermano, se me escapa por el flanco y el costado.
¿Y a qué viene la prisa con que corres todavía?
¡Hermano, porque voy a mi cubil... a morir!
Volvamos ahora a la primera historia**. Cuando Mowgli abandonó la cueva de los lobos tras la pelea con la Manada en el Roquedal del Consejo, bajó a las tierras labradas en donde vivían los campesinos, pero no se detuvo allí, pues estaba demasiado cerca de la selva y sabía que en el Consejo se había hecho por lo menos un enemigo muy malo. Corrió, por tanto, siguiendo el camino que bajaba por el valle a un paso bastante rápido durante casi 35 kilómetros, hasta llegar a una zona que no conocía. El valle se abría a una gran llanura salpicada de rocas y cortada por los barrancos. En un extremo había un pequeño pueblo, y en el otro la densa selva descendía hasta las tierras de pasto, deteniéndose allí como si la hubieran cortado con un azadón. Las reses y los búfalos pastaban en la llanura, y cuando los muchachitos que estaban a cargo de los rebaños vieron a Mowgli, gritaron y echaron a correr, mientras que los perros vagabundos de color amarillo que andan por todos los pueblos indios comenzaban a ladrar. Mowgli siguió andando, pues tenía hambre, y, al llegar a la puerta del pueblo, vio que habían apartado a un lado el arbusto espinoso que colocaban ante ella al anochecer.
-¡Vaya! -dijo, pues ya se había encontrado con más de una barricada semejante en sus correrías nocturnas en busca de alimento-. Así que los hombres tambien aquí tienen miedo del Pueblo de la Selva.
Rudyard Kipling,El libro de las tierras vírgenes, Madrid, ed. Akal literaturas, col. Akal literaturas, 2003, páginas 127 y 128.
Seleccionado por Pablo del Castillo Baquerizo. Segundo de Bachillerato. Curso 2014-2015.
La vida de las abejas, Maurice Maeterlinck
La fundación de la colmena
Veamos más bien lo que hace en la colmena ofrecida por el apicultor el enjambre recogido. Recordemos el sacrificio que han hecho las cincuenta mil vígenes que, según la frase de Ronsard, ''llevan un gentil corazón en un pequeño cuerpo'', y admiremos una vez más el valor que necesitan para volver a empezar la vida en el desierto donde han venido a parar. Han olvidado la colmena opulenta y magnífica en que nacieron, en que la existencia era tan segura y estaba tan admirablemente organizada, en que el jugo de todas las flores que se acuerdan del sol permitía sonreír a las amenazas del invierno. Han dejado allí, dormidas en el fondo de sus cunas, millares y millares de hijas a quienes no volverán a ver. Han abandonado allí, además del enorme tesoro de cera, de propóleos y de polen acumulado por ellas, más de ciento veinte libras de miel; es decir, doce veces el peso del pueblo entero, cerca de cien mil veces el peso de cada abeja, lo que representa para el hombre ochenta y dos mil toneladas de víveres, toda una flotilla de grandes buques cargados de alimentos más preciosos y más perfectos que ninguno de los que concíamos, pues la miel es para las avejas (sic.) una especie de vida líquida, una especie de quilo inmediatamente asimilable y casi sin desperdicio.
Maurice Maeterlinck, La vida de las abejas, Madrid, ed.Espasa-Calpe, col. Austral, 1980, página 73.
Seleccionado por Alain Presentación Muñoz. Segundo de Bachillerato. Curso 2014-2015.
El capitán del Polestar, Arthur Conan Doyle
LA RELACIÓN DE J. HABAKUK JEPHSON
Octubre 20 y 21
Sigue haciendo frío, llovizna constantemente y no me ha sido posible salir del camarote. Estar así encerrado me debilita y me deprime. Entró Goring a visitarme, pero su compañía no contribuyó a alegrar mi ánimo, porque apenas habló, limitándose a mirarme fijamente, de un modo raro e irritante. Luego se levantó y salió del camarote sin decir palabra. Empiezo a sospechar que es un lunático. Creo haber dicho ya que su camarote es antiguo al mío. Ambos están separados por un delgado tabique de madera agrietado en muchos sitios, siendo algunas de las grietas lo bastante anchas como para que, cuando estoy tendido en la litera, le vea ir y venir por su camarote. Sin el menor propósito de espiarle, observo que está continuamente inclinado sobre algo que da la impresión de una carta de navegación, haciendo cálculos con el lápiz y los compases. Me ha llamado la atención el interés que demuestra por los temas relacionados con la navegación, pero me sorprende que se tome el trabajo de hacer el cálculo de la derrota de nuestra embarcación. Sin embargo, me parece una diversión bastante inocente, y estoy seguro de que compara los resultados que obtiene con los del capitán.
No querría pensar tanto en ese hombre. La noche del 20 tuve una pesadilla, y en ella creí que mi litera se había convertido en un féretro, que me habían metido en él y que Goring trataba de clavar la tapa del mismo, en tanto que yo forcejeaba por levantarla. Ni siquiera cuando me desperté acabé de convencerme de que no estaba metido en un féretro. Yo, como médico que soy, sé que toda pesadilla no es otra cosa que un desarreglo vascular de los hemisferios del cerebro; pero dado el estado de debilidad en que me encuentro no consigo sacudir la mórbida impresión que me producen.
Arthur Conan Doyle, El capitán del Polestar, Madrid, colección Valdemar, 1998, páginas 99 y 100. Seleccionado por Andrea González García. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.
Amores, Ovidio
Libro II Amores 6
Ovidio dedica esta pieza de sus Amores a la muerte del papagayo de Corina,siguiendo en intencionada variación a Catulo, que había llorado en endecasílabos falecios al gorrón muerto de su amada Lesbia. El poema es, pues, elegíaco en su más primitiva acepción, al igual que el estricto con ocasión de la muerte de Tibulo (III 9). Pero aquí es obvio el tono paródico. Comprende una exhortación al duelo dirigida a las aves, un elogio del pájaro muerto, una visión de su acogida en el Elisio, y finalmente, noticia de su epitafio.
El papagayo, ave imitadora de la voz procedente de la tierra oriental de los indios, ha muerto: aves, venid en bandada a sus exequias. Venid, aves piadosas, golpeaos el pecho con las alas y arañaos las tiernas mejillas con lasuñas córneas; en lugar de los tristes cabellos, arrancaos las erizadas plumas y escúchense vuestros trinos en vez de la larga trompeta.
En cuanto al crimen que lamentas, Filomela, del tirano del Ísmaro, ese lamento se ha completado ya a lo largo de los años que has vivido. Quéjate ahora por la muerte desgraciada de este pájaro exótico: gran motivo de dolor de Itis, pero ya antiguo.
Ovidio, Amores, Madrid, Edit.Gredos, col. Biblioteca Básica Gredos, páginas 59, 60.
Seleccionado por Lucía Pintor del Mazo. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015
Canción de Navidad, Charles Dickens
Segunda estrofa:
El primero de los tres espíritus
Cuando Scrooge despertó, había tal oscuridad que, al mirar desde la cama, apenas pudo distinguir la transparente ventana de los opacos muros de su dormitorio. Estaba esforzándose en traspasar las tinieblas con sus ojos de hurón cuando el repique de las campanas de una iglesia vecina dio los cuatro cuartos. Así que estuvo atento a que sonase la hora.
Para su mayor sorpresa, las campanadas graves pasaron de las seis a las siete, y de las siete a las ocho, y así, regularmente, hasta las doce; y entonces se detuvieron. ¡Las doce! Eran más de las doce cuando él se había ido a la cama. El reloj estaba equivocado. Algún carámbano de hielo debía de haber caído dentro de la maquinaria. ¡Las doce!
Tocó el resorte de su reloj de repetición, para poner en hora tan absurdo objeto. Sus rápidas y suaves pulsaciones dieron las doce; y luego se detuvo.
''¡Cómo! No es posible -se dijo Scrooge- que haya estado durmiendo un día entero hasta bien entrada la noche. ¡No es posible que algo le haya sucedido al sol y que ahora sean las doce del mediodía!''
Charles Dickens, Canción de Navidad, Madrid, ed. Alianza Editorial, col. Biblioteca juvenil, 2001, página 40. Seleccionado por Alain Presentación Muñoz. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.
Jules Verne, Viaje al centro de la Tierra
1
El 24 de mayo de 1863, un domingo, mi tío, el profesor Lidenbock, regresó precipitadamente a su pequeña casa, situada en el número 19 de la Königstrasse, una de las más antiguas calles del barrio viejo de Hamburgo.
La buena Marta debió creer que se había atrasado mucho, ya que la comida apenas había empezado a hervir en el fogón.
¡Vaya! - me dije-, como vengacon hambre mi tío, que es el hombre más impaciente del mundo, la va a armar.
¡El señor Lidenbrock ya aquí! -exclamó, estupefacta, la buena Marta, al tiempo que entreabría la puerta del comedor.
-Sí, Marta. Pero es natural que la comida no esté hecha todavía. Aún no son las dos. Apenas si acaba de sonar la media en San Miguel.
-Entonces, ¿por qué está ya de vuelta el señor Lidenbrock?
-Supongo que él nos lo dirá.
- ¡Ahí está! Yo me voy, señor Axel. Hágale entrar en razón.
Marta volvió a su laboratorio culinario y medejó solo. Hacer entrar en razón al mas irascible de los profesores era algo por encima de las fuerzas de un carácter ta irresoluto como el mío. Así, pues, me suponía, prudentemente, a volver arriba, a mi cuarto, cuando se oyó chirriar la puerta de la calle sobre sus goznes. La escalera de madera crujió bajo las fuertes oisadas del dueño de la casa, quien, tras atravesar el comedor, se precipitó hacia su gabinete de trabajo.
Pero ya, al paso, había arrojado a un rincón su bastón lanzado sobre la mesa su sombrero y dicho, con voz estentórea, a su sobrino:
- Axel, sígueme.
Jules Verne, Viaje al centro de la Tierra, Madrid, Alianza, 1998, páginas 23 y 24. Seleccionado por Guillermo Arjona Fernández. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.
EL FANTASMA DE CANTERVILLE, Oscar Wilde
VII
Cuatro días después de estos curiosus sucesos, a eso de las once de la noche, salía un fúnebre cortejo de Canterville-House.
El carro iba arrastrado por ocho caballos negros, cada uno de los cuales llevaba adornada la cabeza con un gran penacho de plumas de avestruz, que se balanceaban.
La caja, de plomo, iba cubierta con un rico paño de púrpura, sobre el cual estaban bordadas en oro las armas de los Canterville.
A cada lado del carro y de los coches marchaban los criados llevando antorchas encendidas.
Toda aquella comitiva tenía un aspecto grandioso e impresionante.
Lord Canterville presidía el duelo; había venido del país de Gales expresamente para asistir al entierro, y ocupaba el primer coche, con la pequeña Virginia.
Después iban el ministro de los Estados Unidos y su esposa, y detrás Washington y los dos muchachos.
En el último coche iba mistress Umney. Todo el mundo convino en que, después de haber sido atemorizada por el fantasma, por espacio de más de cincuenta años, tenía realmente derecgo de verle desaparecer para siempre.
Cavaron una profunda fosa en un rincón del cementerio, precisamente bajo el tejo centenario, y dijo las últimas oraciones, del modo más patético, el reverendo Augusto Dampier.
Una vez terminada aquella ceremonia, los criados, siguiendo una antigua costumbre establecida en la familia Canterville, apagaron sus antorchas.
Cuatro días después de estos curiosus sucesos, a eso de las once de la noche, salía un fúnebre cortejo de Canterville-House.
El carro iba arrastrado por ocho caballos negros, cada uno de los cuales llevaba adornada la cabeza con un gran penacho de plumas de avestruz, que se balanceaban.
La caja, de plomo, iba cubierta con un rico paño de púrpura, sobre el cual estaban bordadas en oro las armas de los Canterville.
A cada lado del carro y de los coches marchaban los criados llevando antorchas encendidas.
Toda aquella comitiva tenía un aspecto grandioso e impresionante.
Lord Canterville presidía el duelo; había venido del país de Gales expresamente para asistir al entierro, y ocupaba el primer coche, con la pequeña Virginia.
Después iban el ministro de los Estados Unidos y su esposa, y detrás Washington y los dos muchachos.
En el último coche iba mistress Umney. Todo el mundo convino en que, después de haber sido atemorizada por el fantasma, por espacio de más de cincuenta años, tenía realmente derecgo de verle desaparecer para siempre.
Cavaron una profunda fosa en un rincón del cementerio, precisamente bajo el tejo centenario, y dijo las últimas oraciones, del modo más patético, el reverendo Augusto Dampier.
Una vez terminada aquella ceremonia, los criados, siguiendo una antigua costumbre establecida en la familia Canterville, apagaron sus antorchas.
Oscar Wilde, El fantasma de Canterville y otros cuentos, Madrid, ed. Alianza, col. El libro de Bolsillo, 1988, página 41
Seleccionado por Pablo del Castillo Baquerizo. Segundo de Bachillerato. Curso 2014-2015.
Seleccionado por Pablo del Castillo Baquerizo. Segundo de Bachillerato. Curso 2014-2015.
lunes, 17 de noviembre de 2014
Tragedias, Agamenón, Esquilo
Agamenón
Por esto debemos pagar a los dioses una gratitud que nunca se olvide, puesto que hicimos que nos pagaran el desprecio rapto de Helena, y, por una mujer, el monstruo argivo -la cría del caballo, la tropa portadora de escudos -, que dio un salto enorme al ponerse las Pléyades, redujo a polvo una ciudad. L uego de haber saltado más allá de la torre un león carnicero, fue lamiendo la regia sangre hasta saciarse.
En honor de los diosas alargué este preludio.
En cuanto a tus sentimientos , tal cual los oigo en mi memoria los tengo anotados. Te digo lo mismo: tienes en mí un defensor.
A pocos hombres les es connatural el rendir honores sin sentir envidia al amigo que tienes suerte. Un veneno malévolo que se la agarra al corazón dobla el color del que ya tiene esa enfermedad. Se mortifica personalmente con sus propios padecimientos y gime al ver la dicha ajena. Como lo sé, lo puedo decir, pues conozco muy bien el espejismo del trato amistoso. Una imagen de sombra eran realmente quienes parecían serme leales
A pocos hombres les es connatural el rendir honores sin sentir envidia al amigo que tienes suerte. Un veneno malévolo que se la agarra al corazón dobla el color del que ya tiene esa enfermedad. Se mortifica personalmente con sus propios padecimientos y gime al ver la dicha ajena. Como lo sé, lo puedo decir, pues conozco muy bien el espejismo del trato amistoso. Una imagen de sombra eran realmente quienes parecían serme leales
Esquilo, Tragedias, Agamenón, Barcelona, Biblioteca básica Gredos, 2000, página 137.
Seleccionado por Pablo Galindo Cano. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015
La llamada de lo salvaje, Jack London
Capítulo I:
HACIA LO PRIMITIVO
Cuando hombres llevaron cautelosamente el cajón a un pequeño patio de altas tapias. Un hombre corpulento, con un suéter rojo muy escotado, salió y firmó el recibo de entrega al conductor. Ése era el hombre, presintió Buck, el próximo verdugo, y se lanzó fieramente contra los barrotes. El hombre sonrió torvamente, y fue a por un hacha y un barrote.
-¿No irás a soltarlo ahora?- le preguntó el conductor.
-Claro que sí- contestó el hombre, y comenzó a abrir el cajón con el hacha.
Inmediatamente, los cuatro hombres que lo habían traído pusieron pies en polvorosa, se encaramaron a lo largo de la tapia y se dispusieron a contemplar el espectáculo.
Buck se arrojó sobre las maderas astilladas, hincándoles los dientes, zarandeándolas y luchando contra ellas. Allá donde el hacha golpeaba, atacaba él, rugiendo y gruñendo, tan rabiosamente ansioso por salir del cajón como el hombre del suéter rojo estaba decidido a sacarlo de allí sin alterarse.
-¡Vamos, demonio de ojos rojos!- dijo cuando el boquete era lo suficientemente grande como para que pasara el cuerpo de Buck. Al mismo tiempo soltó el hacha y se pasó el garrote a la mano derecha.
Buck era un verdadero demonio de ojos rojos cuando se dispuso a saltar, con el pelo erizado, la boca echando espuma y un brillo demente en los ojos inyectados de sangre. Se lanzó directo contra el hombre con sus sesenta y tres kilos de furia, acrecentada por la cólera acumulada durante los dos días y las dos noches de encierro. Ya en el aire, cuando sus mandíbulas se disponían a cerrarse sobre el hombre, recibió un golpe que lo detuvo en seco y que le ensambló las mandíbulas en una dentellada de dolor. Giró en el aire y cayó al suelo sobre su lomo y uno de sus costados.Como nunca en su vida le habían pegado con un garrote, no entendía lo que estaba pasando. Con un gruñido que era más un grito que un ladrido, se incorporó de nuevo y se lanzó al aire. Y una vez más se encontró con un golpe que lo dejó aplastado contra el suelo. Esta vez se dio cuenta de que era el garrote, pero su locura le impedía ser prudente. Atacó una docena de veces, y otras tantas el garrote desbarató su ataque y lo derribó.
Tras un golpe particularmente violento, se arrastró hacia los pies del hombre, completamente aturdido como para atacar. Se tambaleaba sin fuerzas, le manaba sangre de la nariz, la boca y los oídos, y su bonito pelaje estaba salpicado y recubierto de babas sanguinolentas.
Tras un golpe particularmente violento, se arrastró hacia los pies del hombre, completamente aturdido como para atacar. Se tambaleaba sin fuerzas, le manaba sangre de la nariz, la boca y los oídos, y su bonito pelaje estaba salpicado y recubierto de babas sanguinolentas.
Jack London, la llamada de lo salvaje, Barcelona, Editorial VICENS VIVES, S.A., 1996, páginas 14,15,16 y 17. Seleccionado por Andrea González García. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.
lunes, 10 de noviembre de 2014
Virgilio, Geórgicas
Libro IV
Prosiguiendo cantaré el don divino de la miel, que baja de los cielos: y dije tu mirada, oh Mecenas, también hacia esta parte. Voy a referir el espectáculo de pequeñas cosas que causarán tu admiración, magnánimos caudillos y, siguiendo su orden, las costumbres, aficiones, pueblos y combates de toda una nación. Mezquino el argumento de mi empresa pero no será mezquina la gloria, si al poeta las divinidades desfavorables no le impiden y si Apolo invocado le es propicio.
Primeramente hay que elegir para la abejas una morada y lugar fijo, donde ni los vientos tengan entrada (pues los vientos les impiden llevar a sus casas el pasto), ni las ovejas ni los cabritos retozones trisquen entre las flores, o la ternera errante que le campo sacuda al rocío y tronche la hierba cuando crece.
Lejos también de las colmenas bien abastecidas los lagartos pintados en su escamosa espalda, los abejarucos y otras aves, y Procne, que trae el pecho señalado con sus sangrientas manos, por que le desvastan todo por doquier y a las mismas abejas las atrapan al vuelo con el pico, comida dulce para sus crueles nidos. Pero que haya cristalinas fuentes y estanque que verdezcan con el musgo, y un arroyuelo que se deslice suavemente entre la hieba, y una palmera, o un acebuche corpulento, que den sombra al vestíbulo.
Virgilio, Geórgicas, Madrid, Edit.Gredos, col.Biblioteca Báscia Gredos, 2000, páginas 161, 162.
Seleccionado por Lucía Pintor del Mazo. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.
Amores, Ovidio
Ningún amor vale tanto (¡aléjate, Cupido, y llévate tu aljaba!) como para que yo sienta una y otra vez deseos tan intensos de morir. Pues morir es mi deseo cuando pienso en tu delito, mujer nacida, ¡ay!, para mi eterna desgracia. Ni un mensaje sorprendido me revela tus actos, ni unos regalos dados furtivamente te acusan. ¡Ojalá mis argumentos fueran tales, que no pudiera vencer!; desgraciado de mi, ¿por que mi razones son tan buenas? Feliz aquel que se atreve a defender tercamente aquello que ama, aquél a quien su amiga puede decir "no lo hice". Es de hierro y concede demasiada importancia a su dolor aquel que pretende una victoria sangrienta, tras haber dejado a su amada convicta de culpa.
Yo mismo vi, desgraciado, vuestra traición, estando, sobrio aun con el vino junto a mí, cuando creías que estaba dormido; os vi diciéndoos muchas palabras con movimiento de cejas; en vuestros movimientos de cabeza había buena parte de voz. No se callaron tus ojos ni la mesa escrita con vino, y también en tus dedos hubo letras. Me di cuenta, aunque no lo pareciera, de la conversación que manteníais y de las palabras de las que habíais acordado dar un cierto significado. Y ya muchos convidados se habían retirado de la mesa; ambos amantes estaban el uno junto al otro: entonces los vi intercambiar lascivos besos (era evidente para mí que habían juntado sus lenguas) como una hermana no se los da a su severo hermano, sino como una tierna amante se los da a su apasionado amigo; como no es creíble que Diana se los diera a Febo, sino como Venus muchas veces se los dio a su querido Marte.
"¿Qué estás haciendo? -exclamó- ¿adónde te llevas ahora goces que son míos? Mis manos caerán sobre aquello que por derecho les pertenece, Esto lo tienes que hacer conmigo y yo contigo en común: ¿por qué un tercero viene a tomar parte de nuestros bienes?" Eso dije y todo lo que el dolor dictó a mi lengua; a ella un vergonzoso rubor le subió al rostro culpable; un rubor como aquél con que colorea el cielo la esposa de Titono, o como el de una joven cuando la mira su reciente prometido; como resplandecen las rosas entre sus amigos los lirios, o como el marfil asirio que, para evitar que se ponga amarillo con el transcurso del tiempo, lo tiñe la mujer de Meonia. Ése era el color que ellos tenían o muy parecido a alguna de las cosas que he dicho, y ella en ninguna otra ocasión estuvo más hermosa. Miraba al suelo, y mirar al suelo le sentaba bien; había tristeza en su expresión, y ese tristeza le sentaba bien. Tal y como estaban sus cabellos (y estaban bien peinados), me dieron ganas de arrancárselos, y de lanzarme contra sus delicadas mejillas. Mas cuando vi su rostro, cayeron mis brazos vigorosos: mi amada se defendió con sus armas. Yo, que poco antes me había mostrado cruel, le pedía suplicante y tomando la iniciativa que no por eso me diera besos menos sentidos. Sonrío ella y de todo corazón me los dio lo mejor que pudo, besos tales que podrían quitar a Júpiter encolerizado su arma de tres puntas.
Pero, infeliz de mí, me atormenta el pensar que tal vez el otro los haya recibido tan buenos, y quisiera que no hubieran sido de igual calidad. Además los que ella me dio eran mucho mejores que los que yo le había enseñado, y me pareció que añadía algo recientemente aprendido. Es una desgracia que me hayan resultado más dulces que de costumbre, que su lengua haya entrado por entero entre mis labios y la mía entre los suyos. Y a pesar de todo no me aflije sólo esto: no me quejo únicamente de besos apretados, aunque también me quejo de estos besos apretados: tales no se han podido aprender en ningún otro sitio sino en la cama; no sé qué maestro ha conseguido la gran recompensa.
Ovidio, Amores, Libro II, Capítulo 5, Madrid, Editorial Gredos, Colección Biblioteca Básica Gredos, 2001, págs 56-57, Seleccionado por Rosa María Perianes Calle, Segundo de Bachillerato, Curso 2014-2015
Yo mismo vi, desgraciado, vuestra traición, estando, sobrio aun con el vino junto a mí, cuando creías que estaba dormido; os vi diciéndoos muchas palabras con movimiento de cejas; en vuestros movimientos de cabeza había buena parte de voz. No se callaron tus ojos ni la mesa escrita con vino, y también en tus dedos hubo letras. Me di cuenta, aunque no lo pareciera, de la conversación que manteníais y de las palabras de las que habíais acordado dar un cierto significado. Y ya muchos convidados se habían retirado de la mesa; ambos amantes estaban el uno junto al otro: entonces los vi intercambiar lascivos besos (era evidente para mí que habían juntado sus lenguas) como una hermana no se los da a su severo hermano, sino como una tierna amante se los da a su apasionado amigo; como no es creíble que Diana se los diera a Febo, sino como Venus muchas veces se los dio a su querido Marte.
"¿Qué estás haciendo? -exclamó- ¿adónde te llevas ahora goces que son míos? Mis manos caerán sobre aquello que por derecho les pertenece, Esto lo tienes que hacer conmigo y yo contigo en común: ¿por qué un tercero viene a tomar parte de nuestros bienes?" Eso dije y todo lo que el dolor dictó a mi lengua; a ella un vergonzoso rubor le subió al rostro culpable; un rubor como aquél con que colorea el cielo la esposa de Titono, o como el de una joven cuando la mira su reciente prometido; como resplandecen las rosas entre sus amigos los lirios, o como el marfil asirio que, para evitar que se ponga amarillo con el transcurso del tiempo, lo tiñe la mujer de Meonia. Ése era el color que ellos tenían o muy parecido a alguna de las cosas que he dicho, y ella en ninguna otra ocasión estuvo más hermosa. Miraba al suelo, y mirar al suelo le sentaba bien; había tristeza en su expresión, y ese tristeza le sentaba bien. Tal y como estaban sus cabellos (y estaban bien peinados), me dieron ganas de arrancárselos, y de lanzarme contra sus delicadas mejillas. Mas cuando vi su rostro, cayeron mis brazos vigorosos: mi amada se defendió con sus armas. Yo, que poco antes me había mostrado cruel, le pedía suplicante y tomando la iniciativa que no por eso me diera besos menos sentidos. Sonrío ella y de todo corazón me los dio lo mejor que pudo, besos tales que podrían quitar a Júpiter encolerizado su arma de tres puntas.
Pero, infeliz de mí, me atormenta el pensar que tal vez el otro los haya recibido tan buenos, y quisiera que no hubieran sido de igual calidad. Además los que ella me dio eran mucho mejores que los que yo le había enseñado, y me pareció que añadía algo recientemente aprendido. Es una desgracia que me hayan resultado más dulces que de costumbre, que su lengua haya entrado por entero entre mis labios y la mía entre los suyos. Y a pesar de todo no me aflije sólo esto: no me quejo únicamente de besos apretados, aunque también me quejo de estos besos apretados: tales no se han podido aprender en ningún otro sitio sino en la cama; no sé qué maestro ha conseguido la gran recompensa.
Ovidio, Amores, Libro II, Capítulo 5, Madrid, Editorial Gredos, Colección Biblioteca Básica Gredos, 2001, págs 56-57, Seleccionado por Rosa María Perianes Calle, Segundo de Bachillerato, Curso 2014-2015
El sueño de una noche de verano, William Shakespeare
ACTO PRIMERO
ESCENA PRIMERA
Entra TESEO, HIPÓLITA, FILÓSTRATO y acompañamiento
TESEO.- No está lejos, hermosa Hipólita, la hora de nuestras nupcias, y dentro de cuatro felices días principiará la luna nueva; pero, ¡ah!, ¡con cuánta lentitud se desvanece la anterior! Provoca mi impaciencia como una suegra o una tía que no acaba de morirse nunca y va consumiendo las rentas del heredero.
HIPÓLITA.- Pronto declinarán cuatro días en cuatro noches, y cuatro noches harán pasar rápidamente en sueños el tiempo; y entonces la luna, que parece en el cielo un arco encorvado, verá la noche de nuestras solemnidades.
TESEO.- Ve, Filóstrato, a poner en movimiento la juventud ateniense y prepararla a las diversiones: despierta el espíritu vivaz y oportuno de la alegría, y quede la tristeza relegada a los funerales. Esa pálida compañera no conviene a nuestras fiestas. (Sale Filóstrato.) Hipólita, gané tu corazón con mi espada, causándote sufrimientos; pero me desposaré contigo de otra manera; en la pompa, el triunfo y los placeres.
William Shakespeare, El sueño de una noche de verano, Madrid, ed. Edaf, 1997, páginas 45 y 46.
Seleccionado por Laura Tomé Pantrigo. Segundo de Bachillerato. Curso 2014-2015.
HIPÓLITA.- Pronto declinarán cuatro días en cuatro noches, y cuatro noches harán pasar rápidamente en sueños el tiempo; y entonces la luna, que parece en el cielo un arco encorvado, verá la noche de nuestras solemnidades.
TESEO.- Ve, Filóstrato, a poner en movimiento la juventud ateniense y prepararla a las diversiones: despierta el espíritu vivaz y oportuno de la alegría, y quede la tristeza relegada a los funerales. Esa pálida compañera no conviene a nuestras fiestas. (Sale Filóstrato.) Hipólita, gané tu corazón con mi espada, causándote sufrimientos; pero me desposaré contigo de otra manera; en la pompa, el triunfo y los placeres.
William Shakespeare, El sueño de una noche de verano, Madrid, ed. Edaf, 1997, páginas 45 y 46.
Seleccionado por Laura Tomé Pantrigo. Segundo de Bachillerato. Curso 2014-2015.
Arthur Conan Doyle, El capitán del Polestar
EL COFRE PINTADO A FRANJAS
- ¿Qué saca usted en consecuencia de esa embarcación, Allarddyce? - le pregunte.
El segundo oficial estaba a mi lado en la popa, con sus piernas cortas, gruesas y abiertas en el ancho compás, porque el ventarrón había dejado tras sí una considerable marejada y las dos lanchas de cuarta casi tocaban la superficie de las aguas a cada balanceo de la embarcación. Asentó sus gemelos en los obenques de mesana y miró largo rato fijamente al barco desconocido y lamentable, mientras lo levantaba la cresta de una ola y permanecía en alto durante algunos segundos antes de hundirse por el lado contrario de aquélla. Estaba tan hundido en el agua que solo pude vislumbrar en algunas ocasiones la línea verdosa de las amuradas.
Era un bergantín, pero su palo mayo había sido arrancado de cuajo a unos diez pies por encima de la cubierta y no parecía que hubiese hecho para cortar y desembarcarse de aquella ruina que flotaba con sus velas y vergas, igual que el ala rota de una gaviota herida junto al costado de la embarcación. El palo de trinquete seguía en pie, pero la vela cangreja flotaba en libertad, y las delanteras ondeaban como largos gallardetes blanco. Jamás he visto embarcación más maltratada que aquélla.
Arthur Conan Doyle, El capitán del Polestar, Madrid, Valdemar, 1998, página 47. Seleccionado por Guillermo Arjona Fernández. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.
Moby Dick, Herman Melville
Capítulo V
Desayuno
Yo le seguí rápidamente, y, bajando al bar, me acerqué muy contento al sonriente patrón. No le guardaba rencor, aunque él se había burlado de mí no poco en el asunto de mi compañero de cama.
Sin embargo, una buena risa es una cosa excelente, y una cosa buena que anda más bien demasiado escasa: lo cual es una lástima. Así que si cualquiera, en su propia persona, concede materia para una buena broma a cualquiera, que no se eche atrás, sino empléese y déjese emplear de ese modo. Y si un hombre lleva en sí algo abundantemente risible, estad seguros de que hay más en ese hombre de lo que quizá imagináis.
El bar estaba ahora lleno de los huéspedes que se habían dejado caer por allí la noche anterior, y a quienes yo no había mirado todavía bastante. Casi todos eran balleneros: primeros, segundos y terceros oficiales, carpinteros, toneleros y herreros de marina, arponeros y guardianes; una gente tostada y musculosa, de barbas boscosas; un grupo hirsuto y rudo, todos con sus chaquetones a modo de batines mañaneros.
Herman Melville, Moby Dick. Barcelona. Ed. Planeta. Páginas 54 y 55.
Seleccionado por Alain Presentación Muñoz. Segundo de Bachillerato. Curso 2014-2015.
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Moby Dick
Milan Kundera, La broma
Sexta parte
1
HACE YA MUCHOS AÑOS que no nos veíamos y en realidad nos hemos vistos en la vida sólo unas cuantas veces. Es extraño, porque en mi imaginación me encuentro con Ludvik Jahn muy a menudo y me dirijo a él, cuando hablo solo, como a mi principal antagonista. Ya me acostumbré tanto a su presencia y material que me quedé confundido ayer cuando me lo encontré, después de muchos años, como hombre real de carne y hueso.
Le he llamado a Ludvik mi antagonista. ¿Tengo derecho a llamarle así? Casualmente me he tapado con él siempre que me encontraba en una situación sin salida y él siempre me ayudó. Pero por debajo de esta unión externa estuvo siempre la profundidad del desacuerdo interior. No se si Ludvik se dio cuenta de eso en la misma medida que yo. En todo caso le daba mas importancia a nuestra unión externa que a nuestra interna diferenciación. Era irreconocible con los adversarios exteriores y tolerantes con las diferencias interiores. Yo no. Yo precisamente al contrario. Con esto no quiero decir que no quiera a Ludvik. Lo amo como amamos a nuestros antagonistas.
Milan Kundera, La broma. Barcelona. Editorial, Seix Barral S.A., página 227. 1987
Seleccionado por Pablo Galindo Cano. Segundo de bachillerato, curso 2014-2015.
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El libro de la selva, Rudyar Kipling
RIKKI-TIKKI-TAVI
Cuando en el agujero entró
Ojos Rojos le dijo a Piel Arrugada,
Escucha lo que habló:
¡Ven, Nag, con la muerte a bailar!
Ojo con ojo, cabeza con cabeza,
(Mantén el ritmo, Nag.)
Esto no terminará hasta que uno muera;
(A tu salud, Nag.)
Vuelta a vuelta y giro a giro:
(Corre a esconderte, Nag.)
¡Ay! ¡La muerte encapuchada el golpe ha errado!
(Mala suerte la tuya, Nag.)*
Ésta es la historia de la gran guerra que libró a solas Rikki-tikki-tavi por entre las salas de baño del amplio bungalow del acantonamiento de Segowlee. Lo ayudó Darzee, el pájaro sastre, y Chuchundra, el ratón almizclero, que no llega nunca ni hasta el centro de la habitación, sino que se arrastra siempre junto a la pared, le dio consejo; pero la verdadera batalla la libró Rikki-tikki.
Rikki-tikki era una mangosta macho, por su pelaje y la cola bastante parecido a un gatito, pero más semejante a una comadreja por la cabeza y las costumbres. Tenía sonrosados los ojos y el extremo de su inquieto hocico; podía rascarse donde le placía, con cualquier pata, delantera o trasera; la que prefiera utilizar; sabía enderezar la cola hasta que parecía un callistémono*, y su grito de guerra cuando se lanzaba cruzando la alta hierba era: Rikki-tikki-tikki-tikki-tchk.
Rudyar Kipling, El libro de la selva, Madrid, Editorial Akal, S.A., páginas 185, 186, 2003. Seleccionado por Andrea González García. Segundo de bachillerato, curso 2014-2015.
(A tu salud, Nag.)
Vuelta a vuelta y giro a giro:
(Corre a esconderte, Nag.)
¡Ay! ¡La muerte encapuchada el golpe ha errado!
(Mala suerte la tuya, Nag.)*
Ésta es la historia de la gran guerra que libró a solas Rikki-tikki-tavi por entre las salas de baño del amplio bungalow del acantonamiento de Segowlee. Lo ayudó Darzee, el pájaro sastre, y Chuchundra, el ratón almizclero, que no llega nunca ni hasta el centro de la habitación, sino que se arrastra siempre junto a la pared, le dio consejo; pero la verdadera batalla la libró Rikki-tikki.
Rikki-tikki era una mangosta macho, por su pelaje y la cola bastante parecido a un gatito, pero más semejante a una comadreja por la cabeza y las costumbres. Tenía sonrosados los ojos y el extremo de su inquieto hocico; podía rascarse donde le placía, con cualquier pata, delantera o trasera; la que prefiera utilizar; sabía enderezar la cola hasta que parecía un callistémono*, y su grito de guerra cuando se lanzaba cruzando la alta hierba era: Rikki-tikki-tikki-tikki-tchk.
Rudyar Kipling, El libro de la selva, Madrid, Editorial Akal, S.A., páginas 185, 186, 2003. Seleccionado por Andrea González García. Segundo de bachillerato, curso 2014-2015.
lunes, 3 de noviembre de 2014
Odisea, Homero
CANTO V La cueva de Calipso
De su lecho , dejando a Titón el glorioso, la Aurora levantóse a ofrecerles el día a los dioses y hombres; y los dioses en junta reuniéronse, y lo presidía Zeus el altitonante, el que tiene poder soberano. De Odiseo contaba Atenea las penas, muy triste al pensar siempre que en su mansión lo tenía la Ninfa.
- Padre Zeus, y vosotros los dioses felices y eternos, que ningún rey que empuñe su cetro se muestre suave, ni benigno ni blando, ni piense en las cosas más justas, ya que nadie a Odiseo divino recuerda entre aquellos ciudadanos a quienes regía como un tierno padre. Hállase en una isla sufriendo terribles trabajos con la ninfa Calipso, en su casa, que allí lo retiene a la fuerza, y no puede volver a su tierra paterna, pues carece de naves remeras y de hombres que puedan conducirlo a través de la espalda anchurosa del ponto. Y ahora quieren matar a su hijo amadísimo, cuando a su casa regrese; queriendo saber de su padre se fue a Lacedemonia divina y a Pilos la sacra.
Y repúsole Zeus, el que nubes reúne, diciendo:
-¿Qué palabras, oh hija, se van del vallar de tus dientes?¿Es que acaso no has sido tú misma quien ha decretado que a su patria, a vengarse de aquéllos, volviera Odiseo?Con respecto a Telémaco, debe guiarlo discreta, ya que puedes hacerlo, y que llegue sin daño a su patria, y que los pretendientes que van en su nave regresen.
Homero, Odisea, Barcelona, RBA, col.Historia de la literatura, 2000, páginas 75 y 76.
Seleccionado por Lucía Pintor del Mazo. Segundo de bachillerato.Curso 2014-2015
Viaje al centro de la Tierra, Jules Verne
Salí, de noche, a dar un breve paseo por la orilla del mar. Regresé pronto, me acosté en un lecho de grandes tablas y me dormí profundamente.
Cuando me desperté, oí a mi tío hablar ininterrumpidamente en la sala contigua. Me levanté en seguida y me apresuré a unirme a él.
Estaba hablando en danés con un hombre de elevada estatura y de constitución muy vigorosa. Debía tener una fuerza poco común. Sus ojos, alojados en un rostro muy grande y de ingenua expresión, me parecieron muy inteligentes. Eran de un intenso color azul. Su larga cabellera, que hasta en Inglaterra hubiera pasado por rojiza, caía sobre sus atléticos hombros. Era un indígena de movimientos elásticos, pero movía muy poco sus brazos, como si ignorara o desdeñara el lenguaje de los gestos. Todo en él revelaba un temperamento de una calma perfecta, no indolente sino tranquilo. Daba la impresión de ser un hombre que no pedía nada a nadie, que trabajaba a su conveniencia y que, en este mundo, su filosofía le hacía impermeable a la sorpresa y a la turbación.
Jules Verne, Viaje al centro de la Tierra, Madrid, ed. Alianza, col. El libro de Bolsillo, 1998, páginas 93 y 94.
Seleccionado por Laura Tomé Pantrigo. Segundo de Bachillerato. Curso 2014-2015.
Seleccionado por Laura Tomé Pantrigo. Segundo de Bachillerato. Curso 2014-2015.
Ilíada, Homero
CANTO VIII
(Se prohíbe la intervención de los dioses)
Con su velo azafrán se extendió por la tierra la Aurora cuando Zeus que en el rayo se goza reunió a las deleidades en el ágora, sobre la cumbre mayor del Olimpo.
Y así habló mientras ellas oían atentas sus voces:
-Escuchadme ahora todos, ¡oh dioses y diosas felices!,
y os diré lo que mi corazón en el pecho me dicta.
Que ningún dios ya sea varón, ya sea hembra, se atreva
a impedir de una forma o de otra las órdenes mías,
antes bien atacadlas de modo que al punto se cumplan.
A quien, sin que lo ordene, yo vea alejarse de todos,
y ayudar a los teucros o bien socorrer a los dánaos
volverá golpeado de forma afrentosa al Olimpo,
o bien lo agarraré y lanzaré al oscurísimo Tártaro,
lejos, en lo más hondo del báratro, bajo la tierra,
con sus puertas de bronce y sus grandes portones de hierro,
y tan hondo en el Hades cual sobre la tierra, está el cielo,
y sabrá entonces que mi poder aventaja al de todos.
(Se prohíbe la intervención de los dioses)
Con su velo azafrán se extendió por la tierra la Aurora cuando Zeus que en el rayo se goza reunió a las deleidades en el ágora, sobre la cumbre mayor del Olimpo.
Y así habló mientras ellas oían atentas sus voces:
-Escuchadme ahora todos, ¡oh dioses y diosas felices!,
y os diré lo que mi corazón en el pecho me dicta.
Que ningún dios ya sea varón, ya sea hembra, se atreva
a impedir de una forma o de otra las órdenes mías,
antes bien atacadlas de modo que al punto se cumplan.
A quien, sin que lo ordene, yo vea alejarse de todos,
y ayudar a los teucros o bien socorrer a los dánaos
volverá golpeado de forma afrentosa al Olimpo,
o bien lo agarraré y lanzaré al oscurísimo Tártaro,
lejos, en lo más hondo del báratro, bajo la tierra,
con sus puertas de bronce y sus grandes portones de hierro,
y tan hondo en el Hades cual sobre la tierra, está el cielo,
y sabrá entonces que mi poder aventaja al de todos.
Homero, Ilíada, Barcelona, Editorial, Planeta, página 149, 1980.
Seleccionado por Pablo del Castillo Baquerizo. Segundo de bachillerato, curso 2014-2015
FRANKENSTEIN, Mery Shelley
Soy ginebrino de nacimiento, y mi familia es una de las más distinguidas de esta república. Mis antepasados fueron durante muchos años consejeros y síndicos, y mi padre ocupó diversos cargos públicos con honor y reputación. Fue respetado por todos los que le conocieron por su integridad e infatigable atención a los asuntos públicos. Pasó su juventud dedicado por completo a los asuntos de su país; diversas circunstancias le impidieron casarse a su debido tiempo, y no se convirtió en esposo y padre de familia hasta que no llegó el ocaso de su vida.
Dado que las circunstancias de su matrimonio son reveladoras de su personalidad, no puedo por menos de relatarlas. Uno de sus más íntimos amigos era un comerciante que, desde una posición floreciente, cayó en la miseria a causa de numerosos infortunios. Este hombre, que se llama Beaufort, era de carácter orgulloso e inflexible, y no podía soportar vivir en la pobreza y el olvido en el mismo lugar donde antes se había distinguido por su categoría y su riqueza. De modo que, una vez pagadas todas sus deudas, se retiró con su hija a la ciudad de Lucerna, donde vivía ignorado en la mayor indigencia. Mi padre quería a Beaufort entrañablemente, y su reclusión en tan infortunadas circunstancias le entristeció mucho.
Mary Shelley, Frankenstein. Barcelona, Vicens vives. Páginas 40, 2006.
Seleccionado por Nuria Muñoz Flores . Segundo de bachillerato, curso 2014/2015
Una pluma de cuervo blanco, Pepe Maestro
Aquella noche decidieron dormir al raso. Juan pensaba en Orácula, en sus palabras, en el viaje que estaba realizando con su abuelo, en las imágenes que había visto ese día.
Cuando despertaron, no había rastro de la casa de Orácula. En su lugar se alzaba un majestuosos rosal silvestre de flores blancas. Los pétalos, esparcidos por el viento suave de la mañana, se perdían en el bosque, alfombrando el camino a modo de invitación.
-Abuelo, ¿qué ha pasado con la casa?
-¿De qué casa me hablas? Presiento que has tenido una noche agitada. Será mejor que despiertes. El día nos está esperando.
-¡Venga ya, abuelo! Dime, ¿dónde está la casa?
-Debe de ser alguna hierba que se mezclara con la menta la que te ha debido de provocar esos sueños...
Pepe Maestro, Una pluma de cuervo blanco, Zaragoza, Ala delta, Página 37 y 38.
Seleccionado por Alain Presentación Muñoz. Segundo de Bachillerato. Curso 2014/2015.
Seleccionado por Alain Presentación Muñoz. Segundo de Bachillerato. Curso 2014/2015.
Mujercitas, Louisa May
Capítulo IV
-Desde luego, estos chiquillos han cogido el sarampión ene el mejor momento-exclamó Meg un día de abril mientras arreglaba su equipaje en la habitación, ayudada por sus hermanas.
-Y Annie Moffat ha sido muy contenta al no olvidar la promesa que te había hecho. Disfrutaría mucho con quince días de diversión -Comentó Jo, que parecía un ventilador al plegar las faldas con sus largos brazos.
-¡ Y con un tiempo tan espléndido! -añadió Beth, colocando cuidadosamente cintas y lazos en su mejor estuche, que había prestado a su hermana para aquella gran ocasión.
-A mí también me gustaría ir y lucir todo esto -replicó Amy con la boca llena de alfileres, que distribuía ordenadamente en el acerico de su hermana.
Louis May, Mujercitas, Torino (Italia), Everest, 2014, página 170.
Seleccionado por: Pablo Galindo Cano. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.
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Jane Eyre, Charlotte Brontë
CAPÍTULO 1
No fue posible salir a pasear aquel día. La verdad es que por la mañana habíamos estado deambulando entre los desnudos matorrales durante una hora; pero después del almuerzo(la señora Reed comía temprano cuando no tenía visita), un frío viento de invierno trajo consigo nubarrones tan negros y una lluvia tan fuerte, que quedó descartado cualquier otro ejercicio al aire libre.
Yo me alegré de no salir; nunca me gustaron las largas caminatas, y menos en tardes desapacibles: para mí era algo espantoso regresar a casa en la incipiente hora del crepúsculo, con los dedos de las manos y los pies agarrotado, en corazón entristecido por las reprimendas de Bessie, la niñera, y humillada por la conciencia de mi inferioridad física respecto a Eliza, John y Georgiana Reed.
Los tres, Eliza, John y Georgiana, se encontraban ahora en el salón agrupados en torno a su madre, la cual, reclina en un sofá junto a la chimenea, parecía completamente feliz rodeada de sus queridos hijos(que en aquellos momentos no se peleaban ni alborotaban). A mí me había dispensado de incorporarme al grupo, afirmado que lamentaba verse obligada a mantenermer a distancia hasta que Bessie le informara y ella pudiera comprobar que me esforzaba seriamente en adquirir modales más sociables y propios de mi edad
Charlotte Brontë, Jane Eyre, La Coruña, Everest, 2013, página 18. Seleccionado por Guillermo Arjona Fernández. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.
Tragedias, Ifigenia en Áulide, Eurípides
MENSAJERO. - ¡Oh hija de Tindáreo, Clitemestra, sal fuera de las casas, a fin de que oigas mi relato.
CLITEMESTRA. - A oír tu llamada he acudido aquí, temerosa, triste y abatida por el espanto de que hayas venido a traerme alguna otra desgracia además de la presente.
MENSAJERO. - Acerca de tu hija quiero anunciarte hechos asombrosos, y tremendos,
CLITEMESTRA. - ¡No te demores entonces, sino dilo a toda prisa!
MENSAJERO. - Entonces, querida señora, lo sabrás todo con claridad. Lo contaré desde un comienzo, a no ser que mi entendimiento me falle y confunda a mi lengua en mi relato.
Así que, una vez que llegamos al bosque y a las praderas cargadas de flores consagradas a Ártemis la hija de Zeus, donde era el lugar de reunión del campamento de los aqueos, conduciendo a tu hija, al punto se congregó la multitud de argivos. Y apenas el rey Agamenón vio avanzar a la muchacha a través del bosque sagrado hacia su sacrificio, comenzó a lanzar gemidos, mientras que, a la vez, desviando la cabeza, prorrumpía en lágrimas, extendiendo su manto hasta sus ojos. Pero ella se detuvo al lado de su progenitor y le dijo: "Padre, aquí estoy junto a ti, y mi cuerpo por mi patria y por toda Grecia entrego voluntariamente a los que me conducen al sacrificio en el altar de la diosa, ya que éste es el mandato del oráculo. ¡Y por lo que de mí depende, que seáis felices y consigáis la victoria para nuestras lanzas y el regreso a la tierra patria! Por eso, que ninguno de los argivos me toque, que ofreceré en silencio mi garganta con animoso corazón". Eso fue lo que dijo. Y todo el mundo, al oírla, admiró la magnanimidad y el valor de la muchacha virgen. Alzóse en medio Taltibio, a cuyo oficio esto concernía, y ordenó comportamiento respetuoso y silencio a la tropa. Y el adivino Calcante en el canastillo labrado de oro depositó el puñal afilado, que con su mano había desenvainado, en medio de los granos de cebada; y coronó la cabeza de la joven. Y el hijo de Peleo agarró el canastillo y el cántaro de agua ritual y roció el altar de la diosa en derredor, y dijo: "Hija de Zeus, tú que cazas animales salvajes, y que en la noche volteas la blanca luz astral, acepta esta víctima que te ofrecemos come regalo el ejército de los aqueos y el soberano Agamenón: la sangre pura de un cuello hermoso y virginal. Y concédenos realizar una navegación indemne y arrasar los muros de Troya por la lanza".
Eurípides, Tragedias: Infigenia en Áulide, Madrid, Ed. Gredos, Biblioteca Clásica Gredos, 1985, Págs 318 - 319, Seleccionado por Rosa María Perianes Calle, 2º de Bachillerato, 2014-2015.
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Eurípides (480-406 a. C.),
Ifigenia en Áulide,
Literatura griega
Drácula, Bram Stoker
DIARIO DEL DOCTOR SEWARD
30 de septiembre. El señor Harker llegó a las nueve. Había recibido el telegrama de su esposa justo antes de partir. Es un hombre con inteligencia poco común, a juzgar por su cara, -y seguro que sí, teniendo en cuenta nuestras propias experiencias-, es además un hombre con una gran sangre fría. El bajar a la tumba del conde por segunda vez fue una acción increíblemente valerosa. Después de leer su narración esperaba encontrar un hombretón muy varonil, no el tranquilo hombre de nefocios que ha resultado ser:
Más tarde. Después de comer, Harker y su mujer se fueron a su dormitorio. Cuando pasé por delante de su puerta oí el sonido de la máquina de escribir. Están trabajando de lo lindo. La señora Harker dice que han puesto en orden cronológico hasta la más pequeña información que disponemos. Harker ha conseguido las cartas entre la persona que recibió las cajas en Whitby y los transportistas londinenses que se hicieron cargo de ellas. Ahora está leyendo la versión mecanografiada por su esposa de mi diario. Me pregunto si sacará algo limpio de él. Aquí viene...
Bram Stoker, Drácula, León, Editorial Everest, S.A. , año 2013, página 324.
Seleccionado por Alejandro López Sánchez. Segundo de Bachillerato. Curso 2014-2015
Áyax, Sófocles
Escena: Campamento de los griegos ante Troya. El día comienza a despuntar. ODISEO examina unas huellas delante de la tienda de ÁYAX.
Repentinamente se aparece la diosa ATENA, que rompe el silencio de la escena. ODISEO la oye sin verla.
ATENA. Siempre, hijo de Laertes, te encuentro al acecho de intentar alguna acción contra tus enemigos. También ahora te veo junto a la costera tienda de Áyax, que ocupa el puesto extremo, rastreando y observando desde hace tiempo las huellas recién impresas de aquél, con el fin de ver si está dentro o no está dentro. Y bien te guía un paso de buen olfato como de perra laconia. Dentro, efectivamente, está desde hace poco tu hombre, derramando sudor por su cabeza y por sus manos que matan con la espada. Así que no es ya tarea tuya andar husmeando al interior de esta puerta, sino contarme por qué te aplicaste a esta diligencia, para que aprendas de una que sabe.
Sófocles, Áyax. Madrid, Alianza Editorial. Páginas 55 y 56. 1990.
Seleccionado por Pablo del Castillo Baquerizo . Segundo de bachillerato, curso 2014/2015
Diez Negritos, Agatha Christie
-¡Todo eso es grotesco! -estalló el general Macarthur-. ¡Grotesco! ¡Esas acusaciones tan monstruosas contra nosotros! Tenemos que hacer algo al respecto. Este tal Mr. Owen, quienquiera que sea...
Miss Brent le interrumpió.
-Eso es. ¿Quién es?
El juez Wargrave intervino con la autoridad de una vida entera pasada en los tribunales.
-Ante todo interesa esclarecer este detalle. Rogers, le sugiero que lleve a su mujer a su habitación y que se acueste. Luego, vuelva usted aquí.
-Bien, señor.
-Le echaré una mano, Rogers -le ofreció el doctor Armstrong.
Apoyada en los dos hombres, Mrs. Rogers salió vacilante del salón.
Cuando hubieron salido, Anthony Marston dijo:
-No sé si opinará lo mismo, señor, pero yo necesito beber algo.
-Yo también -añadió Lombard.
-Voy a ver que encuentro -dijo Anthony.
Salió de la habitación. Unos instantes después ya estaba de vuelta.
-Las encontré en una bandeja cerca de la puerta, listas para entrarlas.
Agatha Christie, Diez negritos, Barcelona, Ed. Molino, 1939.
Seleccionado por Alain Presentación Muñoz. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.
Seleccionado por Alain Presentación Muñoz. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.
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